
Mucho antes de que existieran las redes sociales en internet, José Antonio Roche, alias Villico, tenía organizada una sorprendente cadena de amistades a lo largo y ancho de la isla de Cuba. Se pudiera decir que este guajiro natural, nacido y criado en el centro del país, fue un precursor de los enlaces humanos más inverosímiles teniendo en cuenta que allí el correo postal funcionó siempre con absoluta lentitud. Pero su desafío a las comunicaciones se basó en las tradiciones orales, en la verborrea abundante latinoamericana cuya retórica ha facilitado la conservación de un léxico perdido hoy por hoy en España, la región matriz.
Como los antiguos aedos y rapsodas, su arma de “ataque” ha sido siempre la palabra viva, almibarada todavía más en largas conversaciones telefónicas que se producían enlazando “centralitas” analógicas de punta a punta del territorio nacional, sumando monedas cuando la operadora daba la señal de Adelante.
Cuando creció, dejó rastro como decimista, improvisador popular que en Cuba mezcla la poesía naiff –no pocas veces con altos vuelos líricos- y la épica de los campos agrícolas. Pero rápido se desmarcó del tinte político de este tipo de repentismo cuando se dio cuenta de que lo suyo era el quehacer social. Así que se trasladó a la capital en busca de un puesto como actor profesional.
En los años ochenta lo conocí cuando, recién graduado del Instituto Superior de Artes Escénicas, Roche buscaba alguien para compartir piso; sin dudas un precursor también de las oleadas de estudiantes alquilados en La Habana. Entonces, era uno de los fundadores del fabuloso grupo humorístico Sala-Manca, ese equipo de creadores escénicos que retrató desde la sátira la situación compleja e insufrible de nuestro país.
Viajamos en un tren por toda la isla presentando el espectáculo Cadáver Exquisito –yo iba como periodista novel y operador de sonido-, en aquellos momentos en los que aún quedaban posibilidades de organizar una gira itinerante con hoteles pagados por los gobiernos locales. Fue una aventura excitante.
Al llegar a Santiago de Cuba y alojarnos en un hotel de la calle Enramada, salí a dar una vuelta por el parque central para acomodar la vista. Al verme distinto por el corte de pelo o no sé qué otra cosa, una muchacha se me acerca y me pregunta si yo era de la capital. Le respondí que sí. Entonces me dice:
-Ah, allí tengo un amigo. No sé si lo conocerás. Se llama Roche.
La Habana tiene una población de dos millones y medio de habitantes. ¿Sería mucha la casualidad?
A mediados y finales de los 90 emigraron miles de cubanos. Entre ellos, José Antonio Roche y este que escribe. Siempre supe que Roche estaba en algún paraje de Andalucía, pero su ubicación exacta no la descubrí hasta la semana pasada cuando vi en España Directo, un programa de asuntos sociales, que entrevistaban a una pareja que había quedado aislada en un cortijo de Granada, producto de intensas lluvias. El que hablaba era él, el mismo mensajero del amor que no escatimó en palabras para hacerse, sin querer, uno de los hombres más famosos de Cuba. Por supuesto, después del dictador, otro que ha utilizado la verborrea a su antojo pero con fines mucho menos dulces.
Foto: Riko Caballero. El grupo humorístico Sala-Manca en la entrada del Cementerio de Colón. De izquierda a derecha, Oscar Bringas, Leonardo de Armas, Jorge Luis González, José Antonio Roche y el director Osvaldo Doimeadiós.
Como los antiguos aedos y rapsodas, su arma de “ataque” ha sido siempre la palabra viva, almibarada todavía más en largas conversaciones telefónicas que se producían enlazando “centralitas” analógicas de punta a punta del territorio nacional, sumando monedas cuando la operadora daba la señal de Adelante.
Cuando creció, dejó rastro como decimista, improvisador popular que en Cuba mezcla la poesía naiff –no pocas veces con altos vuelos líricos- y la épica de los campos agrícolas. Pero rápido se desmarcó del tinte político de este tipo de repentismo cuando se dio cuenta de que lo suyo era el quehacer social. Así que se trasladó a la capital en busca de un puesto como actor profesional.
En los años ochenta lo conocí cuando, recién graduado del Instituto Superior de Artes Escénicas, Roche buscaba alguien para compartir piso; sin dudas un precursor también de las oleadas de estudiantes alquilados en La Habana. Entonces, era uno de los fundadores del fabuloso grupo humorístico Sala-Manca, ese equipo de creadores escénicos que retrató desde la sátira la situación compleja e insufrible de nuestro país.
Viajamos en un tren por toda la isla presentando el espectáculo Cadáver Exquisito –yo iba como periodista novel y operador de sonido-, en aquellos momentos en los que aún quedaban posibilidades de organizar una gira itinerante con hoteles pagados por los gobiernos locales. Fue una aventura excitante.
Al llegar a Santiago de Cuba y alojarnos en un hotel de la calle Enramada, salí a dar una vuelta por el parque central para acomodar la vista. Al verme distinto por el corte de pelo o no sé qué otra cosa, una muchacha se me acerca y me pregunta si yo era de la capital. Le respondí que sí. Entonces me dice:
-Ah, allí tengo un amigo. No sé si lo conocerás. Se llama Roche.
La Habana tiene una población de dos millones y medio de habitantes. ¿Sería mucha la casualidad?
A mediados y finales de los 90 emigraron miles de cubanos. Entre ellos, José Antonio Roche y este que escribe. Siempre supe que Roche estaba en algún paraje de Andalucía, pero su ubicación exacta no la descubrí hasta la semana pasada cuando vi en España Directo, un programa de asuntos sociales, que entrevistaban a una pareja que había quedado aislada en un cortijo de Granada, producto de intensas lluvias. El que hablaba era él, el mismo mensajero del amor que no escatimó en palabras para hacerse, sin querer, uno de los hombres más famosos de Cuba. Por supuesto, después del dictador, otro que ha utilizado la verborrea a su antojo pero con fines mucho menos dulces.
Foto: Riko Caballero. El grupo humorístico Sala-Manca en la entrada del Cementerio de Colón. De izquierda a derecha, Oscar Bringas, Leonardo de Armas, Jorge Luis González, José Antonio Roche y el director Osvaldo Doimeadiós.
Nota: Busqué en Facebook y lógicamente Roche está, pero no tengo claro si donde vive actualmente tenga contratada la internet. Vea el video y saque usted sus propias conclusiones. Queda demostrado que la cabra siempre tira para el monte.