miércoles, 16 de enero de 2013

No están todos incluidos



Reforma migratoria es una migaja más

La alegría extendida en un pueblo que, al parecer, podrá viajar libremente tiene un precio muy alto: El pasaporte cubano es uno de los más caros del mundo. Esto solo comparando precios con otros del orbe; o sea, sin tener en cuenta el bajísimo poder adquisitivo del ciudadano medio en la isla.
Todo parece indicar que la nueva apertura para viajar sin pedir permiso –luego de 50 años se elimina la humillante Tarjeta Blanca- tiene como trasfondo una jugada económica para el Estado. Un despacho de la agencia española EFE dice que el Gobierno cubano elevó el costo de expedición de cada pasaporte en coincidencia con la entrada en vigor de la reforma migratoria, de 55 a 100 CUC (moneda fuerte, equivalente al dólar), en un país donde el salario medio mensual no llega a 20 dólares, de ahí que el pasaporte en la isla sea el segundo más caro de Latinoamérica y uno de los más caros del mundo.
El pasaporte chileno –el más caro en cifras- tiene un coste de unos 102,94 dólares, mientras que el más barato en la región es el peruano, de unos 15 dólares, explica la nota.
Son tantas las ganas y la necesidad existencial de conocer otras realidades, que tres generaciones de cubanos (o cuatro) no se lo pensarán mucho a la hora de abordar un avión. Podrá más la curiosidad por comprobar con ojos propios qué hay más allá de esas costas archiconocidas, duras, punzantes por el Diente de Perro, pues, como es sabido, las playas espectaculares de revistas de viaje quedan reservadas al turismo extranjero. Los cubanos viajarán, como hemos viajado anteriormente otros, quemando las naves, sin elegir un destino.
Ya están mirando cuáles son los países del mundo que no exigen visa para entrar.
De Cuba, históricamente, se sale cuando se puede y para donde la Providencia quiere.
Se sale con una maleta pequeña donde necesariamente cabe la depuración más grande e intensa que realicemos en la vida.
La última jugada de la dictadura es ésta: recolectar todavía más dinero de los nacionales que milagrosamente salieron antes. Éstos, en previsión, son los que pagaran los pasaportes nuevos. Los de adentro no tienen ni donde caerse muertos.
Así que no estamos hablando de algo nuevo. Los cubanos fuimos, somos y seremos moneda de cambio mientras esté una dictadura sobre nuestras cabezas.

Recordemos el primer trueque: los que la dictadura llamó mercenarios en 1961 (que en realidad no lo son al ser nacionales) fueron cambiados al “enemigo” por compotas. Después de eso siempre quedaría un pueblo cautivo a merced de las malas temporadas.
“El día que nos falten los soviéticos, el día que nos falte Chávez”, tal vez pensaron los jefes, “ahí tenemos todavía naranja que exprimir”.
Pero no nos engañemos:
Esto no es una verdadera apertura, es una migaja de la cual cientos de miles de cubanos atrapados en la miseria y la falta de perspectivas se agarrarán.
Resulta que, ahora, el gobierno nos permite permanecer fuera 24 meses. ¿Y a los que se les prohibió la entrada por razones políticas, por capricho, por venganza, y no pudieron volver nunca más? ¿Y los que fueron humillados en el aeropuerto de La Habana y regresados en el mismo avión, como le sucedió a Urbano González, enviado de vuelta a Barcelona, que para reencontrarse con su anciana madre tuvo que utilizar un tercer país?
No perdamos la memoria. No aplaudamos una reforma que medio siglo después intenta tapar una injusticia.
Pensemos en la vieja retórica:
El Gobierno se reserva el derecho a denegar pasaportes por razones de “interés público” o de “defensa y seguridad nacional” o para evitar el “robo de cerebros” formados por su Revolución.
No están todos incluidos, como debería ser.

Nota: Texto publicado originalmente en http://www.cubanet.org/


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