lunes, 7 de junio de 2010

Regalo y guía



La varita mágica de Photoshop

Llevo unos días recordando a un fotógrafo de prensa cubano a quien, desgraciadamente, un infarto masivo se lo llevó de este mundo siendo todavía muy joven. Era un rey del montaje artesanal, tijeras en mano, goma líquida de pegar y ampliadora después para desdibujar en el cuarto oscuro los cosidos que dejaba la superposición de imágenes. En los años 90, estábamos todavía en pañales en el más importante diario de La Habana –por la tirada lo digo, no por nada más-, pero allí se inventaban cosas que quedaban medianamente aceptables dentro la censura oficial.
La temática principal, que la gran mayoría de las veces era una imagen del máximo líder, engrosaría sin límites el culto a la personalidad de Fidel Castro, aunque en una reunión que tuvimos los estudiantes de Periodismo con él negó, exaltado, que la prensa nacional fuera capaz de endiosarlo. Como viví el proceso desde dentro, puedo asegurar que se cuidaban con absoluto celo las fotos a publicar; por eso recuerdo a Ahmed Velázquez tratando de podar a mano diferentes fotogramas para luego ensamblarlos, porque la escolta personal del comandante no lo había dejado trabajar cómodo sobre el terreno. Se lo curraba, como se diría aquí en España. Se lo curraba tanto que a veces le daban las tres de la madrugada encerrado en el laboratorio con un cigarrillo en la boca. Y luego lo premiaban, claro, enganchando en el mural del periódico su producto final.
Cuando apareció Photoshop en aquellas herméticas oficinas, fue Ahmed el primero o uno de los primeros en ponerse a manosearlo, dedicándole horas, días y meses a las nuevas herramientas, las mismas quizás tan comunes ahora en cualquier usuario de informática. Ahmed descubrió que con unos pocos comandos, un tampón de clonar, un pincel virtual, un borrador y una varita mágica se lograba un resultado de mucha mayor calidad y -¡lo mejor de todo!- no tenía que dar cuentas de los pliegos de papel sensible que gastaba para retocar al Todopoderoso. Fue una bendición Photoshop, pero Ahmed no llegó a disfrutarlo en toda su amplitud porque se infartó corriendo detrás de la noticia, que siempre era la misma.
Y en esto estuve metido la última semana en la que, como hacía el artista, me alejé de mi diario (o sea, de este blog) para centrarme en los laberintos de Photoshop, unas cincuenta horas cuasi obligatorias. Creamos imágenes caprichosas y recuperamos antiguas estampas; todo sin sudar la gota gorda y sin embarrarnos las manos con el pegamento aquel que olía a gasolina –¡era inflamable, sí señor!-; sin ostentar el surco rojo que dejaba la tijera maestra.
El Estado español, a través del Servei de Ocupació de Catalunya, me ha pagado un curso para estar al día. Recibo el regalo –sé que lo de regalo puede resultar polémico- como un vínculo con la memoria.
La profe Maite Cuartero explicaba el montaje como mismo es ella, como un nervio óptico. Yo la miraba fijamente a través de mis espejuelos de ver de cerca pero no la estaba atendiendo. La mente me iba atrás, a las tijeras de Ahmed y al bote de pegolín que manaba el anestésico olor a éter. Salíamos del laboratorio colocados, no estoy seguro de si era por el nerviosismo que provocaban las fotos con la imagen del susodicho, o si era por la cantidad de horas que echábamos encerrados en un lugar que, al final, nos ha superado a todos nosotros. Incluso ha superado la magia del Photoshop.
Porque aquel lugar era y es extremadamente racional.
-¿Me sigues, Jorge?-preguntó la profe a miles de kilómetros de distancia de La Habana.
-Perdón. Estaba remontado en el tiempo. ¿Has hecho alguna vez un montaje con tijeras?-quise saber.
Maite se extrañó de la pegunta y me dio por perdido.

Ilustración por cortesía de Mar Serra. Este montaje surrealista fue uno de los mejores ejercicios de clase.

5 comentarios:

Silvita dijo...

Hola Jorgito! Sí, te notaba "perdido" de por acá. Felicidades por tan espléndido regalo! Lindos tus recuerdos... te comprendo... a mí también me pasan cosas así, como es lógico.
Te mando un montón de besos pero fíjate: para compartir con María!

Tania dijo...

Yoyi, ¿estás hablando de Ahmed, el hijo de Mireya Castañeda? Dime que no es él (aunque todo concuerda) porque no sábía nada de su muerte.

Jorge Ignacio dijo...

Tania, la madre de Ahmed trabajaba en el archivo de Trabajadores o Tribuna de la Habana. Creo que estamos hablando de personas diferentes. Un abrazo.

Jorge Ignacio dijo...

es posible que pienses, tania, que Ahmed era el hijo de Mireya. lo cierto es que trabajaban juntos en G. Internacional. él era el fotógrafo principal -creo que el único- de esa publicación.

Tania dijo...

Gracias, Yoyi, por la aclaración. Es que Mireya-pienso que se trata de la misma persona- siempre lo llamaba cariñosamente " mi hijo" y a su pequeña "mi nieta" y yo, claro, me lo creí ya sabes que suelo ser bastante crédula)...en cualquier caso, una buena persona y lamento mucho que ya no esté. Aprovecha el curso,la fotografía, como la escritura, siempre se te dió muy bien. Un abrazo.