Hace cuatro años, desesperado, indocumentado todavía en España, llené dos maletas con todas mis pertenencias y me subí a un tren en la estación de Sants. El viaje duró 12 horas, con rumbo norte, hasta que desembarqué en el paradero de Gijón. Mis anfitriones asturianos no estaban todavía, por lo que tuve tiempo de pensar en la soledad. Pensar sobre la soledad. Pensar a propósito de la soledad.
Alguien iría a buscarme, como mismo me fueron a recoger al aeropuerto de Barcelona la noche que llegué de Cuba. Me senté en un banco del andén y observé a todo lo largo del pasillo hasta diluir la mirada en un vacío desalmado, porque no había nadie más. Eran las doce del mediodía, había un cielo claro y parecía domingo. Sentí un hueco en mi interior. No estaba allí por placer. Ni siquiera quería marcharme de Barcelona porque no me gustara la ciudad. Me había impulsado el paso del tiempo y el poco progreso en mi emigración, las decepciones y el intrusismo que no lograba sacarme de mis sentimientos. Creía que el tiempo en Barcelona estaba vencido, y que debía romper.
Me habían ofrecido un contrato de trabajo ficticio en Gijón para poder obtener un permiso de residencia en España, al cabo de varios años perdido en una situación extraña, de la que me salvó la curiosidad por conocer lugares nuevos. Y sabía que el clima del norte no es el más aconsejable para aderezar el alma de un emigrante tropicalizado.
En ese banco de estación fue que sentí por primera vez la lejanía y el desarraigo. Antes no, pues mi salida de Cuba estuvo más marcada por la urgencia de conocer un mundo nuevo. Entonces, guiado visualmente por la perspectiva de los raíles del tren, y bloqueado por el desconcierto que provoca un apeadero vacío, supe que hay pocas cosas materiales que verdaderamente valen la pena. También comprendí que el mejor lugar del mundo está donde uno se sienta bien.
He dicho en mis memorias, Pasajeros en tránsito, que volví a Barcelona. Y que regresé de Asturias una semana después. Pero no había mencionado que mis anfitriones de entonces no los he vuelto a ver. Sin embargo, los volví a recordar en estos días recientes en los que me he visto enfrascado en otra mudanza. Ahora una permuta de apartamento, no de ciudad ni de región.
Los recordé cuando el camión, con toda nuestra casa adentro –porque una casa cabe en un vehículo de cuatro ruedas- se alejaba para depositar las cosas en el nuevo sitio. ¿Y si desaparece el camión?
No sería el fin del mundo. Sería preciso volver a empezar.
El sentimiento de la posible pérdida de todo lo material que uno ha construido, me recordó los inolvidables minutos en aquella estación.
Alguien iría a buscarme, como mismo me fueron a recoger al aeropuerto de Barcelona la noche que llegué de Cuba. Me senté en un banco del andén y observé a todo lo largo del pasillo hasta diluir la mirada en un vacío desalmado, porque no había nadie más. Eran las doce del mediodía, había un cielo claro y parecía domingo. Sentí un hueco en mi interior. No estaba allí por placer. Ni siquiera quería marcharme de Barcelona porque no me gustara la ciudad. Me había impulsado el paso del tiempo y el poco progreso en mi emigración, las decepciones y el intrusismo que no lograba sacarme de mis sentimientos. Creía que el tiempo en Barcelona estaba vencido, y que debía romper.
Me habían ofrecido un contrato de trabajo ficticio en Gijón para poder obtener un permiso de residencia en España, al cabo de varios años perdido en una situación extraña, de la que me salvó la curiosidad por conocer lugares nuevos. Y sabía que el clima del norte no es el más aconsejable para aderezar el alma de un emigrante tropicalizado.
En ese banco de estación fue que sentí por primera vez la lejanía y el desarraigo. Antes no, pues mi salida de Cuba estuvo más marcada por la urgencia de conocer un mundo nuevo. Entonces, guiado visualmente por la perspectiva de los raíles del tren, y bloqueado por el desconcierto que provoca un apeadero vacío, supe que hay pocas cosas materiales que verdaderamente valen la pena. También comprendí que el mejor lugar del mundo está donde uno se sienta bien.
He dicho en mis memorias, Pasajeros en tránsito, que volví a Barcelona. Y que regresé de Asturias una semana después. Pero no había mencionado que mis anfitriones de entonces no los he vuelto a ver. Sin embargo, los volví a recordar en estos días recientes en los que me he visto enfrascado en otra mudanza. Ahora una permuta de apartamento, no de ciudad ni de región.
Los recordé cuando el camión, con toda nuestra casa adentro –porque una casa cabe en un vehículo de cuatro ruedas- se alejaba para depositar las cosas en el nuevo sitio. ¿Y si desaparece el camión?
No sería el fin del mundo. Sería preciso volver a empezar.
El sentimiento de la posible pérdida de todo lo material que uno ha construido, me recordó los inolvidables minutos en aquella estación.
10 comentarios:
Muy interesantes y humanas tus confesiones, incluso con valores literarios.
Llegan porque se refieren a experiencias universales de la condicion humana.
¿Sería mucho pedirte que profundizaras en lo que ocurrió en Gijon, y por qué regresaste a Barcelona?
Creas un suspenso, que después saltas por elipsis...
Gracias
Pedro
Yoyi: Pues Asturias, con sus interminable y hermoso orbayu, ha sido un refugio afortunado para esta isleña.
He llegado a tu blog de la manera más accidentada y casual posible. Sólo quería decirte que siento de verdad lo de tu padre, en el breve tiempo en que lo conocí me pareció entrañablemente humano y amable, y a pesar de las dos décadas transcurridas, al leer tu blog he vuelto a recordarlo.
