sábado, 11 de julio de 2009

La rumba ajustada



Después del telediario de media tarde, en mi casa caía Fama ¡a bailar! ,un reality show bastante suave que nos impulsaba a mi mujer y a mí a continuar trabajando de cinco a ocho y media.
Digo “caía” porque ya terminó el refresco.
Lo emitió la cadena Cuatro y nos enseñó que el género se puede llevar discretamente, sin que parezca lo que es. Porque, en este caso, academia mediante –o sea, el encierro de los concursantes, que está de moda-, una manifestación artística fue la protagonista, fue el sustento, el zumo, cosa rara en las televisiones de hoy en día.
Y puedo asegurar que por dentro había tela, bastante tela, y es lógico: eran jovencísimos de alrededor de veinte años, con todo lo que se desea a esa edad.
Había, por demás, tres cubanos en el reparto.
¡Uf, la danza y Cuba tienen mucha química!
Aunque había una profesora y coreógrafa en esa parte de la cubanidad –sensual, explosiva, abarcadora del tópico visual de lo que, a priori, envuelve al Caribe-, se contuvieron las ganas de hacer del programa un patio particular. Solo de vez en cuando la fabulosa coreógrafa –se llama Marbelys, de la generación Y -, mezcló con buen gusto una rueda de casino y otra de la chancleta, disfrazados propósitos de sudar lo nacional en la corta distancia.
Se puede decir que en esta ocasión los practicantes amarraron el chovinismo.
Le temo mucho a eso. Como también me dan mucho repelús los estereotipos.
Hasta que vuelva Marbelys –con toda su elegancia en los montajes de Lírico-, estaremos pensando en cómo enlazar las tardes de cada día, con las durísimas arrancadas del sofá y el café haciendo de aromatizante.
También recordaremos a los otros dos paisanos de esta edición de Fama… que, siendo tan jóvenes, lograron ajustarse a unas normativas de discreción y boca callada, bajo firma. Ya sabemos que replicar no vale en estos concursos televisados, porque así no hay riesgo de que se vea lo que no se quiere dejar ver.
Los cubanos, por lo general, somos demasiado orgullosos. En no pocas ocasiones se nos van las manos. Y los pies. No estamos acostumbrados a vivir en un mundo competitivo en el que las cosas muchas veces se resuelven con frialdad, desapasionadamente hablando. Zancadillas tenemos todos los que vivimos aquí, nada más salir a la calle y bajar al metro.
A Karel (en la foto de arriba) –bailarín de escuela, con magníficas líneas en lo contemporáneo- le quedó un premio en metálico por figurar dentro del equipo ganador. Y a Eli –santiaguera donde las haya, leve, a quien sus compañeros apodaron La Gacela-, estar allí le propició una llamada telefónica para invitarla a llenar la portada de Interviú. Yo no me atreví a ilustrar este texto con su desnudez para no tocar los ángeles que uno tiene en la cabeza. Pero ofrezco el enlace.
Me alegra comprobar cómo nos vamos integrando sin que nos aniquile aquello que llamamos insularidad. A veces, ese término solo nos sirve de escusa.


Notas: Para ver a Eli pinche aquí

Para ver a Marbelys pinche aquí

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