En el restaurante La Casita, en la Calle 8, donde el equipo de Cubanet almorzó con Orlando Luis Pardo, hay un variado menú cubano; camareros diligentes y una sencilla decoración, diáfana, que se parece, salvando las distancias, a El Potín de la calle Línea, en La Habana.
Nos tocó una mesa redonda –así y todo la pasamos bien- sin cristal, lo cual obligaba a no poner mantel, algo raro, pero fue así. Orlando Luis Pardo dijo que mejor sin mantel. Comimos directamente con el plato sobre la madera, excelentes raciones preparadas en lo que podría ser la mejor cocina de la mejor fonda de la vieja capital. El aspecto del bloguero, poeta, narrador, comunicador, tuitero, provocador, iconoclasta disidente iba con el tema de la mesa redonda sin mantel. El equipo de redacción pasó del postre, pero él lo reclamó sin vergüenza: casquitos de guayaba con queso crema.
Marcaba así una posición, o al menos un sentido de la identidad que los que viajamos y vivimos un tiempo en Europa hemos perdido. Es un postre demasiado pesado para una persona exiliada mayor de 40 años, pero, obviamente, ese no es su caso.
El almuerzo transcurrió entre preguntas y respuestas y una incontrolable comunicación a través del celular –texteando, como el común de los miamenses- por debajo de la mesa. Orlando Luis tiene oficio para hacer varias cosas a la vez sin perder el hilo de la conversación.
Lo despedimos poco antes de que marchara a Pittsburgh y le dejamos un cuestionario que respondió de manera remota.
Como bioquímico, lograste escapar del Polo Científico de la dictadura, un lugar donde los profesionales son un poco más mimados que otros, pero también más controlados. ¿Por qué lo hiciste y por qué te convertiste en comunicador?
No escapé, el miércoles 7 de abril de 1999 me sancionaron y expulsaron del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de La Habana (CIGB), por tener intenciones de traicionar a la institución (emigrar sin el debido permiso laboral) o algo así.
Ese sitio era una isla de capitalismo Made in Castro. Nos llegaban las revistas científicas norteamericanas en el mismo mes en que se publicaban. Los reactivos químicos eran todos del Primer Mundo, incluidas empresas privadas de USA.
Me vi en la calle. Hacía ya años que escribía ficción, desde el Preuniversitario. Y aposté en serio a ese caballo. Traté de romperlo todo, hasta el lenguaje. Nunca pretendí comunicar nada, sino escandalizar, espantar.
En los años siguientes, logré ganar cuatro concursos nacionales de narrativa y publiqué mis libros Collage Karaoke (2001), Empezar de Cero (2001), Ipatrías (2005), y Mi nombre es William Saroyan (2006). Ya listo para ser impreso mi quinto libro Boring Home por la editorial Letras Cubanas, fui chantajeado por el presidente del Instituto Cubano del Libro, Iroel Sánchez (luego defenestrado por el entonces Ministro de Cultura, Abel Prieto): en una reunión gritó con un puñetazo estaliniano que yo nunca más volvería a ser un autor en Cuba mientras no clausurara mi blog LUNES DE POST-REVOLUCIÓN (inaugurado en septiembre de 2008).
Con gusto hubiera aceptado aquella coacción, pero me pareció una idea excelente no volver a ser un autor en Cuba, así que seguí con mi blog (orlandoluispardolazo.blogspot.com). Gracias, Iroel Sánchez, por tocar la flauta por casualidad.
¿Cómo se logra perder el miedo a la represión, a la tortura sicológica y física, al control absoluto de la dictadura?
Nunca se logra perder el miedo, aunque no creo que yo tenga más miedo que, por ejemplo, un funcionario en sus finales como Iroel Sánchez. El frío en el alma permanece para siempre, él bien lo sabe, y esa “psicatriz”, lejos de cerrarse, resulta más y más traumática con el tiempo. El miedo lo han sentido casi todos en Cuba, desde aquel “poeta, pobre y pájaro” de los años sesenta (como Virgilio Piñera se autodefinió), hasta algunos jerarcas de las iglesias cubanas de hoy, aunque estos no sean “poetas” ni “pobres”.
