lunes, 2 de noviembre de 2009

Gastronomía y disfraz



Tenemos un grupo muy curioso de amigos. Somos cinco parejas. Ellas, todas españolas. Ellos, todos extranjeros. Nos reunimos cuatro o cinco veces al año aunque vivimos en la misma ciudad. Una de las parejas ha tenido un hijo, y otra, dicen bocas extraoficiales, están al darnos la noticia.
Nos conocimos sumando gente, no fue de golpe.
Hay informáticos, maestros, comerciales y escritores.
La noche más reciente que nos vimos –no fue la última, eso está claro- ocurrió este fin de semana movidos por la fiesta de Halloween, un tema místico que, en principio, iba mucho más lejos del saber de muchos de nosotros. En Iberoamérica está entrando el asunto con pujanza, sumando pretextos de convocatoria para vernos las caras –o medias caras, por los disfraces-, y también impulsados por ese motor comercial tan nuestro y puntual.
Lo más interesante es que en Cataluña, donde vivimos, se mezclan perfiles no excluyentes, sumando estilos en lugar de suplantar uno por otro. La Castañada (o Castanyada, en idioma local) se celebra con vino de moscatel, panellets, boniato y castaña asados la víspera del día de los fieles difuntos. Halloween ha puesto el toque “terrorífico” del disfraz, el ambiente gótico de castillos endemoniados. O sea, otra película.
Ante la nota aclaratoria –en Facebook se convocó- de que todos, sin escusa, debíamos llevar al menos una pincelada de Halloween, mi mujer y yo corrimos a una tienda de disfraces y compramos solo un par de complementos, un tocado ligero que nos sirviera de salvoconducto para estar en el salón de encuentro. Uno interiormente se niega y termina sucumbiendo. Es más importante no perder las amistades, ya que la vida agitada que tenemos todos nos quita tiempo de estar.
Fuimos llegando al pase de lista. Era simpático reconocer a la gente detrás de un disfraz. No es solo cosa de niños. Nos abrazamos. Faltaba una pareja, la que debe anunciar en breve que viene un retoño en camino.
¿Cómo te ha ido en todo este tiempo? Aunque Facebook nos mantiene al tanto, la pregunta se hizo porque no es lo mismo el informativo virtual que el contacto directo. Las expresiones, el tacto, el tamaño del cabello. Cosas que cambian. O no.
Yo me sigo negando a comer un boniato de postre. Para mí sigue siendo una guarnición. Y como hay confianza no tuve que hacer el paripé. La noche se fue rápida, porque cuando hay mucho para hablar el paso de tiempo se acelera. Cóctel de bienvenida, revisión del vestuario, primer plato, segundo, postre de rigor, postre universal, café, copas, una foto para componer un collage (cortesía de Maricarmen Marcos), resumen de los despachos interpersonales, el bebé despierta y avisa la hora.
Taxi de vuelta a casa. Un conductor loco e imprudente que no tuvo noche de Halloween nos trajo con altanería. En el coche comprendimos, mi mujer y yo, que nos sobraba el disfraz de verbena, todavía enganchado en el cuerpo porque logramos integrarlo gracias a la buena calidad del ambiente.

2 comentarios:

Silvita dijo...

Me alegra que hayas pasado un buen jalogüín, Yoyi!
Yo lo celebré el año pasado pero éste, nada.
Aquí en Suecia es lo mismo: el mercado está imponiendo la costumbre para así poder vender chucherías fantasmales y terroríficas. Claro, que una fiestecita más en estos oscuros otoños, no vienen mal. Por mí, a bailar y gozar con Drácula y Frankestein!

grettel j. singer dijo...

jajajaja... qué cómico lo del boniato. es verdad, es imposible verlo como un postre.

dile a maría que me gusta mucho su pelito así más larguito.
besos