Durante una cena internacional en casa de unos amigos, el sábado pasado, cayó la pregunta que siempre me hacen para entablar una conversación.
Salí a fumar al balcón y me encontré a un argentino que ya estaba allí echando humo. No tardó en lanzar la interrogante:
-¿Cómo va Cuba?
Cuando me proyectan ese dardo inevitablemente tengo que tomar aliento para contestar. Creo que fuera de la isla las noticias están servidas, pero, claro, entiendo a las personas que quieren escuchar un testimonio de primera mano, o, aunque le digan lo que se sabe, siempre el interlocutor capta en la mirada un complemento noticioso. Capta eso que no se ve en los telediarios, la desesperación girando alrededor de las pupilas y la boca torcida indicando compasión.
No. La pregunta no es vacua. Todavía hay gente que cree que con Raúl Castro las cosas pueden cambiar. Y esa es una ilusión lógica provocada por el optimismo. Los cubanos, sin embargo, estamos cansados de soñar con los cambios, y los que pudimos salir del territorio nacional, en una primera etapa nos ocupamos de encaminarnos para optimizar –¿esta palabra tendrá algo que ver con el optimismo?- el tiempo de vida restante, que, en no pocos casos, no es toda una vida.
En una segunda etapa, nos dedicamos a mantenernos sobre la base de los logros alcanzados –no encontré otra manera de decirlo ahora, aunque la frase parezca sacada de un panfleto comunista-, y de vez en cuando nos asomamos a la ventana para ver qué está pasando allá adentro; o sea, en Cuba.
En una tercera etapa, a la cual no he arribado aún, comenzamos a pensar en planes de pensiones, viajes subvencionados en autocares, así como en la casita en el campo donde, si no tienes la suerte de poseer una personalidad atractiva, nadie te va a visitar.
Cuando me lanzan la flecha en una terraza después de los postres, la palabra que me viene a la cabeza es dinastía. No hay otra más esclarecedora para significar el medio siglo que llevamos arrastrando la misma familia en el poder. Bueno, yo llevo menos tiempo en eso porque durante algunos años me creí que estaba bien ubicado. Porque no conocía otra cosa, claro.
Así que, a mi acompañante del círculo de fumadores, le respondí con una sola palabra.
-Mal.
Sonó a secas, aunque no me preocupé por algún tipo de descortesía, ya que mi inconsciente se había encargado de la apoyatura correcta de los ojos.
No se puede decir que Cuba esté bien, ni regular. El caso de la doctora Hilda Molina, quien obtuvo una carta de libertad para viajar a Argentina luego de quince años solicitándola, me venía como anillo al dedo.
-Sí, sí, ha sido inhumano ese castigo a la neurocirujana-comentó mi acompañante casual.
-Pero, te digo una cosa. No te extrañe que Hilda regrese-. Y ahí quedó desconcertado el interlocutor.
Todavía lo mantengo. No fue una idea loca la que solté. Sé perfectamente que el miedo que nos siembran es muy grande. No olvidemos que la doctora tuvo que firmar una carta dirigida a Raúl Castro en la que se comprometía a volver.
Ojalá que no mire atrás, por su propio bien.
Salí a fumar al balcón y me encontré a un argentino que ya estaba allí echando humo. No tardó en lanzar la interrogante:
-¿Cómo va Cuba?
Cuando me proyectan ese dardo inevitablemente tengo que tomar aliento para contestar. Creo que fuera de la isla las noticias están servidas, pero, claro, entiendo a las personas que quieren escuchar un testimonio de primera mano, o, aunque le digan lo que se sabe, siempre el interlocutor capta en la mirada un complemento noticioso. Capta eso que no se ve en los telediarios, la desesperación girando alrededor de las pupilas y la boca torcida indicando compasión.
No. La pregunta no es vacua. Todavía hay gente que cree que con Raúl Castro las cosas pueden cambiar. Y esa es una ilusión lógica provocada por el optimismo. Los cubanos, sin embargo, estamos cansados de soñar con los cambios, y los que pudimos salir del territorio nacional, en una primera etapa nos ocupamos de encaminarnos para optimizar –¿esta palabra tendrá algo que ver con el optimismo?- el tiempo de vida restante, que, en no pocos casos, no es toda una vida.
En una segunda etapa, nos dedicamos a mantenernos sobre la base de los logros alcanzados –no encontré otra manera de decirlo ahora, aunque la frase parezca sacada de un panfleto comunista-, y de vez en cuando nos asomamos a la ventana para ver qué está pasando allá adentro; o sea, en Cuba.
En una tercera etapa, a la cual no he arribado aún, comenzamos a pensar en planes de pensiones, viajes subvencionados en autocares, así como en la casita en el campo donde, si no tienes la suerte de poseer una personalidad atractiva, nadie te va a visitar.
Cuando me lanzan la flecha en una terraza después de los postres, la palabra que me viene a la cabeza es dinastía. No hay otra más esclarecedora para significar el medio siglo que llevamos arrastrando la misma familia en el poder. Bueno, yo llevo menos tiempo en eso porque durante algunos años me creí que estaba bien ubicado. Porque no conocía otra cosa, claro.
Así que, a mi acompañante del círculo de fumadores, le respondí con una sola palabra.
-Mal.
Sonó a secas, aunque no me preocupé por algún tipo de descortesía, ya que mi inconsciente se había encargado de la apoyatura correcta de los ojos.
No se puede decir que Cuba esté bien, ni regular. El caso de la doctora Hilda Molina, quien obtuvo una carta de libertad para viajar a Argentina luego de quince años solicitándola, me venía como anillo al dedo.
-Sí, sí, ha sido inhumano ese castigo a la neurocirujana-comentó mi acompañante casual.
-Pero, te digo una cosa. No te extrañe que Hilda regrese-. Y ahí quedó desconcertado el interlocutor.
Todavía lo mantengo. No fue una idea loca la que solté. Sé perfectamente que el miedo que nos siembran es muy grande. No olvidemos que la doctora tuvo que firmar una carta dirigida a Raúl Castro en la que se comprometía a volver.
Ojalá que no mire atrás, por su propio bien.
3 comentarios:
He pasado varias veces por aquí. Coincido contigo, nos atan de mil formas. Alguna vez firmé una carta también, ¿sabes? luego regresé a pedazos y pasaron cosas hasta llegar aquí, a este espacio en el camino donde me pregunto próximamente adónde iré. Pero Hilda tiene muchos años y con la edad uno se afianza a espacios personales, aun con miseria y mordaza.
yoyi, buenísimo post. es como que la gente sólo pregunta lo mismo como si uno pudiera dar una respuesta diferente.
me encantan los nuevos cambios, y la foto de maría es muy linda.
besos
Gracias a Kerala y grettel. Kerala. pasé por tu blog y dejé un comentario sobre "Manteca". yo también escribí algo sobre esa obra. un saludo.
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