El control se controla con control. O sea, repitiendo la palabra hasta que pierda su sentido y suene a fórmula farmaceútica: control 0,1%… No tener nada que ocultar: decirlo todo a todos, todo el tiempo. Reunir la osadía de navegar contra cualquier consenso, incluida la necia noción de cubanidad, ese cadalso. Comportarnos como seres moleculares, no pertenecer a ninguna estructura que pueda ser implementada desde los órganos de poder. Hacerse impredecible e intempestivo, pero sin perder, además del ingenio innato, cierto toque de ingenuidad. Desear mucho algo, estirar las manos con estilo hacia ese “algo” puro que se llama ilusión. Amar la vida, no la lógica criminal del Estado, ansiar llegar a un futuro después de Fidel (no hay futuro después de Fidel, la fatalidad nunca es efímera). Amar el amor (el amor es la única estaca de madera contra los fantasmas fieles del fidelismo futuro).
¿Tuviste algún vínculo con Cubanet más allá de la lectura?
Una novia que tuve entre el 2002 y el 2003. No revelo su nombre por razones obvias de respeto a su privacidad, pero por entonces ella comenzó a publicar muy entusiasmada en Cubanet. Usaba seudónimos disparatados que aún no me explico cómo se los aceptaban (Estados Unidos es un país muy grande): Tamina S. Cué, Agnes Cuba, Ludmila Volapukova, qué sé yo… Me retaba a usar yo mismo esos seudónimos y, en verdad, me estaba regalando, como antes lo había hecho Iroel Sánchez, una idea genial: intentar una esquizo-literatura local, perder el rostro en cada texto, ser siempre otros, buscar el fracaso y el repudio como clave del éxito ante la manada. Hoy mi novia también ha emigrado a Chile (por cierto, se parece bastante a Camila Vallejo) y yo espero podernos re-encontrar en una aurora boreal de Alaska, territorio que recomiendo a todos los cubanos libres del mundo.
No insistan con la Isla.
La Isla es de Iroel. Socialismo a lo Sánchez.
Ahora que has recorrido buena parte de Estados Unidos, y has constatado la diversidad, la libertad individual, la libertad de pensamiento y expresión en las universidades, ¿qué visión te has formado más o menos del mundo?
¿Cómo sabes que he constatado todo eso? Me has arrinconado contra las cuerdas de la democracia.
En cualquier caso, la conclusión más impactante es que el sistema universitario de Cuba es casi gratis, pero es privado. Dentro de la islita no se acepta la asistencia del público a los eventos, como he visto aquí. Los programas allí son camisas de fuerza y la libertad del profesorado es casi ilegal, sobre todo en las carreras de corte intelectual. Las universidades cubanas son filiales del Ministerio del Interior y, como tal, sus intercambios culturales debieran ser con instituciones militares y no con las académicas del mundo (o sea, de los Estados Unidos, a donde los jerarcas de la izquierda insular les encanta venir a pavonearse de liberales, sea Rafael Hernández o Miguel Barnet: el único sincero sería Iroel Sánchez, que no quiere viajar más allá de su enciclopedia en silla de ruedas, Ecured).
El mundo es uno. Reforestar la diversidad, la libertad individual, la libertad de pensamiento y expresión en Cuba es estadounidizar a nuestro país. Esa es mi visión.
En conversación contigo se nota cierto compromiso con Cuba, con la nación, que en definitiva somos todos, los de adentro y los de afuera. Hablas como si pensaras en volver. ¿Es cierto esto?
Volver es imposible. Nunca me fui. Aunque no puedes regresar a tu hogar, no existe ese sitio donde fuiste feliz. Cuba está aquí, por ahí, no allá. La diáspora es un concepto mucho más nacionalista que la nación. Mi compromiso es con los cubanos, no con Cuba.
En las calles calcinadas de la capital cubana, en medio de un activismo social atroz, me he sentido el hombre más solitario de la historia. Un testigo tétrico que ahora ha visto la belleza de la patria en un bosquecillo gris de Wisconsin. Y ha respirado la paz civil de los míos en los rayos lilas de una puesta de sol en LA. Y ha sido inmortal y ha llorado de cubanía ante el verde verdadero de las carreteras de North Carolina (en el trópico, la demasiada luz abole los colores). Y que en Washington DC entendió que el castrismo es ubicuo. Y que Manhattan se parece más a La Habana que la propia Habana, empezando por el idioma. Y que sólo Miami no se parece tanto a Cuba, porque hay menos cubanos libres de Cuba que en los Estados Unidos.
Nota: Esta entrevista se publicó originalmente en www.cubanet.org
Foto: Armando López
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