lunes, 26 de enero de 2009

HISTORIAS DE DEPILADORAS Y BATIDORAS AMERICANAS



Quinto día y final: Que Dios se marche confesado

Era un mulatón de complexión física fuerte, con el pelo corto y ropa deportiva. Se presentó en el mostrador atraído por la oferta de dos depiladoras por el precio de una, prebenda enmarcada dentro las rebajas de enero.
Señaló con el dedo y el vendedor de electrodomésticos pensó inmediatamente dónde podía estar la caja vacía de la pieza de exposición. El proveedor sabía de antemano que se trataba del último dueto de depiladoras, rematadas hasta lo imposible después de una larga y exitosa venta en la temporada de calor, que es cuando más se demandan estos aparatitos diabólicos. Así los concebía el tendero, a sabiendas –por la experiencia ajena- de que ocasionaban dolor, pero las mujeres estaban dispuestas a aguantarlo. La estética valía más la pena, y nunca mejor dicho.
Se trataba de un artilugio con dientes y muelas devorador y áspero. Inmisericorde, testarudo, obcecado pues su función era arrancar la vellosidad hasta dejarlo todo plano, brillante. Y el hombre que los vendía no hacía más que preguntarse hasta dónde se podría llegar en pos de la belleza, en la búsqueda de la felicidad observada a través de un espejo. De todos los cacharros que vendía, entendiendo el término cacharro como el nexo inseparable de la corriente, las máquinas para depilar le provocaban a diario una introspección, a tal punto, que había logrado un recurso para evadirse sin desconcentrarse de la venta.
En cuanto tuvo delante al joven que se llevaría el último par, primero se preguntó que hacía un corpulento señor comprando un artefacto de esos, y acto seguido se cuestionó por qué dos. Al cabo de muchos años detrás del mostrador no había logrado, sin embargo, evitar el psicoanálisis. Y a él no le pagaban por psicoanalizar a nadie.
-Es la última pieza…Quiero decir –rectificó- la última pieza del último juego.
-¿No estará dañada?-preguntó el cliente.
-No, señor, está sin enchufar aún a la red, y vienen probadas-se adelantó el otro instintivamente, porque más de una mujer le ha pedido que se la probara in situ, sin saber cómo hacerlo, claro, porque haría falta además una pierna de prueba, o un pubis, porque algunas depiladoras llevan como complemento un cabezal para las ingles.
El mulato dejó esparcir cómodamente un acento portugués. En seguida su anfitrión supo que había posibilidades de que fuera brasileño, por el matiz particular de la lengua en el gigante país sudamericano. No practicó el interrogatorio de golpe, por cautela, y lo dejó seguir un poco más.
Comenzó entonces un regateo que no estaba previsto, toda vez que el profesional de los electrodomésticos sabía bien que las ofertas no se discuten, por inamovibles que son los precios en estos casos y porque lo que está a la vista es ya de liquidación. Pero aprovechó la ventaja para enterarse más.
-¿Las utilizará usted en España o en otro país?- recabó el vendedor.
-En realidad no las utilizaré yo, ¿pero por qué me lo pregunta?-alternó el otro con una sonrisa suave, vista por primera vez en los escasos minutos que llevaba allí.
-Perdón, no quise insinuar nada. Le pregunté porque estas máquinas funcionan con un solo voltaje, con 220 voltios.
-En Brasil ya hay 220. Estas depiladoras salen conmigo de viaje hacia Brasil. Son para un regalo a unas hermanas gemelas.
-¿Cuándo marcha usted?
-Este domingo. Ya lo tengo todo preparado.
-¿Pero está aquí de paso o…?
-No, vivo aquí-no lo dejó continuar el joven, esta vez demostrando cierta empatía, como si quisiera alargar el diálogo pero sin forzar las cosas-.Yo soy el cura de la parroquia de la calle de atrás-cerró de pronto la oración, sin autoritarismo, más bien con lástima hacia el tendero. Eso debía sucederle a menudo al mulato cuando iba vestido de civil.
El vendedor no supo qué decir ante el desconcierto. Se le juntaron varias ideas en la cabeza y se hizo un lío con la expresión de su rostro. Un cura comparando depiladoras, para regalar, unos aparatos que van contra natura, regateando el precio además, dudando de la efectividad del género eléctrico. Pensó qué haría en el caso de que aquel mulato le pidiera que le probara la máquina de muestra. Sintió deseos de interrogarle, de preguntarle cómo les iba con el nuevo presidente de origen proletario, inquirirle sobre la teología de la liberación, sobre las favelas, sobre la vida cotidiana en un país de altísimos contrastes y tantísima población.
Al final le empaquetó la pareja de depiladoras tratando de no desconcentrarse para entregarle al cura el cambio correctamente, porque el sacerdote le pagó con un billete de 100 euros.
Lo despidió con amabilidad y con las mismas palabras que utilizaba para casi todo el mundo:
-Dígale a las chicas que guarden el embalaje durante unos quince días, porque si las depiladoras fallan por alguna razón se las podemos cambiar aquí mismo-murmuró el tendero para ser el último en tomar la palabra. Pero el cliente demostró ser más locuaz de lo previsto cuando se presentó en camiseta deportiva:
-Me voy a arriesgar a no decirles nada. Estos regalos van muy lejos y no creo que valga la pena traerlos de regreso si acaso fallaran. Pero, mire –apuntó- como trabajo cerca le mantendré informado de cómo ha sido la aplicación del producto en ambos casos-bromeó el vicario alejándose del lugar.


Nota: Este es el final de la serie que inicié en verano pasado y había quedado inconclusa. Ahora este episodio, inspirado en hechos reales, me ha ofrecido el cierre. Puede comenzar a leer la serie aquí:


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Jorge acabo de descubrir tu blog por recomendacion emitida en el blog de Ivis y realmente me parece muy bueno lo que escribes.
Me identifico mucho con tus textos y comprendo perfectamente tus vivencias y reflexiones ,hechas desde la perspectiva de inconforme emigrado que lucha contra la distancia a sabiendas que ,a pesar de todo,es su mejor opcion.
Nos ha pasado un poco de lo mismo a todos.
Un saludo desde Madrid:Roberto.

Queseto dijo...

¡Jorge, qué bueno! Me alegra mucho ver que has retomado el ritmo y que tu estilo siga tan vibrante, literario y cercano

En un aparte.... esas maquinitas son eso....¡¡¡DIABÓLICAS!!!

Muchos besos para ti y para Isabelita.

Jorge Ignacio dijo...

gracias, guapa, ya te echaba de menos. y gracias ti, Roberto, por la visita. Espero se repita. un abrazo.