domingo, 4 de mayo de 2008

El estado femenino



LISBOA (Enviado Especial)
Una amiga y compañera de la universidad se enamoró de esta urbe a través de la literatura de Fernando Pessoa. Vivió estas calles hasta el tuétano de los adoquines, si se me permite esta licencia poética un día como hoy, nublado, denso, chirriante. En cuanto pudo, como yo que de cierta manera la imito, saltó de Barcelona hasta aquí para corroborar las sensaciones múltiples del olor, la luz, el trato humano. Cumplió, pues, uno de sus grandes sueños.
Cuando solo nos quedan horas –y una noche- para hacer las maletas, mi mujer y yo nos preguntamos si es preciso volver a Barcelona.
Nos hemos enamorado del cuartucho antiguo –y exiguo- donde reposamos los pies, una habitación con balcón a la calle cuyo privilegio mayor es precisamente la baranda, el hierro oxidado y la sombra que por ahí entra. Tenemos todo lo necesario en un solo ambiente, incluida la ducha que parece una cabina de teléfono.
Un cristal roto –no sé bien si a propósito- de la puerta de entrada nos deja escuchar por las tardes las chácharas de las amas de llave, risotadas y cachondeo vespertino que nos despiertan de un sueño ligero, porque el tiempo, aunque trascurra despacio, nos espera.
Yo sigo pensando que estoy en La Habana, con más comida, obviamente, y más transporte. Ayer descubrí que lo que le da un sabor especial al arroz con mariscos es el cilantro, también conocido en Cuba como culantro. El cerdo entreverado, jugoso, aromático, está en todas las cartas de restaurantes, así como el pescado fresco grillé. Aquí no se escatima con las grasas.
Y la personalidad extrovertida del lisboense, su sensualidad en el decir y en el andar se puede ver en las fachadas de los edificios, repletas de ropa airándose a la vista de todos, algo que en Barcelona, excepto en la Barceloneta, estaría fuera de normativa. Como lo estarían también las imprescindibles antenas parabólicas que apuntan al cielo como amenazas eréctiles después de la siesta.
Hay orden, tiene que haberlo, pero no está expresado en la arquitectura ni en las obras estructurales en general; la gente sabe lo que tiene que hacer y parecen pasar de todo, de casi todo, de los turistas por seguro, dicho esto en el sentido de que no mantienen una impostura.
Si me dieran a elegir un sitio donde quedarme para el resto de la vida, escogería sin lugar a dudas un convoy en dirección a Cascais, salpicado por el extremo litoral de esta tierra, haciendo la sobremesa con la voz sensualísima de una mujer que está en toda la megafonía del ferrocarril luso. No creo que sea imprescindible anunciar la próxima parada con tanta putería, o tal vez sí.


(Foto: Isabelita)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vísperas de tu viaje, te anuncié que te ibas a enamorar de Lisboa, una bellisima ciudad, como tú muy bien has descrito, donde coinciden casas y palacios en ruinas, con casas nuevas, ccon gente de Áfica, con los fados, y su excelente comida.
Me alegro que hayas disfrutado, junto a tu compañera.
Allí, aunque no lo creas, sobrevive como periodista Miguel Rivero (que trabajo en Prensa Latina).

Jorge Ignacio dijo...

Me hubiera gustado conocer a Miguel Rivero y tomarme un café juntos, con mi mujer, por supuesto. Lo leo en Encuentro y, de hecho, preví la posibilidad de que alguien me enlazara con él. Pero no fue así. No quise forzar el abrazo. Para otra ocasión será. Gracias por tu comentario...