Nada, que ya compraré tu libro en la web para enterarme de tus peripecias.
Un abrazo, Lidia.
Pedro: me has dado una buena idea. seguiré con lo Asturias. haré una serie. nunca había tenido intenciones de contarlo, pues ni siquiera está en el libro de memorias. pero te tomo la idea prestada. parece que se me está pegando el modo catalán, que es tremendamente elíptico al hablar. un abrazo y gracias por la visita.
Lidia: ahora mismo no te recuerdo. estoy a punto de salir para el trabajo y haré un pensamiento hacia ti en el metro. tengo una vaga idea. lo de mi papá. como debes suponer, fue un palo muy duro. estaba joven el viejo todavía.
ya hablaremos más. gracias por contactarme y por las palabras de recuerdo a mi padre. un abrazo.
NUNCA IMAGINE CUANDO ESTABAMOS EN EL PREUNIVERSITARIO DEL VEDADO QUE LLEGARIAS A SER TAN BUEN ESCRITOR, ME ENCANTA LEERTE, HAY TRISTEZA, MELANCOLIA, NOSTALGIA
TE QUIERO MUCHO
LUISA
Jorge Ignacio: Te comprendo perfectamente. Ya se sabe que la memoria es selectiva y hasta un poco cobarde. En estos días estoy muy ocupada, en plena edición de una colección de libros de temática científica y tecnológica con mi modesta pero hasta ahora exitosa firma especializada en Comunicación, y ultimando la corrección de un nuevo libro mío de poemas. El lunes marcho a París para un breve viaje y a la vuelta estaremos en Madrid, donde mi marido, que es madrileño, tiene un juicio (como abogado, no como acusado). Luego tengo pendiente un viaje a Berlín para, entre otras cosas, reunirme con un gran amigo escritor y ex compañero mío de curso de la Facultad de Periodismo, de donde salió gente muy valiosa pero también algunos mediocres que para camuflar sus oportunismos pasados se dedican a difamar a los demás y a ir por ahí de inquisidores puros. De hecho, estuve a punto de demandar judicialmente a uno de ellos por una alusión breve pero muy HP en un cochino blog miamense que finalmente cerró, tenía los recursos y la razón de mi parte, pero decidí que no valía la pena enredarme en la inmundicia. No suelo leer ni escribir en blogs, por falta de tiempo, y porque cuando salí de Cuba decidí que SALÍA, así, en mayúsculas y de una vez por todas. Escribí a tu blog por un impulso humano, motivada por la noticia del fallecimiento de tu padre, a quien tú me presentaste y no sólo a él, sino también a tu madre y a tu padrastro y a tu hermano. Te escribí también porque lamenté leer, tan a deshora, la historia del contrato ficticio que al parecer fracasó en Gijón. De haberlo sabido, yo, que vivía entonces en Oviedo, estaba nacionalizada española y fundando mi empresa en ese momento, te habría hecho un contrato completamente real y en nuestra profesión. En fin, en algún momento, si encuentro el tiempo y las ganas, te escribiré al email que pones en el blog para colaborar con tu flaca memoria. De cualquier modo, te deseo muchísima suerte.
Lidia Señarís.
Lidia: no sé por qué me escribes así con tanta rabia. Mi memoria no es flaca. Solo que dudé de que pudieras ser una vecina de mi padre que se llama como tú, porque no firmaste con apellidos. Pero siempre contemplé la posibilidad de que fueras tú. Yo también te deseo mucha suerte. Estas páginas están abiertas para todo el mundo, de una manera limpia y honrada. Pero también puedes utilizar el mail que aquí aparece. Como desees. Espero que estés bien.
Hola Jorge, esta vez me recuerdas que me paso muy parecido. Antes de vivir en Quebec, estuve en otros lugares y vivi los sentimientos de los que hablas, segui buscando y hoy encontre que las cosas materiales las necesito poco, que el mejor lugar es como tu dices donde uno se siente bien, y a diferencia tuya vivo fascinada con los -20 y -30 grados que hace aca en estas tierras afrancesadas. Tambien temi hace como 8 anos, que los del camion de mudanzas se dieran a la fuga con mis cosas, jajajja, despues de eso he perdido mis cosas materiales tantas veces para mudarme a otro lugar(en avion) que ya les perdi el gusto y empezar de nuevo cuando es necesario es mas valioso que quedarse atado a cuatro traste, u otras cosas. Claro ya aqui pare, tampoco creas que me gusta esto de andar de vagabunda.
Bueno un saludo caluroso desde aca del congelador. puchunga
Jorge:Al leer este post me has hecho reflexionar y en la realidad que significa pasarnos media vida "acumulando materia" sin caer en el principio basico de que"La materia ni se crea ni se destruye,solo se transforma"
Los sentimientos ,sin embargo ,si se pueden perder y es una pena!
LO MATERIAL A VECES LOS MATA!
Tambien espero por el relato de tu experiencia "asturiana"
Un saludo ROBERTO
hola, Roberto. no creas, que la paso mal ante la falta de tiempo. ahora también me han cambiado de trabajo, de tienda, y estoy organizándome de nuevo. tengo que buscar una biblioteca cerca para escribir al mediodía. pero primero estoy mirando el trassporta, la mejor manera de llegar al trabajo. creo que en estos días lo solucionaré todo. si algún día por madrid, y lo deseas, te contactaré personalmente. te avisaré antes.
y la muchacha de Québec, que me dejó unas lindas líneas, la envidio por no tenerle miedo al frío. yo no puedo más con éste alarde de temperatura que tenemos en Barcelona. un saludo.
Jorge si vienes por Madrid,contacta,seras bienvenido!
Un saludo ROBERTO
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