jueves, 25 de junio de 2009

Adiós a los electrodomésticos



No dejo los electrodomésticos como consumidor. Me perdería el placer de “fabricar” en casa el café con espuma, el arroz basmati en tiempo récord, el sándwich de queso que en Cuba llamábamos Disco Volador. Me perdería, para no seguir la lista y para no desviarme del tema, un sinfín de placeres.
No soy tan tonto. Sin embargo, respeto a quienes viven el día a día de una manera artesanal.
Se trata de que, al cabo de un largo tiempo en el sector, dejé mi puesto como vendedor de artefactos eléctricos, un trabajo que me permitió divertirme, conocer gente y husmear en la cultura popular de muchos barrios de Barcelona.
Luego de transitar por al menos siete tiendas de una importante cadena de esta ciudad, me llamaron por teléfono para trasladarme a otro comercio, y entonces le dije algo imprevisto al coordinador, un tipo bajito de cabeza cuadrada que jamás hubiera triunfado como político, de habérselo propuesto, porque no sabe persuadir a los empleados. No tiene recursos, digamos, más que el abuso de poder. Le dije, por teléfono, ya que no fue capaz de utilizar el cara a cara para evitar los gestos:
-Mira, fulano, dime qué tengo que hacer para tramitar la baja voluntaria, porque hasta aquí llegué. No vengo por la tarde.
Mis compañeros me miraron con los ojos a cuadros. No podían creer lo que estaba pasando. Dejar el trabajo, más en tiempos de crisis económica, voluntariamente, sin derecho a la prestación monetaria del paro, puede parecer una locura.
-¿Y ahora qué vas a hacer?-preguntaron a coro.
-Ya se verá, pero estén seguros de que esta decisión mía es para bien.
Sin restarle atención a mis colegas, me vino a la mente cómo conseguí ese trabajo. Fue caminando por la zona del puerto; atravesé una puerta movido por un cartel que buscaba personal para la campaña de invierno. La aventura duró dos años. Pero, antes de atravesar esa puerta, había dejado, como mismo ahora, el puesto de trabajo, aquel desempeño que me estaba comiendo el alma paulatinamente, hasta que me di cuenta de que la misma ocupación me estaba haciendo chantaje, algo muy difícil de probar. Escribí entonces una carta de despedida al hombre que yo cuidaba –tenía parkinson- y se había convertido en mi amigo. Rompí, dejé un salario seguro -¡pobre hombre enfermo!- y me lancé a la calle, hasta que, de repente, me convertí en vendedor de electrodomésticos.
De la más reciente faena me salieron crónicas para este blog. Me salieron un par de amigos de la empresa, y rescaté el lugar que ocupo en el espacio. O sea, el que puedo ocupar sin temores. El de sentirme un ser común. Porque si algo malo tiene emigrar tardíamente es la dificultad para “empatarse” uno con la dinámica del nuevo país. Por vender, hasta me he vendido a mí mismo –nunca utilicé el argumento de que la pieza estaba impecable tratándose de una de exposición- , y también he practicado el catalán sin estar forzado a hacerlo. Ha sido una aventura. Una experiencia enriquecedora que, como diría un poeta cubano ya fallecido, el inexplicable Luis Suardíaz, con quien trabajé años en un periódico, “todo lo que tiene fin es breve”.
Ahora supongo que me ocuparé un poco más del blog. O no, porque estar en el “aire” también corroe el alma.
Un saludo cordial a todos los lectores desde la nueva época de Segunda Naturaleza.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Te felicito por este comentario, tan franco y visceral, que nos informa de una situacion laboral, que generalmente es ocultada, sobre todo por los cubanos que vivimos en España.
¡Has tenido un arranque de verguenza contra el abuso y la explotación, tan común en España!
Por suerte para ti, tienes una retaguardia cubierta (tu mujer esta trabajando), pero ¿has pensado en los que tienen que seguir aguantando, porque no les queda para donde virarse?
Gracias
Juan Miguel

Jorge Ignacio dijo...

Juan Miguel: la vergüenza es mi aliada, así como la dignidad. Conozco muchas personas nacidas aquí -o sea, con familia a la vuelta de la esquina- que están tan maltratados como estaba yo y no dejan el trabajo. No es que cuente con el apoyo de mi mujer solamente; cuento con el recuerdo de que un buen día llegué a este país con una maleta del tamaño de una caja de tomates, y me puse a trabajar durante años cuidando ancianos y enfermos terminales, una manera muy digna, aunque dura, de ganarse la vida. He pensado en la gente -la gran mayoría- que tiene que pagar una hipoteca y decide seguir aguantando el maltrato cercano a la humillación, por un salario, y respeto a cada cual. Yo tengo bien claro que me fui de mi país para que no me humillaran más y no la van a hacer en nigún lugar. Si tengo que volver a cuidar ancianos, estoy preparado. De manera que el arranque no fue tal, sino la decisión de poner punto final a una situación desagradable.
Te informo que a mi mujer la despidieron. Estamos los dos cobrando el paro que teníamos acumulado -mediante un truco pude cobrar lo mío- y disfrutando de la playa como nos merecíamos. Un saludo y gracias por la visita.

mharía vázquez benarroch dijo...

adelante jorge, hay que tener mucho valor, yo también hice un día lo mismo en barcelona, y me sentí tan libre que eso me sirvió para conseguir otro trabajo, esta vez como periodista. no pares, saliste de cuba para no recibir humillaciones, y esa es tu fuerza. un abrazo desde caracas.
mharía

Jorge Ignacio dijo...

así es, Mharía, la vida es una continua carrera por alcanzar objetivos, y, para saltar a otro estadío,hay que romper inevitablemente. muy pocas veces los grandes cambios se han dado desde el mismo lugar donde uno está. te envío un fuerte abrazo y no te olvido.