miércoles, 18 de agosto de 2010

El viaje de Silvia. Retrospectiva



Ruido, mucho, mucho ruido (I)

Pocos días antes de que comenzaran las Fiestas de Gracia, Silvia tomó un avión nocturno con destino a Copenhague. Se marchaba con los nervios a flor de piel y con la ilusión de que, algún día, la vida la ayudara a establecerse aquí durante un tiempo, sin forzar nada, porque no es mujer de caprichos aunque a veces parezca una niña.
Caía una tormenta de verano en el asfalto del aeropuerto del Prat. Cielo negro y lluvia intensa por los cuatro puntos cardinales. El avión de Transavia estaba colocado en la puerta de embarque esperando a que dieran la orden de salida desde la torre de control. Silvia había comprado turrones españoles –duros y blandos, los dos tipos fundamentales- para regalar a sus amigos en Malmö, la cuidad donde vive hace más de diez años. Sentada en una sala de espera semi desierta –no, no estaba desnuda-, sus pensamientos se iban hacia el barrio de Gracia, aquel rincón de Barcelona donde se tomó un café observando a la gente y donde le hubiera gustado alquilar un apartamento. Fue Gracia el sitio más revolucionario, por así decirlo. Los bares de la Plaza del Sol, abiertos de par en par desde que amanece y hasta las tres de la madrugada, se le cruzaban en el pensamiento porque precisamente allí dejó sus miradas más profundas, en el ambiente pueblerino y a la vez moderno de ese lugar.
Es cierto que Gracia tiene su gracia. La principal, haber sido absorbido como barrio por la gran Barcelona, por la gran ciudad, y permanecer con sus fiestas particulares en agosto brindando el mayor espacio de concentración de jóvenes en estas fechas. Es una acción recíproca: dar y recibir con las puertas abiertas. Sus calles adornadas, listas para el fallo de un jurado especialista en estética del reciclaje, soltaron riendas a la imaginación, pocos días después de que el avión de Silvia despegara en un impasse de la tormenta aquella. Miles de personas, fiesteros, bebedores, ligones, noctámbulos se reúnen entre las mesas que están en las travesías apretadas de Gracia. Hay orquestas mayores y menores en cuanto al formato. Son, a veces, callejuelas angostas las que mejor diseño tienen, las más movidas y las más populares. Hay que verlo todo, caminar hacia arriba y hacia abajo buscando un tema expuesto al aire libre.
Es arte efímero construido con botellas de plástico, cartón y acuarelas. Colgado de hilos finos como si estuviera colgado del cielo. Hay ruido, mucho ruido, como diría Joaquín Sabina en una canción. Gracia es un museo que atrae a cientos de turistas con ganas de estirar la noche al máximo. Han puesto urinarios portátiles muy cercanos a las cantinas donde está recostado el beodo más trivial, el contentillo que piensa que esa es la última noche de su vida y al día siguiente piensa igual.
Pero hay gente que vive en Gracia y en verano se marcha. Están hastiados de tanta algarabía, del olor a cerveza que transpira la multitud y, en fin, de la juerga interminable de esas calles durante una semana. Tal vez Silvia no conozca este pequeño detalle del barrio que más le gustó. Tal vez Silvia, si viviera aquí, aprovechara estas fechas para visitar amigos en Malmö, llevarles turrones de almendra y botellas de horchata escondidas en la maleta que acaba de facturar.

(Continuará…)


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4 comentarios:

Silvita dijo...

Ay qué bonito... sonrisa y espera a ver qué más.

Estoy enfermita ahora... no sé qué virus me tiene la cabeza pesada y casi ni hablar puedo (!). Tampoco tragar, eso es lo malo.

Un beso y abrazos ricos a los dos.

Jorge Ignacio dijo...

Uf, que te mejores, viajera. Trataré de contar la historia de atrás p'lante. besos.

Eduardo dijo...

¿Dime? Ilustre, Asi mismo es, Gracia tiene su Gracia...
Saludos para Ti y Mari.
Eduardo.

Jorge Ignacio dijo...

Brother: tu balcón, tu antiguo balcón estaba lleno de guindalejas. no hubieras podido salir ni a fumar. te envío una foto. saludos.