jueves, 21 de febrero de 2008

Amarrando la impaciencia a un árbol (con permiso de una querida poetisa)



Muchos años después –parafraseando a García Márquez- recordaré como un evento entrañable el domingo en que mi mujer me llevó a conocer la nieve. Pisándola –por supuesto, a la nieve-, tuve la sensación escalofriante de haberme marchado del trópico para siempre, con ese absolutismo tremendo que no me gusta utilizar, pero el momento histórico me superó. Había un perro peludo esperando por nosotros detrás de un abeto, un perro feliz y juguetón. No sabíamos de dónde salió. Simplemente estaba allí, sin dueño, libre. Comenzamos a especular sobre si el animal era un habitual de las pistas de esquí, o, por el contrario, se había escapado de la atención de su dueño. Para mí fue la perfecta metáfora de varias cosas. Una, obviamente, era el sentido de la libertad, de la independencia llevada al más alto plano de un ser vivo cualquiera. Y otra línea era la reacción que tenemos los humanos ante la sorpresa, pues no nos atrevimos a tocar al simpático can por si acaso nos agredía, aunque estábamos casi seguros de que quería jugar, concretamente ir detrás de pelotas de hielo.
Tuvimos tiempo suficiente para recrearnos con la compañía de ese peludo cuadrúpedo que nos siguió hasta la cima de una montaña, hacernos los dueños, sentirnos amos de él impulsando voces de mando, aunque sin tocarlo. El deseo de acariciarlo como a un miembro de la familia quedó inhibido por el instinto de conservación humano, y ahora esto que narro es un lejano recuerdo que pudiera parecer una fantasía. No es así, sin embargo.
Ese perro –quiero imaginar- estaba allí esperándonos como complemento del cuadro de la felicidad que nos toca no pocas veces y no sabemos distinguir. Fue un flash de dulzura para demostrarnos que también existe la bonanza en el estilo de vida occidental, y fue, además de un complemento de bienvenida hacia un advenedizo como yo, un cuerpo premonitorio que llevaba la noticia de los cambios importantes. Cuando comenzábamos a sentirnos en confianza y a notar los primeros impulsos de tocarlo sin temores, una voz lejana se lo llevó corriendo por la espesura de un camino no transitado por el hombre. El animal no miró atrás, aunque quedaron sus marcas un rato largo, como es de suponer.
Al día siguiente, un lunes cenizo, sin humedad relativa pues era absoluta, tardé en recomponer mi mente en el trabajo. Estaba solo en la tienda sin deseos de pasar el plumero ni el mocho para fregar el suelo ni hacer etiquetas ni nada. Me dolía la cabeza enormemente, como me ocurre –igual que a mucha gente, supongo- cuando cambia el tiempo. Entró una mujer rubia de ojos verdes muy bien arreglada y perfumada, exfoliada, quise pensar también. Con educación y distancia me pidió referencias sobre un televisor de pantalla plana de 32 pulgadas. Mientras le explicaba desconcentrado, escueto en adornos que suelo utilizar como técnicas muy personales de venta, pensaba en cuánto tiempo había tardado esa esbelta rubia dentro de su cuarto de baño esa mañana, si se había rasurado el pubis con detenimiento, y cómo olería esa zona de la piel. Ella se mantenía distante en la conversación, aunque estaba obligada a acercarse a mí porque, puñeteramente, le di la vuelta al televisor para mostrarle todos los conectores y la etiqueta con el número de serie y la referencia, argumentando que era algo muy importante. Volví a girar el aparato y apareció en el vidrio una escena silente con un cintillo debajo que decía algo así:
Castro entrega sus poderes
Ahí estaba la noticia, el eje de cambio denso que daba vueltas en el ambiente desde el día anterior. Ahí estaba la respuesta a la visita inesperada y fantasmal de un perro en la nieve, como un rapsoda que llega de no se sabe dónde, canta una pieza maestra y se marcha hacia un lugar impreciso dejando pisadas efímeras. El peso del recuerdo de mi padre me persiguió todo el día del domingo y toda la noche siguiente, su sonrisa pacífica esperando en un sillón de madera, mirando al horizonte del malecón habanero, observando, mi querido padre y amigo, aquella perspectiva en el mar donde el gobierno nos pintaba al enemigo. A mi padre le encantaban los perros, y por eso lo recordé asociado a un evento tan natural para muchos, pero tan insólito para otros, como es pisar la nieve. No me consta que él la haya pisado. Sí que esperó el cambio, el punto de giro con enorme dignidad, y no lo pudo ver. La noticia del televisor de que Fidel Castro entregaba, por fin, todos sus poderes a las nuevas generaciones daba risa, asco incluso. Yo sabía que aquel cintillo ocuparía todas las portadas de los periódicos al día siguiente, aunque, por otro lado, para mí no era una noticia: sí la confirmación de que comenzaba a cambiar mi país. Sabía que entrábamos en un proceso lento, y, nunca mejor ilustrado, en una serie precisamente de televisión como es Cuéntame… Quien haya esperado cada jueves, como yo, los capítulos de este serial de TVE, sabe que la democracia en Cuba recién acaba de comenzar luego de tres o cuatro generaciones afectadas y medio siglo de inmovilismo, subestimación al pueblo y depauperación económica. A mí no me sorprendió el titular de la noticia, porque, otra vez parafraseando a ese gran amigo del dictador que es García Márquez, se trataba de una muerte anunciada desde un año y medio atrás, cuando el enfermizo hombre de la barba raída dijo que le cedía temporalmente el poder a su hermano.
¿Cómo contarle todo esto a mi padre, donde quiera que esté? ¿Así sencillamente como se lo narré a la mujer que fue a la tienda a comprar un televisor y coincidió conmigo y con la noticia, y saltó hacia atrás cuando subí el volumen abruptamente, y se me aguaron los ojos y se me endureció la voz y el deseo de oler sus afeites, el deseo de acariciar con una mirada sus ojos verdes?
Todo dio al traste esta semana que comenzó, obviamente, el domingo. Elegante y altiva como mismo entró a la tienda, se marchó con un “me pasaré en estos días” en la boca que para mí significaba perder la venta. Nadie se enteró, excepto quien narra estas líneas, la ninfa coqueta y ahora usted, o tú, que lees la descarga.



