martes, 2 de octubre de 2007

Corriente alterna



Cierta vez acompañé al médico al señor Coll, de quien hablaré particularmente otro día. Fuimos al oftalmólogo de la seguridad social, en su centro de atención primaria. Allí, como casi siempre ocurre, nos tocó entrar una hora un poco más avanzada de la que indicaba la cita, pero, en cambio, participamos de una junta de vecinos instructiva y un tanto asombrosa. Yo no sabia que en los policlínicos acostumbran a cruzar las salas de espera entre el oculista y el pediatra. Al señor Coll, con 93 años, lo ubicaron en un recinto de atenciones neonatales hasta que lo llamara el especialista, y a los bebés que esperaban su turno, en otro lado frente a la puerta de optometría. Supuse que la idea era motivar a los ancianos para idealizar un viaje a la semilla por unos largos minutos, pero no, era para que los niños no se asustaran con el llanto doloroso de los otros bebés.
Había un silencio tremendo hasta que llegó una chica de unos 30 años con un jolongo en cabestrillo. Primero comenzaron los murmullos a nivel particular, hasta que una señora que iba con su marido rompió el enigma, al parecer movida por la curiosidad que todos los demás teníamos: ¿llevaría un animal atado a su cuerpo? Pero, claro, no estábamos en una clínica veterinaria.

-¿Portas un nen petit?-preguntó en catalán a la chica.
-Sí, una nena. Sólo tiene 24 días.

Y se explayó la joven madre a relatarnos en voz alta y con pelos y señales cómo había sido su parto. En realidad el silencio la llevaba incómoda. Ella estaba rebosante de alegría y quería compartirla, quería echarnos en cara una serie de cuestiones que, por lo menos a mí, me parecieron contracorriente. Había parido en su propia casa el día 24 de diciembre a las 5 y media de la madrugada, y lo había hecho así por deseo propio. Por supuesto, asistida por una comadrona. Previamente al parto, según nos contó, había tomado un curso de cómo dar a luz en el propio hogar, según opciones alternativas y filosóficas al uso que buscan lo natural, o, por lo menos, tratan de acercarse lo más posible a ello. ¿Y si se complica el parto y urge una cesárea? Ya sabemos de antemano que en las zonas rurales e incluso en las urbanas y hasta no hace mucho tiempo iba la comadrona a casa, pero ¿por qué negar la asistencia institucionalizada gratuita? ¿Por solo el hecho de parir a tu medida y además tener la oportunidad de hacerlo de pie? Pero, bueno, en realidad el alumbramiento de la chica no fue lo que más me preocupó, sino su necesidad de gritar a los cuatro vientos que era una madre en producción independiente. Claro que ni siquiera la osada señora que primero la interpeló se atrevió a preguntarle si había localizado unos espermatozoides en un banco de semen, así que nos quedamos con la duda de cómo había sido el proceso de fecundación.
La misma chica se interrumpió para contestar su teléfono. Siguió el mismo tono de voz con el que se dirigía a nosotros. La conversación, después de indicar con lujo de detalles la dirección exacta de su casa –por cierto, vivía en la acera de enfrente del señor Coll- terminó más o menos así:

-Vale, vale, Roser, te espero el jueves...Y, recuerda, ve sola...O sea, con el niño. Pero no lleves a tu marido, que será una fiesta únicamente para las madres.

Bien: esto último me confirmó la sospecha. La chica era una snobista que, ya sea por fracasos personales o por rebeldía antisistema con o sin causa, había
decidido actuar por cuenta propia y había nombrado a su hija Serena que, nunca mejor dicho, sí que lo era. A la niña no le importaba viajar en una bolsa de canguro, y tampoco le molestaba el llanto provocado por las inyecciones. Porque su mamá, como es tan alternativa, la tenía en la sala de espera para oftalmología, o sea, con los ancianos.
¿Y por qué llevarla al pediatra de la seguridad social si, según nos contó la madre, ya Serena tenía su pediatra de cabecera proporcionado por el mismo grupo naturalista?
¿Acaso sería por los medicamentos?
De regreso a casa, el señor Coll me comentó que su vecina estaba de vuelta y media. Para ser mamá por cuenta propia, lo cual es muy loable, me dijo, no hay que ser tan excéntrica. Yo recordé una canción de los Matamoros que es un son y le regalé al abuelito el estribillo, bastante desafinado por mi parte:
“¡Como cambian los tiempos, Benancio! ¿Qué te parece?”.

Nota:
Jolongo : en algunos países latinoamericanos: cesta de tela para recolectar viandas y frutos.


Enero 2006

No hay comentarios: