miércoles, 5 de diciembre de 2007

Cuéntame cómo pasó (IV y final)



Cada vez que veo a la familia Alcántara atravesar el tiempo, me remito a una Habana futurista en la que descansa un manto de odio y de rencor enredado en las piedras; veo una ciudad habitada por gente “normal” que corre a alcanzar el metro del macizo freático agujereado, en vez de por aparcamientos de coches, por trincheras cansadas de esperar la guerra de todo el pueblo. Me hallo a mí mismo lleno de achaques y de tos perruna, con las gafas enganchadas en el surco de presión que dejan los años en la piel.
“Teñido” de blanco en las sienes; acodado frente a una máquina como esta en la que intento dejar rastro de un montón de décadas perdidas, o casi perdidas. Me observo flaco y con una nuez enorme, como el mismo Antonio de la serie, fumando a borbotones el cigarrillo de la compañía íntima; extrañando en silencio la unidad de la familia, la sobremesa, la radio noticiosa, la televisión de tubo que pesaba más que un matrimonio mal llevado. Vuelo a toda prisa con
mi visión del destino, no vaya a ser que las entregas de Televisión Española se me adelanten y los Alcántara sean los que digan la última palabra.
Para los cubanos –casi todos- que esperamos impacientes el cambio de guardia del gobierno de la isla, un serial como Cuéntame… nos ha acompañado durante, diría yo, demasiada tirada, dilatando psicológicamente un proceso natural de desgaste en el que estamos aparcados desde que salimos de allí. Cuéntame… nos gustaba mucho hasta que comenzó a ser cruel con los que no hemos vivido el mismo proceso que se narra en la pantalla. No hay posibilidad de distanciarse del argumento si sabemos que pinta igual que la transición deseada.
Cada vez que me enfrento a la magnífica realización de TVE pienso que se permite tanto estirón, y con tanto desenfado, porque habla de algo, aunque parezca mentira, lejano. Mi mujer me ha dicho que el personaje de la mujer de Antonio representa a su abuela. Y su abuela, que, por cierto, estuvo hace unos días almorzando con nosotros en casa, es un producto de la postguerra, ahora “emplantillada” en el enorme regimiento de ancianos que disfruta de los viajes internacionales por carretera subvencionados por el Estado. Es demasiado tener que visualizarme en un almuerzo con mis nietos, aunque es obligatorio si sintonizo la serie de televisión, que alcanza, creo, su sexta temporada, para recordarme que llegué a estas tierras junto con ella.
Mientras escribo estas líneas, mi mujer prepara la cena para luego degustarla en el salón, donde vemos Cuéntame…esperando el deceso de Franco, como una muerte anunciada que viene rodando a pasos de tortuga, y solo arribará cuando le dé la gana al guionista. Nosotros, mientras, planeamos sobre La Habana, ciudad dormida, apretujada de muchos Antonio y Mercedes, Jorge, Isabelita, Eduardo, más una inmensa pléyade de desafortunados que en su día fueron inscritos como Boris, Iván, Katiuska, Pavel.
Collage tropical, al decir del poeta, en el que también entronca, por si acaso, un Imanol Arias que protagonizó su primer largometraje en aquella ciudad traspuesta.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola!!! Jorge...
La vida esta llena de coincidencias o imitaciones? Sera que hay falta de creatividad!!!
En el caso nuestro SE y ESPERO que sea una transcicion pasifica e inteligente y sobre todo sin rencores ya que sigo pensando que en nuestra historia solo hay un protagonista, sin actores secundarios...
"La espera desespera, pero el tiempo es implacable"
Saludos, Eduardo.

Anónimo dijo...

Hoa!!! Jorge...
Otra cosa que me gustaria decir.
Es muy personal y desde el sentimiento de aquellos que queremos la unidad y bienestar de los pueblos, solo se refiere si algun dia, se creara una "Ley de memoria historica" o alguna serie, en nuestro Pais, fuera solamente con la intencion de NO ALIMENTAR el odio o rencor entre los verdaderos protagonistas...
"La verdadera democracia, no es mas que el respeto a la minoria"
Saludos, Eduardo.

Infortunato Liborio del Campo dijo...

Jorge:

Casi que cumplo un año aquí y comienzo a impregnarme de esta realidad que cada día se me parece más a la nuestra sólo que en estadíos diferentes de desarrollo. (¿o mundos paralelos?) Ya estoy completamente convencido de que España y Cuba son una misma cosa, que no hay diferencias apreciables entre el español y el cubano, salvo algunos detalles cosméticos, el acento (el nuestro es canario) quizás un tono más oscuro de la piel en los nuestros, diferencia que ha venido a borrar la inmigración, dentro de poco en este país habrá tantos negros como en Cuba. Estaba yo hoy en Fuentelahiguera de Albatages, un poblado perdido de Castilla, cerca de Guadalajara. Se me saltaron las lágrimas. Las mismas casas, las mismas calles, el mismo bar, las mismas viejas en el parque, como en cualquier pueblo pequeño cubano. Como Coliseo, pero sin caña. Si yo esta mañana suelto a mi abuela en esa plaza, al poco rato ni yo mismo hubiera sabido cuál era mi vieja. Dentro de poco, le daré un cambio a Liboriolandia. He llegado a la conclusión de que para entender Cuba hay que entender a España. ¿la dictadura? Algún día caerá como la de Franco que tanto en común tiene con la nuestra y para esa fecha tendremos que haber aprendido quiénes realmente somos y eso pasa por entender España y los españoles.

Un saludo

Libo

Isaeta dijo...

Pues yo Jorge y Liborio, cada día los entiendo menos... a los españoles, digo, y a los que no se sienten españoles aunque han nacido en España.
Cuando vivía en La Habana me repetía siempre que dadas mis circunstancias -una exiliada en su propia ciudad- no podía darme en lujo de deprimirme. Eso estaba bien para quienes no tenían que inventar cómo ganarse el dinero para comer y pagar un alquiler clandestino cada día. Encima me daba el tremendo lujazo de levantarle el ánimo a cuanta amiga se acercaba a visitarme...
Sin embargo, aquí, mis depres son ya recurrentes.... a veces el recuerdo de mí misma va desdibujándose y no solo Cuba y mis amigos se han quedado atrás, sino incluso la que una vez fui y ya no volveré a ser....
Ojalá Yoyi y cuando termine nuestra novela, podamos vivir como los ancianos españoles que visitan los hoteles con el dinero de su plan de pensiones.
Mucho me temo que nosotros, al escribir la novela, encontraremos un final precario, como esos personajes de ninguna parte, sin destino conocido y sin color aparente.
Ojalá yo esté completamente equivocada.