viernes, 20 de agosto de 2010

El viaje de Silvia. Retrospectiva



Un deber sagrado (III)

Lo prometió y lo cumplió la penúltima noche, cuando los cuerpos “cansados” por el oleaje mediterráneo daban todo por cerrado. Pero ella sabía –intuía seguramente- que la combinación entre el mar y el templo de la Sagrada Familia podría ser algo místico, irregular. Como las piedras tocadas por el maestro Antoni Gaudí.
Así que no se rindió, ni siquiera cuando estaba sola dejándose bañar por un agua azulosa distinta a la del norte, que es, esta última, el agua suya por ahora. Disfrutaba de un mar cálido y bastante tranquilo, que le quedaba a mitad de camino entre el Caribe y el Báltico. Se sumergía como un delfín buscando piedras, cristales o lo que fuera capaz de identificar ese fondo marino con el que había soñado alguna vez. Antes de caer el sol –en verano el astro rey se esconde a las nueve de la noche-, dijo que era hora de irnos a visitar por dentro el impresionante templo de Gaudí, antes de que nos cerraran las puertas y este viaje de reconocimiento se le quedara trunco.
Mi mujer y yo vivimos aquí. No sentimos la urgencia de Silvia, pero la entendimos. Así que nos marchamos también a quitarnos la sal del cuerpo y entrar, ya vestidos, en otro mundo. Silvia nos invitó. En su mente estaba el donativo simbólico para la terminación de una obra hecha enteramente con prestaciones públicas, desde que comenzó a finales del siglo XIX y hasta que concluya en 2030, según se cuenta a todas voces. Silvia quiere venir dentro de veinte años a la primera misa que se ofrecerá en el ámbito de la capilla central. Nos invitó también a reencontrarnos en esa fecha. Estaremos mayores y nos daremos un baño en la playa ese mismo día.
Todavía está por erigir la torre mayor, la que, a 170 metros, llevará una cruz encima y estará dedicada a Jesús, esa que, según quería Gaudí, verán los marineros a lo lejos cuando se aproximen a Barcelona. Aunque también verán otras torres que no estaban en los cálculos del arquitecto, vigías hipermodernas regadas por toda la ciudad que nada tienen que ver con la piedra esculpida.
Silvia prometió traer unos prismáticos en el próximo viaje. No quiere perderse ni un detalle de los cientos de miles que tienen incorporadas las dos fachadas fundamentales construidas. La fachada alegórica al Nacimiento de Jesús es puro barroco adornado con figuras de animales y flora universal. La cara del templo dedicada a la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Cristo es otro mundo diferente, matizado por unas columnas oblicuas que parecen tendones; es más despejada a la vista e incorpora unas esculturas futuristas –parecen sacadas de La Guerra de las Galaxias- que ha realizado el artista catalán Josep María Subirachs. Y a mediado de las torres de esta cara, como flotando y observándonos, Jesús resucitado, sujeto a un arquitrabe como es de suponer, aunque el empalme no se pueda apreciar.
Silvia sucumbió ante la belleza de la bóveda central, los miles de detalles que hay por dentro relacionados con la naturaleza. Ella tenía razón: no debía irse sin ver el interior de un templo sui géneris visitado a diario por cientos de turistas, sobre todo japoneses, que son los mayores partidarios del mundo aparentemente loco de Gaudí. El interior del templo merece una hora o más para ser apreciado en su totalidad. Hay dentro balcones modernistas que parecen tribunas, columnas espectaculares en forma de tallos estrellados, y el techo ilusoriamente vegetal, repleto de hojas engarzadas, superpuestas, todo un alarde arquitectónico que ha costado lo que ha costado: Muchos años de espera. Eso sí, con los espectadores dentro, mezclados con los obreros, albañiles, cristaleros, arquitectos.
Cruzar la frontera de esa puerta sagrada era una experiencia que Silvia no quería perder, más allá del donativo para las obras, que de por sí es un acto callado y altruista que llevaremos de por vida los visitantes. Pero el mundo interior de esta mujer está a la altura de ese templo. Lo puedo asegurar. Ella es mística, con un gran conocimiento bíblico además. Salió de allí emocionada y luego se horrorizó cuando le dije que, justo a un costado del templo, a pocos centímetros, están perforando ahora mismo un túnel por donde pasará el tren de alta velocidad que pretende enlazar España con Francia. El tren raspará los cimientos de la Sagrada Familia; no es mentira, aunque cueste creerlo.

(Continuará…)

Foto del autor
Detalle escultórico de la fachada dedicada a la Pasión de Cristo. Es, digamos, la portada nueva. Se nota por el color blanquecino de la piedra. La otra fachada, más oscura, ya estaba concluida cuando el gran arquitecto Antoni Gaudí murió atropellado por un tranvía en 1926, a los 74 años de edad.

Nota: Este texto lo escribí pensando en mi amigo Joaquín Borges Triana, periodista y escritor cubano, invidente, a quien intenté describirle in situ esta maravilla arquitectónica. En aquel momento no me salían las palabras y le dije a Joaquín que el templo parecía una vela derretida.

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