lunes, 8 de octubre de 2007

MP3



Durante años estuve negado a montarme en el tren de la revolución tecnológica, pero sólo en los apartados que perjudicaran mis intereses personales. Como mismo compré rápidamente el reproductor de DVD para el ámbito doméstico, el de MP3 portátil tardó en llegar a mi vida bastante tiempo. La razón principal era -¡uf, tengo que hablar en pasado!- que me perdía el sonido ambiente con los cascos puestos.
¿Si ya me había resistido sin doblegarme jamás al aparato itinerante de disco compacto, por qué iba a tentarme el archiconocido MP3? Soy devoto de los espacios abiertos, de los desplazamientos de la gente, de sus conversaciones más rutinarias, del sonido de las puertas, del de los pasos con tacones –lejanos o no-, de la musicalidad armónica de las máquinas, del murmullo del tráfico urbano –ese run run pertinaz e impertinente si quieres escuchar otra cosa-; soy un “enfermo” de los ruiditos singulares de las cremalleras –en Cuba se les llama zíppers-, de las tapas de los estuches para gafas, de las polifonías de los tonos en los teléfonos móviles, personalizados y –como los perros y sus criadores- muy semejantes a sus usuarios; del llanto o la risa de los niños, de los regaños de sus padres, de la comunicación verbal, en fin, que se lleva hoy en día. Con los cascos, obviamente, me lo perdería todo. (¡Vaya palabra dura para nombrar unos auriculares!).
Con el tiempo comencé a tener menos tiempos para mí, y perdónenme el pequeño trabalenguas. Esto me llevó rascarle al señor implacable, a Cronos, una milésima de segundo, casi a arrebatársela. Mis viajes en transportes públicos dejaron de ser un paseo para convertirse en traslados obligatorios, con el cuerpo roto después de ocho horas demoledoras de cara al público. Paralelamente, bajaron los precios de los diminutos reproductores de MP3. Y, como sumatoria, ahora resulta que también los vendo.
Hay personas mayores a las que regalo vocalmente esta historia mientras les suministro una radio convencional de sintonía analógica, si es que la tienda no está muy llena y tomé antes el fharmaton complex, que es un reconstituyente para levantar el ánimo junto a un trago de café. Eso supongo, no lo puedo asegurar.
Los viejecillos me miran con los ojos como platos asombrados de hasta dónde ha llegado la tecnología, mientras les narro en el nivel más elemental posible el principio de funcionamiento.
A los jóvenes como yo –permiso, señor Cronos-, les sobra la explicación. Llegan a comprar directamente. Hace poco vendí un MP3 a una muchacha con gafas que tenía más o menos mis años, quien recién se incorporaba a la avalancha de la incomunicación personal, a la cual se llega, sin dudas, por decisión propia. Se trata de ganar espacios, no en el sentido físico de la palabra, por supuesto.
Le busqué uno bastante atractivo y plano en el diseño, con memoria de un gigabites, y le gasté una broma:

-Antes que todo, te doy la bienvenida a la población abstraída de la cual acabo de ser miembro. Disfrutarás más de tus pensamientos, en la dimensión que desees. Te perderás, eso sí, un piropo a tus espaldas. Pero eso no importa tanto. Tú ten a mano el control de volumen o la pausa por si acaso.

La chica me miró medio confundida, sin poder aguantar una leve sonrisa cándida. Todo el mundo es feliz en el momento de comprar, y también durante el proceso de poner en marcha la primera vez el producto. Leyendo las instrucciones del material también sentimos que descubrimos nuevas experiencias. Esa tarde tuve la dicha de contribuir en el autoregalo –me dijo que era así- de una mujer que se decantó por el formato comprimido de archivos de música.

-¿Cuántos discos le caben a este aparatito?-, preguntó mientras yo le cobraba.
-Los suficientes como para hacer un viaje regional- me salió de golpe-. ¡Ah, se me olvidó decirte lo más importante! –grité cuando ella salía por la puerta-: tiene doble salida de audio; así que lo podrás utilizar en pareja.

Volvió a sonreír.



Otoño de 2007


Nota: La imagen de arriba fue “sustraída” de Las Ramblas, un escenario cotidiano donde las “estatuas humanas” trascienden el resultado plástico para ofrecer un todo conceptual.

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