martes, 16 de febrero de 2010

Vente p’ Madrid (un caso intemporal)



Cuando salí de La Habana –diría la canción-, de casi nadie me despedí, por razones obvias que supongo se comprenderán. Viajé, hace ahora nueve años, con un pasaporte oficial tramitado por la Unión de Periodistas de Cuba, rumbo a un simposio equis del que me aproveché piadosamente.
De esta manera es complicado pensar en despedidas puntuales, sobre todo si tu director general te dice que has sido autorizado por el Comité Central para representar la Cultura cubana en el evento de marras. Primero hay que tratar de mantener la mente fría para hacer una pequeña maleta donde quepan algunos recuerdos indispensables y luego tomar copas de ron en la justa medida, aligerando los nervios sin perder la compostura.
Pero veamos que, ciertamente, el mundo es un pañuelo. En Madrid acabo de reencontrarme con mi querido amigo René Espí, uno de los que dejé “en el aire” y con la palabra en la boca, y nunca mejor dicho si tenemos en cuenta que él escribía entonces el programa Los grandes todos, la enciclopedia de Radio Ciudad de La Habana que se encargaba de recuperar mediante la música toda una época, pasada, olvidada y casi nunca tratada en su justa dimensión. René era –y es- un joven, más o menos de mi edad, aunque con la impronta definitiva del sonido de los años cuarenta. Adora esos tiempos como si los hubiera vivido, una cosa rara si se juzga a priori su apariencia de hippie o rastafari.
Lo cierto es que aquí se da el caso de la transposición de planos temporales a conciencia, una especie de autosugestión provocada por la temática que mayormente se trató en su casa. Y es que René es hijo de Roberto Espí, un galán alto y arreglado que dio imagen, vida y filosofía al Conjunto Casino, el más emblemático de los denominados grupos musicales “para blancos” en este formato, con guitarra en lugar de un tres.
Yo me estaba graduando en la Facultad de Periodismo con una tesis sobre el –digamos- antónimo conjunto de la época, el de Arsenio Rodríguez. ¡Y eso que soy blanco! Pero da igual: Arsenio, el analfabeto, negro, santero y ciego maravilloso había sido olvidado con toda la intención de las jefaturas culturales de nuestra querida isla. Y en el camino del rescate entroncábamos René, por razones elementales de tradición familiar, y este servidor. Nos conocimos una tarde en su casa del Casino Deportivo, cuando mi compañera de investigación, Alina Méndez, y yo fuimos a entrevistar a su padre. (Es pura casualidad la concordancia entre el nombre del conjunto de Roberto Espí y el de su barrio).
Después, la vida me puso a cargo de una columna diaria que se titula Entérese, en la página cultural del periódico Granma. Eran notas capsulares en las que se anunciaban inauguraciones, defunciones y conciertos, entre otros acontecimientos pasados por el tamiz de la censura. Un día cualquiera, llamaron desde la dirección municipal de Cultura para informar que, el domingo siguiente, se inauguraba en el Casino Deportivo la Peña Roberto Espí, una noticia que podía haber pasado de largo si yo no hubiera levantando el teléfono. Con la voz bastante afectada, me giré hacia un lado y le pregunté al “especialista” de música popular del periódico, el indescriptible Omar Vázquez, si Roberto Espí se había muerto.
-¡Claro, chico!, ¿no lo sabías?- respondió.
Redacté, sin consultar ninguna otra fuente, la nota de la inauguración de la peña, agregando el “detalle” del fallecimiento reciente del connotado vocalista y director del Casino. Para mí era evidente, según la tradición “revolucionaria”, que cuando se le pone el nombre a algún lugar, cosa o actividad es porque la persona ha muerto. Salvo dos excepciones que me vinieron a la mente en ese mismo instante en que redactaba el suelto informativo: el perfume homónimo de la prima ballerina absoluta cubana, y por otro lado la compañía también de danza de Lizt Alfonso.
Además, mi colega, que llevaba muchos años de trasiego en el mundillo de la música popular bailable y sus verbenas, me habló con tanta seguridad que no había lugar a dudas.
Como sabía que nadie iba a cubrir tan “insignificante” noticia, el domingo fui con mi cámara fotográfica a la inauguración de la peña. Al llegar al barrio, repleto de gente en la calle, vi sobresalir, pegada a un micrófono, la cabellera blanca de Roberto Espí.
El instinto de conservación me indicaba que debía desaparecer corriendo, sobre todo cuando escuché entre el murmullo que alguien decía:
-Ahí está el periodista que lo mató.
Sin embargo –y ahora me alegro de haberlo hecho- decidí darle el frente a la situación. Ese domingo terminamos tomando ron con el “viejo” Espí en la sala de su casa, yo abrazado a Renecito, su hijo, mientras nos hacían una foto de grupo en la que también figuraban Tito Gómez, Fernándo Álvarez y Alfonsín Quintana, entre otros boleristas que hicieron toda una época gloriosa.
Han pasado muchos años y, aunque todo quedó arreglado y yo siga queriendo olvidar la cara de beodo de mi ex colega Omar Vázquez, todavía me remueve la vergüenza. Por tal motivo, cuando Renecito me contactó a través de Facebook y me alegré no se sabe cuánto al decirme que estaba en Madrid, removí en su memoria el tristemente célebre pasaje periodístico antes de comprar el billete de avión.
-¡Tranquilo!-me reconfortó ahora como si fuera aquel domingo de diciembre de 1995, cuando quise que me tragara la tierra-. El viejo siempre se reía de eso; se descojonaba de la risa.
Renecito me llevó a su casa de Madrid en un taxi nocturno blanco, de esos que cruzan los barrios sin navegadores electrónicos a bordo, ya que el conductor se conocía todos los recovecos de la gran urbe. Una vez en su “despacho”, mi gran amigo sacó una guitarra, una botella de Pampero y un puñado de boleros de su autoría. (No recuerdo bien si fue en este orden).
Su herencia estaba intacta; enriquecida, digamos, con los años y los vaivenes de la emigración. Nos preguntamos qué coño hacíamos ahí en Madrid, hablando y cantando con música vieja. Con esos bolerones de victrola, madre mía, que son la perdición.
Al cabo de una hora, el periodista había olvidado todo y se dedicaba a sufrir desde la distancia viejos amores, incluyendo el idilio sostenido con la música de esos años a los que, de alguna manera, pertenecemos casi todos.




