viernes, 13 de noviembre de 2009

El hombre del traje a rayas


Como si no hubiera pasado nada, como si no se hablara hoy del trauma del Muro de Berlín y nos levantáramos de la cama de un salto, felices por no tener prejuicios, dispuestos a llenar las calles de alegrías y las noches de placer. Con su auténtica sonrisa, la del pícaro, la del Lazarillo de Tormes que anda por todos sitios en España, con los ojos llenos de esperanza y unas palabras creíbles. Así apareció anoche Joaquín Sabina en el programa de entrevistas que realiza Juan Ramón Lucas en TVE.
Tranquilo, cómodo en una de esas sillas giratorias de plató. Complace verlo tan sencillo, con acento andaluz, pero no de Sevilla sino de Jaén, la tierra olvidada –junto a Extremadura- de esta península donde todos comemos aceitunas sin mayores sacrificios. Se le veía enamorado y, de hecho, no hizo más que repetir su estado de embriaguez por una mujer que es su novia –dijo- y es el puntal de su buen estado, de su renacer, de su vuelta a la vida más común.
Tener corazón de poeta lleva siempre implícito el riesgo de perderse dentro de uno mismo, porque al fin y al cabo todas las respuestas están dentro del propio bardo. No he conocido a uno que no haya hecho aguas alguna vez.
La vida de Sabina me parece tan larga como un folletín de amor redactado a la luz del público, de esos llenos de intrigas y subtramas. Claro que esto que digo es pura impresión creada a partir de las letras de sus canciones. Cuando lo tuve cerca, en una rueda de prensa en La Habana, le pregunté si sus historias eran vividas o contadas a él por otros. Me respondió –sin pensarlo, porque es un tipo muy rápido- que ojalá se hubiera tirado a todas esas mujeres.
Aquel concierto apoteósico que ofreció en el Karl Marx –teatro con mayor aforo de Cuba- en junio del 94 queda muy lejos en la memoria. Quince años es mucho tiempo. O poco, claro, porque el tiempo es relativo. Pero al que ha emigrado a los casi cuarenta y se ha tenido que movilizar a la carrera para ponerse al día, el tiempo se le echa encima como una planadora. Esto último sumado a que, cuando lo vi por primera vez, Sabina ya era un poeta hecho e izquierdo, con una obra suficientemente pesada –en el mejor sentido.
Era el Silvio Rodríguez que algunos quisimos tener: protestón, auténtico, risueño y jodedor. Tan profundo como Silvio pero más fácil de digerir. Con otra lírica, dirían los puristas. Me gusta comparar, a veces, para darme cuenta de lo sencillo que es el mundo. Sabina ya lo expresó sin que le quedara nada por dentro. “Esta boca es mía”.
Además de estar seguro de que un día iba a encontrarme por la calle a Serrat –algo que todavía no ha sucedido-, al emigrar a Barcelona tenía el convencimiento de que aquí todo el mundo conocía las canciones de Sabina, de que, al menos, lo adoraban. La realidad ha sido otra: apenas gusta al masivo público y por lo general cae mal. Sin ir más lejos: mi vecina no lo soporta.
A mí me cae bien y se lo he dicho a ella. Pero rápidamente hemos pasado a otro tema habiendo tantos en el ambiente. Ahora vivo en un país democrático de 40 millones de habitantes (no de once, como en la isla). Mi vecina, que a mí me cae estupendamente, no querría perder tiempo en enterarse de mis gustos estéticos ni de la base en que descansan.
Sabina confirmó anoche que su padre, un militar, tuvo que detenerlo en tiempos de Franco; luego Joaquín viajó a Londres con un pasaporte falso y allí, leyenda cierta, explicó, obtuvo una propina de uno de los Beatles. Después regresó a Madrid en plena “movida” y nadie le hacía caso. Hasta que saltó a la fama por sustitución y sus discos se vendieron solos. Hoy creo que la gente ha pasado un poco de él.
Yo no. Yo lo sigo venerando como un santo maldito, capaz de salir de una crisis depresiva provocada seguramente por la vida bohemia y la notoriedad. Pero él tenía ganas de vivir y el único salvamento posible fue levantarse un día de la cama, donde estuvo prácticamente postrado, contó ayer a cámara como si no pasara nada, sonriente, jugando con un sombrero de bombín que la producción del programa le había llevado como apoyatura del fetiche creado por él mismo.
Y no es comunista. Fue comunista contra Franco, lo que se aparta del sentido clásico de la interpretación de la política. Hay que puntualizar, pareció que dijo entre líneas. De Cuba parece ser que se llevó más de un disgusto al punto de escribir en una canción que allí no volvía más.
Yo lo comprendo y, por supuesto, lo perdono.