Nota:

Hace pocos días, me di cuenta de que este blog cumplió un año de vida, a principios del presente mes. No dije nada. Solo bebí un trago de ron añejo a mi salud y a la de todos los seres queridos, y también a la salud de los lectores y visitantes en general de estas páginas. A la vuelta de este tiempo, pensé que sería interesante probar con la tercera persona para contar pequeñas historias de la vida nuestra de cada día. Así, convertirme en un narrador omnisciente que va dejando entregas por capítulos. Ese continuará… se ha convertido en un reto por falta de tiempo –y a veces de inspiración. De manera que se irán intercalando crónicas como la de arriba en primera persona –como antes- mientras transcurre la serie. Es solo una idea. El camino de una bitácora personal que abriga al autor, le da alas, fuerza, motivaciones, es totalmente incierto. Lo innegable es el día de hoy, y hoy me gustaría agradecer enormemente todas las visitas, la lectura silenciosa, la huella.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias a ti por trasladarnos con tus bellas palabras a otros mundos, a veces lejanos, a veces más cercanos de lo que nos damos cuenta... otras veces de fantasía, otras de realidad. Espero que sigas por mucho tiempo dejando ver parte de ti mismo en estos curiosos relatos que no dejan de provocar en mi lo que empieza a ser un carácter adictivo a tu lectura ejeje Un fuerte abrazo

Jorge Ignacio dijo...

A mitad de camino entre la realidad y la ficción,tienes la certeza, querida Ana.Me queda corto el tiempo y la vida misma para lo que me gustaría escribir sobre los acontecimientos de nuestro alrededor.Son viñetas, nada más, o crónicas, si se quiere, que dan continuidad a un oficio que me arrancaron de cuajo las circunstancias en las que me he visto envuelto. El blog, este espacio, es el sitio donde descanso de alguna manera mis tormentos y mis deudas conmigo mismo. habría que agradecer a la posibilidad de contar con una conexión a internet. Nunca es tarde, y todo llega. ¿Quién sabe si algún día hasta podríamos ser amigos? Confienso que el plano virtual no me resulta totalmente cómodo,pero, como bien se dice en la calle, es lo que hay. Una abrazo y muy buena suerte, entrañable Ana.

Anónimo dijo...

Mi amor,
cierto es que puede generar confusión lo que escribes, si es real, ficción, dado el carácter intimista de tus escritos. Pero solo eso tú lo sabes. No hagas caso de los malos entendidos de los lectores, o de lo que puedan percibir. Escribe siempre libremente, no permitas que nadie ni nada te corte las alas, ni siquiera la que escribe.

Esta crónica está llena de ternura, amor, dolor, melancolía, desgarro. Esta es tu línea. Por favor, no dejes de ser tu mismo.

Te adoro,
Isabelita

Queseto dijo...

Debiste acariciar el perro, Jorge... más aún con los recuerdos que parece ser te trajo, ¿no crees? Yo me meto completa en tus escritos. Lástima que no acertaras cuando dices "Fidel Castro entregaba, por fin, todos sus poderes a las nuevas generaciones", porque nuevas, lo que se dice nuevas, pues como que no, ¿verdad?

Parto en una semana, a respirar el aire habanero... ¿quieres algo?

mharía vázquez benarroch dijo...

Gracias Jorge, tienes todos los permisos, que bello abrir tu blog y encontrar tu "impaciencia amarrada a un árbol", es esa frescura de tu generoso corazón la que me hace ser tu amiga más allá de todos los océanos yoyi...el mejor de los abrazos.

Jorge Ignacio dijo...

Isabelita, Queseto, Mharía...son muy gratas visitas, adorables verdades mejor. A la primera: yo también la adoro. A la segunda solo le pido que se acuerde de mí cuando esté allá, y a la tercera gracias nuevamente por prestarme el título, pues un texto capitular así no se encuentra todos los días.
Sigo esperando el jueves con ansia, que es mi día de descanso.