Notas
.En la imagen superior, Renecito Espí, compositor y productor musical. Su fascinación es reconstruir una época muy dispersa por culpa de la censura oficial.
.Aquí a la izquierda puede verse el recorte de prensa de la nota que redacté después de aquel domingo, publicada en Granma como si no hubiera pasado nada. Los editores me recomendaron que lo hiciera así. (Pinche sobre la imagen para ampliarla).Pero en días sucesivos llegó una carta de un lector dirigida a mí, en cuyo interior no había misiva alguna sino los dos recortes de prensa y un signo de interrogación. La notica inicial donde estaba el error no vino en mi dossier desde La Habana. No sé por qué.
. Roberto Espí falleció en la capital cubana el 14 de mayo de 1999, unos pocos años después de la nota de prensa “fatal”. Octogenario, todavía fumaba su legendario tabaco torcido y tocaba la guitarra.

5 comentarios:

Tania dijo...

Tranquilo,eso pasa en las mejores familias. Yo misma, sin ir más lejos, le adjudiqué la nacionalidad española ( y no hablo del pasaporte) al mismísimo Antonio Machín...¡en un noticiero nacional de radio! Lo peor es que no tengo a quién echarle la culpa.
salvo a mi propia e injustificada ignorancia sobre nuestro valioso patrimonio musical. Desde entonces, trato de remediarlo como puedo. Gracias por la memoria.

Jorge Ignacio dijo...

Querida tania: no es tuya la culpa. De Machín, natural de Sagua la Grande, saben más los españoles que nosotros. Este es el caso de uno que eliminaron por haberse marchado del país incluso antes de la revolución. Algún día se repararán estas elipsis malintencionadas. Desgraciadamente, ya hasta se han muerto los historiadores de la música cubana, los autores de diccionarios que tuvieron que sufrir la censura. Un abrazo y buena suerte.

Rodrigo Kuang dijo...

Chamaco, yo sé que tienes que haber pasado un mal rato del carajo, pero me pongo en el lugar del muerto-vivo y claro que me daría tremenda gracia.
Son cosas que pasan, desde la época de Mark Twain, cuando se regó por todo el mundo que había muerto, y él escribió luego con su estilo característico algo como "la noticia de mi muerte es ligeramente exagerada". No siempre lo toman en buena onda, por ejemplo Celia Cruz montó en cólera varias veces por las falsas noticias de su muerte que daba la prensa de La Florida, pero en tu caso el afectado te reclamó jocosamente, feliz sabiéndose aún en el mundo de los vivos, con sentido del humor y descarga bohemia. Saliste en coche.

IvanDariasAlfonso dijo...

Yoyi:

No lo vas a creer, pero me acuerdo de esa nota y de haber comentado con alguien, quizás Rayma Elena: mira eso, Roberto Espí no se ha muerto. Si te sirve de consuelo, en la emisora teníamos un locutor que alguna vez en los años 80 anunció por todo lo alto un recital nada más y nada menos que con Camilo... Cienfuegos.

Jorge Ignacio dijo...

Sí, amigos, de pifias está lleno el periodismo. Forman parte del oficio estas meteduras de pata...Ahora estoy vacilando un poco esto -con mi dossier habanero- en la distancia. la suerte que tuve con Renecito es que fundimos una buena amistad. gracias a todos por comentar. Siempre recuerdo a mi antiguo jefe de página que decía que inferir, en Periodismo, no vale.