viernes, 31 de agosto de 2007

Menajes


Barcelona, con la fecha de publicación

Querido Jaime:
Hay varias acciones que no podré realizar en lo que me quede de vida sin recordarte. Una es comenzar a calzarme por la izquierda, y la gran mayoría de las otras está relacionada con la gastronomía. En tu casa aprendí a sentir las vibraciones del arte culinario, el buen gusto en la elaboración de los manjares que parten de una mínima materia prima, como lo es una porción de harina. El pollo al horno tres cuartos de hora, mientras la vida transcurre con su propio ritmo y tú y yo nos escapábamos de la cocina para inspeccionar el comportamiento del barrio. Me hiciste de tu mundo y también de tu barrio; pertenecí a tus manzanas gastadas por el trajín de nuestros zapatos, en busca de cualquier detalle aparentemente insignificante que para nosotros era una motivación. Dejados arrastrar por la inercia de un plano inclinado, hacia la plaza de abastos. Luego la cuesta de regreso, con las manos vacías pero hechas las relaciones públicas, y el pollo esperando a punto para un chorro de coñac. Huele bien, lo sentimos desde la puerta. La sal la pones tú, porque yo me paso. El menú se puede improvisar cuando cambiamos los planes. Eso también me lo enseñaste. Se puede hacer una gran mesa aun teniendo mínimos los almacenes. Lo importante está en el golpe de muñeca, en el estilo. La nata montada hecha en casa, la bechamel casera queda mejor. Y los postres o meriendas con frutas, el azúcar a borbotones para que no falte una reverencia. La vida está llena de azúcar; el barrio tiene encanto y gente dispares y bien plantadas que merecen un comentario. Luchar como tú por la música inmensa que hay en los archivos, simplemente por los postres caseros, por el resultado de una magdalena que creció más de lo esperado, sin lágrimas, con sabor. Cuando vea los próximos moldes de aluminio, un mercado abierto o un sifón de agua te recordaré pase el tiempo que pase. Son utensilios o lugares claves que dejaste alojados en mi mente, porque con ellos aprendí a ver la vida multiplicada en acciones que antes me parecían nimias. Todo cambia y depende del punto de vista y de las circunstancias. Nosotros, además de desandar el barrio y su aire exterior, de divertirnos en la cocina, nos hicimos amigos por el roce, no porque yo fuera tu asistente y estuviéramos obligados a entendernos. En realidad nunca fui tu asistente, ni te sentí enfermo. Quizá por eso me sorprendió tanto tener que dejarte con la soberbia por el medio. Sigo esperando tu llamada. Si no llega nunca, sentiré igualmente los cacharros de cualquier cocina asociados a ti, los postres, los helados que lleguen a mi casa.

Jorge

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