Hoy observé cómo unas bellas mujeres de la boutique de al lado armaban un arbolito. Combinaron el montaje con el tiempo de labor, entre gente y gente que pasaba, ajenas a mi mirada de paz.
Eran ninfas de la noche ataviadas para salir, con tacones de punta fina, perfumadas, enarboladas con su sexto sentido.
Mientras, en mi tienda, mis compañeras hacían todo lo posible por vender más y mejor, aunque lo segundo sea discutible a todos los niveles. En mi tienda no se erguía un arbolito, sino la malsana circunstancia de competir entre nos, buscando una sumatoria de números que, a fin de mes, se traducirán en dinero. Yo me deleitaba con la escalada del arbolito vecino, copioso, verde fuerte, de mediana estatura. Las miraba a ellas detrás de un cristal, como un filme silente en el que el director es capaz de subtitular lo que se le antoje. Dejé volar la memoria y me remonté a unas bolas de cristal de colores de mi infancia, halladas por sorpresa en un closet de mi casa, abandonadas allí en plena carrera por desmantelar la vida de antes y reiniciar una nueva en otras tierras donde no hubiera triunfado una revolución comunista. Los que olvidaron las bolas de cristal eran los tíos de mi mamá, y sus hijos, que eran los primos de mi madre. Cuando descubrí los cristales esféricos y superfinos, todavía en sus cajas, buscaba otra cosa. Lo cierto es que nunca los instalé, ni los tiré a la basura. Se quedaron donde mismo. Muchos años después, cuando yo tenía unos treinta y pico y el gobierno permitió montar las bolas de cristal, ya no me hacían ilusión. Habíamos crecido sin incorporar las navidades a nuestras vidas, a cambio de unos movimientos de cadera que fueron nuestra danza prioritaria en fin de año, junto con unos alcoholes de extraña procedencia.
La retrospectiva que estaba realizando a mitad de faena en mi tienda no terminó hasta los días de hoy, un presente obligado a motivaciones nuevas que todo el mundo comparte, como es el caso de la navidad. Si las féminas de la boutique contigua dan a luz un arbolito que es símbolo de buena vecindad, ¿por qué el año pasado tuve que pensármelo tanto para instalar uno en casa, con mi mujer que lo deseaba tanto y sin perder ella los nervios?
Recordé un lema que dice que subir lomas hermana hombres (y mujeres, diría yo), y el abeto les servía de nexo a cinco damas que se pasan las tres cuartas partes de sus vidas de cara al público y soportándose más o menos sus biorritmos. Mi mujer tenía razón el año pasado. Hacía falta una descontextualización del tema religioso para darle una oportunidad a la gente para que se una, aunque sea una vez al año.
El árbol creció, se coronó, se expandió por la dulzura femenina de una micro-sociedad observada con lupa a lo lejos por este servidor.
Ya pusieron las luces en toda la ciudad donde vivo y, como siempre, sigo con retraso navideño. No sé qué le voy a comprar a mi mujer, no sé cuándo es la fecha límite para armar el arbusto ficticio de mi casa, no sé por qué tanta gente se vuelve loca comprando cosas. Sólo sé que durante estos días tengo que trabajar más horas y que mis compañeras de equipo están desaforadas con las comisiones.
Eran ninfas de la noche ataviadas para salir, con tacones de punta fina, perfumadas, enarboladas con su sexto sentido.
Mientras, en mi tienda, mis compañeras hacían todo lo posible por vender más y mejor, aunque lo segundo sea discutible a todos los niveles. En mi tienda no se erguía un arbolito, sino la malsana circunstancia de competir entre nos, buscando una sumatoria de números que, a fin de mes, se traducirán en dinero. Yo me deleitaba con la escalada del arbolito vecino, copioso, verde fuerte, de mediana estatura. Las miraba a ellas detrás de un cristal, como un filme silente en el que el director es capaz de subtitular lo que se le antoje. Dejé volar la memoria y me remonté a unas bolas de cristal de colores de mi infancia, halladas por sorpresa en un closet de mi casa, abandonadas allí en plena carrera por desmantelar la vida de antes y reiniciar una nueva en otras tierras donde no hubiera triunfado una revolución comunista. Los que olvidaron las bolas de cristal eran los tíos de mi mamá, y sus hijos, que eran los primos de mi madre. Cuando descubrí los cristales esféricos y superfinos, todavía en sus cajas, buscaba otra cosa. Lo cierto es que nunca los instalé, ni los tiré a la basura. Se quedaron donde mismo. Muchos años después, cuando yo tenía unos treinta y pico y el gobierno permitió montar las bolas de cristal, ya no me hacían ilusión. Habíamos crecido sin incorporar las navidades a nuestras vidas, a cambio de unos movimientos de cadera que fueron nuestra danza prioritaria en fin de año, junto con unos alcoholes de extraña procedencia.
La retrospectiva que estaba realizando a mitad de faena en mi tienda no terminó hasta los días de hoy, un presente obligado a motivaciones nuevas que todo el mundo comparte, como es el caso de la navidad. Si las féminas de la boutique contigua dan a luz un arbolito que es símbolo de buena vecindad, ¿por qué el año pasado tuve que pensármelo tanto para instalar uno en casa, con mi mujer que lo deseaba tanto y sin perder ella los nervios?
Recordé un lema que dice que subir lomas hermana hombres (y mujeres, diría yo), y el abeto les servía de nexo a cinco damas que se pasan las tres cuartas partes de sus vidas de cara al público y soportándose más o menos sus biorritmos. Mi mujer tenía razón el año pasado. Hacía falta una descontextualización del tema religioso para darle una oportunidad a la gente para que se una, aunque sea una vez al año.
El árbol creció, se coronó, se expandió por la dulzura femenina de una micro-sociedad observada con lupa a lo lejos por este servidor.
Ya pusieron las luces en toda la ciudad donde vivo y, como siempre, sigo con retraso navideño. No sé qué le voy a comprar a mi mujer, no sé cuándo es la fecha límite para armar el arbusto ficticio de mi casa, no sé por qué tanta gente se vuelve loca comprando cosas. Sólo sé que durante estos días tengo que trabajar más horas y que mis compañeras de equipo están desaforadas con las comisiones.
4 comentarios:
Hola!!! Jorge...
El concepto de que la Navidad es un tema relijioso, Pienso que es un poco de historia antigua, es mas una campaña al consumo, dirigido y quisas financiado por los grandes almacenes y fabricantes. En realidad las Iglesias no suelen estar tan llenas para "La misa del Gallo" como lo estan los comercios... Yo me quedo con la cara de la moneda contraria a la iglesia.
Saludos, Eduardo.
Saludos, Jorge, y felices fiestas tengan ustedes. Espero que salgas vivo de esta.
Un abrazo desde Mallorca.
Ivis, como estas?
Que tal la temperatura por Mallorca, por aca un frio que chifla hasta el mono, "La Habana esta llena de concipnas"
Saludos, Eduardo...
Como que "Mi Cuba es 100% Cubana" Feliz Navidad para todo aquel Cubano, aunque no sea 100% Cubano, ya llegara el momento en que nos reconoscan como tal...
Saludos, Eduardo???
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