Cabello arremolinado y corazón rebelde, Doña Cayetana salió del altar por la puerta ancha, como los toreros. Iba del brazo de un tal Alfonso Diez, un hombre enjuto, muy serio, cuyo apellido, a partir de ahora, podría escribirse en número romano. Le lleva veinticuatro años a su tercer y nuevo marido, que hasta ayer fue un desconocido funcionario del Estado. Ella tiene cuarenta y seis títulos nobiliarios y ochenta y seis abriles cumplidos. Representa la tercera fortuna de España, según dijeron los telediarios. En una de las paredes de sus bienes inmuebles, cuelga tranquilo un Goya, original, por supuesto.
Santiago Carrillo atesora diez años más que la Duquesa de Alba; o sea, tiene noventa y seis. Por su edad y sus andares, puede contar la historia más reciente de España, desde la tristemente célebre Guerra Civil, pasando por el amargado período de Postguerra, pasando también por la famosa Transición, hasta la actualidad en la que este país se europeiza según las normativas y muy a pesar de su folclore. Él es el comunista vivo más antiguo y famoso, fundador, agitador de masas, que nunca soñó con conseguir un papel tan importante en la administración de las noticias nacionales. De haber fallecido en estos días, su deceso hubiera arrebatado las portadas a las nupcias de Doña Cayetana. Pero no, los telediarios reportaron un ingreso en el Hospital Gregorio Marañón, de Madrid, por una infección urinaria con pronóstico leve. Carrillo, una vez más, salió ileso de las emboscadas de la vida.
La imagen del legendario bolchevique español volvió a recorrer el país de punta a cabo, con su eterno cigarrillo encendido, su traje en apariencias barato y sus enormes gafas de pasta graduadas.
La Duquesa de Alba no quiere irse viuda de este mundo. Parece estar por encima de esa gente que la rodea para sacar réditos. Se ha salido con la suya bailando una sevillana ante los ojos atónitos de su Alfonso (X), ante las cámaras de televisión de medio mundo; porque ella es la persona que más títulos nobles ostenta en este planeta. De paso, con semblante operado y con toda la parafernalia andaluza de Victorio & Lucchino por encima, abrió ayer los telediarios de este gran y vetusto país, desafiando a sus herederos que, en fin, no la comprenden.
Carrillo, por su parte, nunca calculó la posibilidad de que algún día la Unión Soviética se extinguiera, de que Cuba envejeciera con escandalosa corrupción, de que España le guardara un puesto entre los grandes en el ente público. Quizá por eso llegó a la Tercera Edad fumando interminables cigarrillos. Se perpetuó, se congeló en ese escaño de la política peninsular que a veces vale más que un título de la nobleza. Si Doña Cayetana se hubiera casado con él, muchos de los problemas de aquí se arreglarían en un pispás.
Foto tomada de El País
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