La foto de arriba es inédita (hasta ahora, claro). Durante la conferencia de prensa que tuvo lugar en la extinta Fundación Pablo Milanés, en junio de 1994, me dediqué a retratarlo con un teleobjetivo de 120 milímetros, mientras el hombre del traje a rayas hablaba plácidamente. Era su primera visita a Cuba, al menos oficialmente. Sabina volvió al año siguiente y, casualidades de la vida, me enviaron del periódico al aeropuerto, donde ya estaban esperándolo su amigo Pablo Milanés y la entonces primera secretaria de la Unión de Jóvenes Comunistas, Victoria Velázquez.

5 comentarios:

Rodrigo Kuang dijo...

Asere, no existe en el mundo un tipo que produzca tantas imágenes poéticas afortunadas como Sabina, al punto que uno llega a preguntarse ¿de dónde las saca?... Y la sencillez de la poesía más auténtica, nada de metatranca: "...y sonó entre tú y yo el silbato del tren", o "érrante como un taxi por el desierto...", la verdad es que si muchos gaitos (al menos los catalanes que frecuentas) están "pasando de él", pues qué pena, ellos se lo pierden.
(Por cierto, parece que ya te están metiendo la promoción china directo con todo y palabra clave, y no sé por qué se imaginan que alguien que entre a tu blog va a hacer caso de esa propaganda en mandarín, medio erótica sobre masajes con objetos y ropa interior sexy)

Silvita dijo...

Recuerdo cuando descubrí a Sabina, fue una dicha, todavía me gusta mucho, por supuesto, hay que estar ciego para no ver esa luz.
A veces canto sus canciones todavía... me las sé!
Fui, por supuesto al concierto de que hablas.
Sabina fue pasión que compartí con amigos y amantes... ah, qué tiempos aquellos!
Besitos, yoyi... en qué tu andas, cariño? Escríbeme, para saber de ti.

Anónimo dijo...

No sé en Barcelona, pero creo que en toda España no es exacto eso de que "pasen de él". Sabina tiene un público fiel y numeroso. De hecho, en sólo dos días en la FNAC de Madrid se agotó su nuevo disco, según pude comprobar personalmente. Y en el Corte Inglés de Preciados, a escasos metros de la Puerta del Sol, lo tenían "custodiado" en la caja como un objeto valioso. Sus últimos conciertos estuvieron abarrotados en todas partes, con gente de todas las edades cantando sus canciones. Y los de esta nueva gira ya tienen las entradas agotadas en varias ciudades. Y en Hispanoamérica sigue siendo un referente poético y musical para muchos. ¿Perdonarle por no querer ir a Cuba? Hombre, no hay nada que perdonar, nosotros somos cubanos y no queremos vivir allí. Un saludo.

Dedalus dijo...

Lo tuvimos acá en la gira de Vinagre y Rosas y todavía estamos admirados de la calidad de su último disco, yo por lo menos no me lo esperaba.
Un saludo desde Calle Melancolía ;)

ingelmo dijo...

Excelente artículo, Jorge. Como siempre ;D

Lo cierto es que yo me he reconciliado con Sabina tras escuchar su último disco. Los 2 anteriores ("Dímelo en la calle" y "Alivio de luto") no me habían dejado buen sabor de boca; en cambio "Vinagre y rosas" ya ha pasado a engrosar el estuche de "CDs imprescindibles" que me acompañan en mis diferentes viajes en coche por la península.

Pude verlo en directo en Valencia, hace poco más de 2 años, junto a Serrat. Jorge, permíteme que te deje un enlace a la reseña que puse en mi blog:

http://atuaire-ingelmo.blogspot.com/2007/07/dos-pjaros-de-un-tiro.html