Mientras todo se va normalizando –en el trabajo, en la vida social-, sigo atento a la trayectoria de Ike, el ciclón rematador que paseó por Cuba en estos días con ganas de acabar con la quinta y con los mangos, además de con otras frutas nacidas a la luz del sol y a la sombra del desparpajo de la isla caribeña. A los que vivimos en España, Ike nos suena en euskera y tendemos a pronunciarlo tal y como se escribe, con I,y no con la fonética inglesa que le sitúa una AI delante. Para colmo, existe un futbolista famoso llamado Iker, y su nombre se escucha bastante en la televisión.
Ahora que ya pasó y sabemos, medianamente, lo que dejó el meteoro, me permito comparar sus rachas de viento y su furia con la actitud de algunos clientes mal educados. Me ha quedado claro que el llamado estrés postvacacional no es un invento de los sicólogos y sociólogos para justificar horas de consulta. Es real: la gente vuelve a sus rutinas con las hormonas alteradas, con mala leche, como vulgarmente se le denomina a cierta actitud áspera o repelente. ¿Por qué vuelven de un viaje de ocio tan mal relacionados con el entorno propio? Es una buena pregunta, pues debería ser al revés.
Según análisis de este que escribe, quien dedica horas a pensar en el comportamiento del ser humano, la mala llet –en catalán- se debe a un cúmulo de frustraciones que están antes de salir de vacaciones. Llámese insatisfacción con la vida cotidiana, que incluye el trabajo fundamentalmente como elemento de rechazo. Y en el trabajo es donde más horas nos pasamos.
Si la gran mayoría de las personas trabajamos en algo que no nos satisface, y, además, estamos obligados, por los pagos fijos de facturas, a soportarlo, pues esto, supongo, genera una insatisfacción grandísima. Si tal insatisfacción no se sabe o no se puede canalizar, el resultado, como todos podemos comprobar, está en la calle.
Yo que trabajo detrás de un mostrador le temo sobremanera a septiembre, un mes durísimo que significa mucho más que la vuelta al cole.
Supongo que las vacaciones, el tiempo en el que no tenemos que pensar en nuestro equilibrio socio/laboral, nos relajan y nos permiten ver otra vida a un costado, que está llena de colores y que en ella existe la calma y el ocio. Es saludable estar con nosotros mismos porque disfrutamos de una parte oculta que no sale a relucir en todo el año porque estamos alertas, contraídos por la convivencia en la actividad laboral.
Supongo que da impotencia volver a esta cruda realidad luego de un mes, o quince días, realizando lo que realmente no da la gana.
Y digo supongo porque hace muchos años que no tomo unas vacaciones largas. En agosto que viene será mi prueba de fuego.
Mientras llega esa fecha, invito a los que arriben a mi mostrador a que mantengan la calma porque serán atendidos con amabilidad a su debido tiempo, y así no liberamos tanta energía negativa en el ambiente colectivo, y podríamos llegar a entendernos mejor.
No hay nada más contradictorio que una mujer con mala leche, descotada y bronceada por el sol. Me parece una escena que ocurre en planos temporales y físicos diferentes.
Ahora que ya pasó y sabemos, medianamente, lo que dejó el meteoro, me permito comparar sus rachas de viento y su furia con la actitud de algunos clientes mal educados. Me ha quedado claro que el llamado estrés postvacacional no es un invento de los sicólogos y sociólogos para justificar horas de consulta. Es real: la gente vuelve a sus rutinas con las hormonas alteradas, con mala leche, como vulgarmente se le denomina a cierta actitud áspera o repelente. ¿Por qué vuelven de un viaje de ocio tan mal relacionados con el entorno propio? Es una buena pregunta, pues debería ser al revés.
Según análisis de este que escribe, quien dedica horas a pensar en el comportamiento del ser humano, la mala llet –en catalán- se debe a un cúmulo de frustraciones que están antes de salir de vacaciones. Llámese insatisfacción con la vida cotidiana, que incluye el trabajo fundamentalmente como elemento de rechazo. Y en el trabajo es donde más horas nos pasamos.
Si la gran mayoría de las personas trabajamos en algo que no nos satisface, y, además, estamos obligados, por los pagos fijos de facturas, a soportarlo, pues esto, supongo, genera una insatisfacción grandísima. Si tal insatisfacción no se sabe o no se puede canalizar, el resultado, como todos podemos comprobar, está en la calle.
Yo que trabajo detrás de un mostrador le temo sobremanera a septiembre, un mes durísimo que significa mucho más que la vuelta al cole.
Supongo que las vacaciones, el tiempo en el que no tenemos que pensar en nuestro equilibrio socio/laboral, nos relajan y nos permiten ver otra vida a un costado, que está llena de colores y que en ella existe la calma y el ocio. Es saludable estar con nosotros mismos porque disfrutamos de una parte oculta que no sale a relucir en todo el año porque estamos alertas, contraídos por la convivencia en la actividad laboral.
Supongo que da impotencia volver a esta cruda realidad luego de un mes, o quince días, realizando lo que realmente no da la gana.
Y digo supongo porque hace muchos años que no tomo unas vacaciones largas. En agosto que viene será mi prueba de fuego.
Mientras llega esa fecha, invito a los que arriben a mi mostrador a que mantengan la calma porque serán atendidos con amabilidad a su debido tiempo, y así no liberamos tanta energía negativa en el ambiente colectivo, y podríamos llegar a entendernos mejor.
No hay nada más contradictorio que una mujer con mala leche, descotada y bronceada por el sol. Me parece una escena que ocurre en planos temporales y físicos diferentes.
1 comentario:
Hola Jorge, te invito a unirte a la Blogacción por Cuba, que es un intento de aunar en una misma página, todas las iniciativas solidarias que se están llevando a cabo desde ONGs del mundo para ayudar al país tras el paso de los huracanes.
Más información en http://bloggerdecuba.blogspot.com/2008/09/blogaccin-por-cuba-sos-humanitario.html
Un saludo desde Mallorca.
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