viernes, 2 de enero de 2009

Cincuenta noches viejas


Cuando triunfó la revolución, en mi casa había una empleada de Santiago de Cuba; negra, decente, trabajadora, limpia de espíritu y con muchas ilusiones debajo de su almohada. Había traído sus rituales religiosos, junto con una caja de cartón atada con cuerdas de henequén, y dentro había dos mudas de ropas y objetos personales varios, como era esa colección de estampitas de su familia todavía a la vista.
Desembarcó en La Habana hecha una jovencita soltera, aunque demasiado introvertida para buscarse la vida con facilidad. Se colocó en mi casa, antes del año 59, recién construida la vivienda y cuando en ella habitaba toda mi línea materna, unos empresarios del ramo de las librerías que eran los que distribuían en la isla la famosa revista Selecciones. La joven Belén terminó de criar a mi madre y rápido me crió a mí, porque me tuvieron pronto. Así que la negrita, ya convertida en mujer, de alguna manera pasó a formar parte de la clase media habanera y se adentró sin quererlo en mi estirpe, en una parte de mi estirpe, mejor dicho.
Al marcharse los libreros del país, al triunfo la revolución, le dejaron en propiedad el cuarto que ocupaba, ubicado en las áreas de servicios, en el sótano exterior de la casa. Belén pasó a ser nuestra vecina, ya trabajando en la calle, como se decía antes, en una imprenta engomando lomos de textos. No sé si será casualidad su nexo con el mundo del libro.
Ella nunca se casó.
Todavía vive allí, en el sótano de la casa, en un cuartucho de siete metros cuadrados con el baño incluido. Su vida han sido esas cuatro paredes y una caja de madera más o menos del mismo tamaño de la que trajo, pero ésta con un tubo de pantalla ruso. Todavía ve la televisión en uno de aquellos trastos en blanco y negro. Y tiene sus mismas ollas y cazuelas tiznadas, muy a pesar de su extrema limpieza y orden. Todavía hace uso de la cartilla de racionamiento, de sus libras de arroz y frijoles. Con ellas confecciona el congrí, y, cuando se lo puede permitir, le suma a este plato una guarnición de malanga con mojo, algo enraizado en su cultura doméstica de Santiago de Cuba.
Se jubiló hace años. Le ha quedado una pensión de cien pesos, algo similar a cinco dólares al mes. No tiene hijos, nietos, descendientes algunos. Solo nos tiene a nosotros –a mi hermano y a mí-, y en realidad no nos tiene porque nos marchamos del país, en una segunda emigración de esta familia a la que le está eternamente agradecida.
Belén cree en la revolución. Hace poco estuve con ella y me dijo que cada día rezaba por mí para que me fuera bien, porque, dice, sabe lo duro que es vivir en el capitalismo. Cada mañana que estuve en La Habana de visita, desayuné con ella en sus cacharros de metal, con sus cubiertos de aluminio y sus mantelitos raídos y limpios. Sus almacenes están más vacíos que nunca, su despensa, su nevera, también soviética y remendada. Pero Belén mantiene una sonrisa cuando me ve. Me quiere lavar la ropa y me prepara el desayuno con amor.
Ahora tiene otros vecinos, porque la casa la han vendido, la vendió mi madre.
Echa de menos a Santiago, nos echa de menos a nosotros, a la mata de aguacate que teníamos, al niño aquel que acostaba a dormir cuando mi madre salía de fiesta. No se ha dado cuenta de lo que ha cambiado el mundo; porque no sabe nada del mundo. Sufre escasez, pero tira la culpa a los vecinos del norte, a los gobiernos norteamericanos.
Se conserva bien. Los negros se conservan como buenos vinos. Apenas tiene arrugas, pero tiene años, más de ochenta, y de éstos, cincuenta entregados a la revolución, porque la revolución es lo que hay. Nada más.
Ahora cuando me regresaba a Barcelona, me abrazó como a su hijo y me dijo que le llevara un nieto lo antes posible, pues creía que se le estaba acabando el tiempo.
La dejé atrás otra vez. Le puse algo de dinero en el bolsillo de su bata de casa y la abracé con cariño.
Antenoche brindé por Belén en silencio, porque siempre la recuerdo y pienso lo injusta que ha sido la vida con ella. A estas alturas no interesa abrirle los ojos para que descubra de una vez a la revolución. En definitiva, el exilio de Miami, el más numeroso, lleva medio siglo brindado en noche vieja por verla caer, y la revolución, más desmejorada, pero sigue en pie.
Todos hemos sido afectados en esta historia demasiado larga. Somos producto de una aberración que es ese propio sistema, tan enajenante que ha logrado el beneplácito incluso de algunos dolientes directos.
Comprendo que el daño está hecho y que Belén, por solo citar un nombre, lo que más necesita ahora es amor.

Nota: Esta mañana antes de salir de casa encontré la siguiente entrevista que versa sobre el masoquismo revolucionario. Véala aquí:

http://www.lavanguardia.es/internacional/noticias/20090102/53609042823/fidel-puso-su-proyecto-muy-por-encima-de-su-vida-personal-la-habana-moncada-fidel-castro-granma-mexi.html



10 comentarios:

Anónimo dijo...

hola yoyi ante todo feliz ano nuevo y prosperidad para ti y los tuyos. AL FIN VUELVES CON TUS RELATOS, ya los extranaba, me encanta como escribes, muy lindo este ultimo; te quiero

Anónimo dijo...

Entrañable Belén, me he emocionado...cuando la recuerdo siempre hay una sonrisa en su rostro y un tono suave en su escueto verbo. Saludos. Bob II.

Jorge Ignacio dijo...

estaba de baja en el blog, porque la camapaña de navidad me anula como ser social, amante y escritor de mediodías. confieso que, como dicen en España, me entra el "mono" cuando tengo el blog abandonado. Pero hay que ganarse los frijolitos negros, y la yuquita con mojo, y el vinito tinto.
un abrazo a todos. yo también te quiero.

Anónimo dijo...

no se si sabes quien te dejo un comentario, el primero , jajajja, soy tu inolvidable amiga luisa.Continua a escribir , me encanta, de verdad que extranaba tus bellos relatos, un besote te quiero mucho

IvanDariasAlfonso dijo...

Yoyi:

Entrañable la historia de Belén, hasta parece que uno la conoce de toda la vida, aunque estoy seguro de que nunca nos hemos visto. Sigue creativo,

un abrazo

ingelmo dijo...

Feliz año, Jorge.

Un texto muy emotivo. Me encanta como escribes.

Anónimo dijo...

Yoyi:
Bella y emocionante historia y que bien contada.
Felicidades tambien por tu libro.
Un abrazo

Anónimo dijo...

feliz año yoyi, te deseo muchas cosas buenas y muchas oportunidades en este nuevo año.

formidable relato... me cuadran mucho tus entradas

besos, besos a ti y a maría

Kerala dijo...

J.I por esos vericuetos di con Belén y se me ha entristecido el día. Hace tiempo de esto, ¿sigue allá? si voy alguna vez me gustaría conocerla. Tengo una historia similar y no he podido revivirla. Abrazo

Miriela dijo...

Hola, el domingo descubrí tu blog y no he parado de leerlo, me emociona mucho lo que cuentas, pero esto de hoy... me ha sacado las lágrimas.
Feliz Navidad y por favor sigue escribiendo cosas tan bellas
Con cariño
Miriela