viernes, 23 de enero de 2009

My world



Parece mentira que el termómetro de esta ciudad marque 21 grados. (Ojo: no vea el avezado lector la palabra gramos). Comienza uno a desnudarse en plena vía pública y lo hace con gusto, con rapidez. Todos sentimos el deseo de desnudarnos; sin embargo, cuesta hacerlo en una sociedad tan anquilosada como la española, por lo que un rayo de sol, en estos casos, realiza milagros.
Ya lo decía en una crónica pasada –por agua- en estas mismas páginas. Advertía sobre la incongruencia del topless de la playa barcelonesa y la rigidez de la mente en sentido general. Siempre el topless me pareció más una puesta en escena que un acto natural. He reflexionado sobre este particular y he dado de cara con la respuesta de por qué el cine español post franquista está cargado de sexo, hasta nuestros días. El cine fue y es una válvula de escape, y creó por consiguiente un espejismo de lo que la gente quisiera ser.
Tendrán que pasar muchos años para compensar los 40 larguísimos que impuso el franquismo, con la iglesia en la punta de la lanza reprimiendo a la gente y sus deseos más naturales. Esa represión se ha trasmitido en varias generaciones, por lo que mis compañeros de trabajo aún están marcados por ella en el siglo XXI, en el año 2009 que nos parecía tan lejano. Y son jóvenes, y practican exabruptos de una u otra naturaleza como aliviaderos del alma. Con tan mala suerte de que los directores de cine son unos pocos elegidos.
Estoy terminando el libro de Juan José Millás que sitúa las dimensiones del mundo en una sola calle, en la calle de su infancia. Allí transcurre todo. Es una biografía que sale a la luz paralelamente a la serie televisiva Cuéntamey en ambas piezas se explica, sin didactismo, los orígenes de la represión sexual. El personaje central de las dos obras es un niño que narra en primera persona sus días y sus noches, coincidentemente desde la mirada de una familia de pocos recursos, que viene de “abajo”. Familias que buscan un porvenir mudándose a la capital.
No me parece nada casual que, tanto la literatura como los audiovisuales, toquen una y otra vez el pasado reciente. Va a resultar –está resultando- que quienes nos esclarecerán las cosas sean los artistas y no los sociólogos e historiadores. Llega un momento, tarde o temprano, en que uno siente la necesidad de contar su vida e incluso regalarla. Esto sucede por diferentes motivos. Sí me resulta curioso que , mientras Millás escribía sus memorias de infancia –o sea, de la España de la postguerra-, este servidor lo hacía con sus semblanzas de la Barcelona de hoy, quizá adelantándome a un clímax del pensamiento provocado por los años. En mi caso un falso clímax de la madurez, como debe suponerse.
Pero sí desde un punto álgido de la vida tratando de reinventarme en otro país, en otra sociedad, en otro sentido de la sexualidad a nivel social.
Juan José Millás, en sus fluidas páginas de El mundo, no ha hecho más que contar lo que pasó en su calle de la infancia, y para eso ha tenido que reprimirse esta escritura durante largos años, porque todo tiene su momento.


Nota: El mundo, Premio Planeta 2007. Un libro sencillo y extraordinario que se lee en un vuelo trasatlántico. Pero yo no fui capaz de terminarlo allí. Me dispersa demasiado el ruido de los motores del avión.

2 comentarios:

Ivis dijo...

Muy buen artículo, Jorge, yo pienso lo mimo que tú y lo comento con mi chico a cada rato, sobre el daño que han hecho aquí el Franquismo y la religión, qué paradoja en una España que habla de sexo (de boca para afuera) como de ir a hacer la compra y se desnuda (sólo en apariencia) en las playas. Espero que las ventas del libro vayan bien, en cuanto pueda te lo compro.
Un abrazo a tí y a tu chica.

Jorge Ignacio dijo...

gracias, ivis. esta es un triste realidad. un abrazo siempre-