domingo, 18 de noviembre de 2007

Cuéntame cómo pasó (I)



Un hombre se despedía de la vida alejándose de sus objetos personales. Estaba consciente de su padecimiento azaroso, una enfermedad neurodegenerativa que lo iba consumiendo lentamente hasta dejarle solo respirar, y poca cosa más. Había perdido el habla. Me recibía, no obstante, con una sonrisa. Lo sacaba de la cama cada mañana y lo llevaba a la ducha. Allí, como un niño, obedecía mis ordenanzas aferrado a un hierro sujetador, sentado dentro de la bañera en una silla plástica giratoria. A una voz mía, cerraba los ojos para que no le entrara el jabón. Cuando estaba listo, invariablemente, se resistía para quedarse bajo el chorro de agua. Yo sujetaba la manguera, la regadera, para que él tuviera los momentos de gloria más abstractos de sus días. Se me cansaba el brazo. “¿Ya estás, Jaime?”, preguntaba yo. Me pedía más. Entonces cambiaba de brazo.
Hace poco, una compañera de trabajo me confesó que le costaba encontrar la paciencia a su edad, a los 38. Le expliqué que eso se entrena. Le hice este breve cuento de arriba. Mi colega, que es linda y lúcida, no dijo nada, lo dejó ahí.
Ese día me lo pasé pensando en Jaime. ¿Dónde estará Jaime? Hace años que no sé nada de él. Podría llamar, pero no quiero. Era un septuagenario que tuvo la mala suerte de que la vida se le declarara con un Parkinson a los pocos meses de jubilarse. Había sido un brillante director de área de una importante entidad bancaria de Cataluña. Cuando se marchó a casa a disfrutar de sus nietos y de todo lo que había construido con su seriedad y buen humanismo, sus asociados le regalaron un reloj de oro con una inscripción grabada en el reverso. Una pieza exclusiva que simbolizaba el magnífico resultado de su trayectoria, y, de paso, el cariño de algunos de sus compañeros.
Dormía con el reloj puesto. Una vez, despistado, lo metí en la ducha asimismo. La máquina era tan buena que no tragó agua. Se me quedó instalada en la memoria aquella imagen de su cuerpo totalmente desnudo, encorvado, postrado sobre una silla que parecía un objeto de naufragio incongruente, dentro de un cuarto de baño rosado e impoluto, y en la muñeca de Jaime el reloj vistiendo los años.
Su mujer me regañó por no haberme dado cuenta.
El oro y el tiempo se habían juntado con el agua y habían hecho una cofradía. Jaime no le dio demasiada importancia a la incidencia porque para él las cosas materiales iban abandonando su casa poco a poco. Su cabeza estaba en el chorro de la ducha, recibiendo una cascada de alivio físico y emocional suministrada por mis manos. Llevaba el reloj solo para vigilar los ciclos de la lluvia celeste.
Anoche estuvo de visita un antiguo amigo de La Habana. Lo primero que observó fue un proyector de imágenes bastante aparatoso. Sé calcular, más o menos, el alma de las personas por la observación de esa máquina. Hay quien no dice nada; otros que, simplemente, preguntan qué es ese artefacto, y los que, como mi amigo, inquieren directamente de dónde saqué una reliquia así.

-Me la regaló un anciano que estaba haciendo limpieza. Había pasado de todo, de sus recuerdos, de su familia, de su antiguo cargo profesional…de todo menos del placer que proporciona estar debajo de un chorro de agua. Como puedes ver, está en perfecto estado de conservación. Funciona. En lugar de depositarla al lado del contenedor de la basura, donde me pidió que la dejara, la traje a mi casa. Pesa mucho. Atrae el polvo, pero eso también es señal de vida. Me contaron que unos pequeños automóviles de tres ruedas que quedan por ahí salieron de la refundición del metal con que construyeron los aviones de combate de la Segunda Guerra Mundial. Así que tengo esperanzas de que alguien, algún día, necesite ver sus filmes de ocho milímetros para invitarlo a arrancar este proyector, en memoria de Jaime, donde quiera que esté- concluí la explicación al visitante, con la voz entrecortada.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola!!! Despues de tanta alegria por lo casual del encuentro, me gustaria empezar con una frase."La FELICIDAD no esta en lograr lo que anhelas, si no en valorar lo que tienes". Con esta frace se puede llegar a resumir, lo contado en esta cronica donde se puede sentir lo cruel que podemos ser los "humanos" "sanos" mas interesados por que no se nos estropeen los vienes materiales, que difrutar de los placeres que nos brinda un chorro de agua templada...
Jorge, como comence con una frace megustaria terminar con otra pero en esta oportunidad estaria dedicada a Ti y a la persona que te acompaña. "Los objetivos son los ingredientes que dan proposito a nuestra VIDA".
Saludos, Eduardo.

Jorge Ignacio dijo...

Coincido contigo. Los ingredientes, la materia prima, es lo fundamental. Hay cócteles y cócteles. Un abrazo, Eduardo.

Anónimo dijo...

YOYI;
PARA LEVANTAR ESA MAQUINA SE NECESITA COMER MUCHO CHORIZO, VALE?

SALUDOS ATB
AZ