martes, 4 de febrero de 2014

Yoani, una alternativa ante la ausencia de monarquía


Si es que cabe la expresión, porque el castrismo actúa como realeza, aunque con mucho menos talante

En el contexto español, que lo tuve a mano varios años, me inscribiría como republicano pero no comunista, de ahí que me gustaría que quede claro lo antimonárquico que soy.  Un catalán muy cercano que es independentista –esto quiere decir que no cuenta con la realeza para su proyecto de país-, un día vino a verme muy excitado: Doña Letizia, antigua colega, le había invitado a su boda con el príncipe. Podía llevar una persona acompañante.
Rápidamente, se dispuso a buscar un sastre.
Nunca entendí –o sí, pero no quise echárselo en cara- cómo alguien que goza de absoluta libertad en un Estado de Derecho puede tener doble moral.
El caso es que España aún no ha cambiado tanto como parece. Y es fácil entender por qué.
Parece ser que no pocos ciudadanos todavía están agradecidos al Rey, por el papel que desempeñó en la transición de gobierno, luego de 40 años de franquismo. Fue modélica esa transición si tenemos en cuenta el férreo control del caudillo y las innumerables muertes que todavía están en discusión, no las muertes como tal, sino la apertura de las fosas comunes a la vuelta del tiempo.
Por una parte, los dolientes directos quieren enterrar decentemente a los suyos,  y por otra, los que no son dolientes dicen que eso sería revolver el pasado.
Nadie se imaginaba que, después de otros casi cuarenta años de la muerte de Franco, volverían encontronazos políticos tan fuertes como los de la posguerra. Esto da la clara medida de lo polarizado que está el país.
Una herida cerró en falso a pesar de que la monarquía y los ejecutivos que la han rodeado hasta ahora hicieron grandes esfuerzos para que la sociedad civil viviera en paz: Por ejemplo, procuraron que los dos bandos tuvieran cabezas visibles en la transición y en lo adelante. Un franquista, Manuel Fraga, como presidente de una comunidad autónoma, y luego senador, de derecha, por supuesto. Un comunista, Carrillo, como consultor principal de todo lo que fuera la izquierda española, un muy televisivo señor. Ambos muertos hace poco y no precisamente en el ostracismo.
Y para rematar, como quien no quiere las cosas –hay que olvidar, señores, por favor-, la nietísima de Franco en concursos de la tele donde confluye la crema y nata del glamour.
Nadie se iba a imaginar que viniera una crisis económica fuerte y en la sociedad civil se echaran a ver ciertas y determinadas cosas.
En resumen, la modélica transición española de la que tanto se habla sí se aprovechó de la monarquía, pero la realeza se lo ha cobrado, y con creces.
Cuba, el país que nos tiene rotos en pedazos por mucho más tiempo que el que duró Franco, está enredado de mala manera. Es obvio que si Fidel Castro hubiera entregado sus poderes cuando cayó el Muro de Berlín, hace la friolera de 25 años, y no transferido como hizo con su hermano menor, las cosas no hubieran llegado tan al límite como ahora. Pero fue egoísta el dictador de la isla y, enfermo de poder, prefirió tirar un tiempecito más.  Está clarísimo que él, ególatra y terco, no iba a propiciar la transición, ni siquiera creo que la esté favoreciendo ahora que es una piltrafa sin el más mínimo sentido del ridículo.
En estos momentos debe haber fuerzas internas sacando la cuenta de que, mientras más demoren un cambio de sistema, peor sería la maniobra, a tenor con los acontecimientos que tuvieron lugar en Europa oriental con la caída del Telón de Acero.
El poder en Cuba está tan asfixiado con su propio estiércol que lo tiene muy difícil para hacer creíble un cambio verdadero, y lo peor es que, para quedarse la familia Castro  colocada –las nuevas generaciones de esa cepa - necesita un mediador que no tenga nada que ver con los militares de antaño, porque un monarca aclamado por un pueblo que se educó en tales tradiciones, desgraciadamente no tiene.
 Esa es, tal vez, nuestra segunda peor desgracia.
La figura de Yoani Sánchez –joven, seria, discursiva, mordaz escribidora- podría desempeñar un rol mediador entre una dictadura pasadísima de rosca y un país devastado psíquica y materialmente, un país con una posición geográfica estupenda y un nombre que viene sonando a nostalgia desde el fin de la Guerra Fría.
La mediática bloguera  acaba de anunciar la próxima aparición de un periódico disidente dentro de la isla. O sea, un cuarto poder luchando contra otros tres concentrados en una casta anquilosada. Si eso ocurre –y suponemos que una gente tan seria como ella no sea capaz de marear la perdiz más de lo que está-, estaríamos asistiendo al comienzo de una transición con mediador que estaría buscando limar asperezas en la parte dolida de esta historia.
Porque queda claro que tendremos que hacer algunas concesiones.
Con el ejemplo de España podríamos evitarnos el disgusto de abrir tumbas al lado de una cuneta treinta años después del cambio. Para que esto sea así, los encargados deberían velar por que no haya figurantes que alimenten la nostalgia.
En un caso como el nuestro, sería preferible un borrón y una cuenta nueva.

Texto publicado originalmente en www.cubanet.org



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