domingo, 10 de enero de 2010

Un sueño comarcal (Cuento de principio de año) I



El hostelero Patrick Beau, de origen vietnamita, nos embarcó*. Habíamos confirmado en mails de ida y vuelta una noche en su pequeño hotel, días antes de navidades. Ese fue el regalo que le hice a mi mujer: un sobre de manila con toda la documentación necesaria para pasar una noche y dos días en Begur, posiblemente el pueblo de la Costa Brava más atractivo por sus calas pequeñas e intrincadas.
El viaje tenía, al menos, un par de simbolismos importantes. Uno era que mi mujer y yo habíamos hablado sobre Begur algunas veces sin haberlo pisado juntos; otro que fue el primer rincón de Cataluña desde donde vi el Mediterráneo, por caprichos de la vida. Digamos que prácticamente me llevaron del aeropuerto hasta allí sin pasar por el litoral de Barcelona, algo totalmente posible si el conductor toma la ronda de Dalt para salir de la ciudad. Y el tercer simbolismo era que Begur vive como pueblo de indianos, gente que emigró a Cuba hace muchísimos años y, luego de hacer fortuna, regresó a su lugar de origen y allí construyó sus viviendas de estilo colonial, con medio punto, vitrales y portales de columnas.
Yo había visto por internet el Hotel Hanoi. De entrada, me llamó la atención el nombre. Seguían saliendo líneas de conexión: Cuba y Vietnam, en un pasado reciente, tuvieron mucha afinidad. También me encantó, en las fotografías, el decorado de las nueve habitaciones y la aparente tranquilidad del inmueble, ubicado en el mismo centro de la villa, a un par de kilómetros o kilómetro y medio del mar. Pensé que ese era el lugar ideal para disfrutar de un enclave provinciano por donde nos perderíamos en la oscuridad de la noche y la luz tenue de un fanal esquinado y tremulante.
A mi mujer le encantó el regalo. Desde Barcelona soñamos cada día con llegar allí y verle el rostro a nuestro anfitrión que estaría esperándonos con una sonrisa espectacular detrás de un buró, en el corazón de esa residencia del siglo XIX con aspecto colonial, suelo de baldosas de la época y una cercana restauración que mezcla la modernidad con lo antiguo. El día señalado, nos levantamos temprano e hicimos dos pequeñas maletas de fin de semana. Salimos de Barcelona con un tiempo regular, pero por el camino –teníamos delante una hora y 45 minutos de viaje-nos encontramos una borrasca bastante incómoda con un frío húmedo por debajo de los seis grados centígrados.
Sin prisas aunque con algunos nervios –conducía mi mujer-, dejamos la autopista más o menos a mitad del viaje y tomamos una carretera convencional, la C31, con bastantes curvas y obras de ampliación. Apenas se veían las señalizaciones. Debíamos intuirlas. El coche se portó bastante bien. El copiloto –este que escribe- no tanto. Quise controlar la temperatura interior del coche de acuerdo con mi temperatura corporal pero no me dejaron. La frecuencia de movimiento del limpiaparabrisas, según mi criterio, no era la correcta, pero, cierto, quien ordena y manda dentro de un automóvil es el conductor, responsable de llegar sanos y salvos al destino. Aun así, me dejaron poner música, un disco de jazz.
Entramos en Begur despacio, mirando el sentido de las calles enrevesadas, empinadas. Había un alma en la calle, un señor con paraguas debió olvidar comprar el pan a primera hora. Éramos los perfectos turistas, lo ideales, los idealistas. Despistados, tardíos -¿a quién se le ocurre salir de paseo un día tormentoso fuera de temporada y con un coche con matrícula de Madrid, raspando las piedras del suelo para no derrapar en esas callejuelas angostas?
La matrícula nos delataba el turisteo, pero más surrealista fue el momento en que mi mujer bajó la ventanilla para preguntar en perfecto catalán por el Hotel Hanoi. ¿No eran de Madrid?, debió preguntarse el señor solitario con paraguas y cara de lugareño.
Llovía tanto que no era necesario mojarnos los dos para comprobarlo. Así que, en la puerta del hotel, decidí bajar para realizar los trámites de alojamiento. Mi mujer me observaba a través del cristal empañado. Comienzo a tocar el timbre de la puerta sin mirar a penas nada más. Nadie contesta. Insisto. Mi mujer me pregunta, con una seña de interrogación, qué pasa. Me encojo de hombros. Vuelvo a girarme de frente a la puerta y veo un pequeño letrero hecho a mano que jura, en catalán:
Tancat del 7 fins el 25 de gener
-Mi amor, ¿qué día es hoy?-pregunté a mi mujer después de indicarle que bajara un poco la ventanilla.
-Jueves 7-me dice.
Subí al coche chorreando agua. Le comento la noticia. Mi mujer se queda perpleja. No se veía a nadie en la calle, ni de lejos ni de cerca. Estábamos en ese momento en un pueblo fantasma en donde único se escuchaba el sonido de la lluvia y el sonido del motor del coche. Era ya mediodía. Teníamos dos opciones: regresar a Barcelona – no éramos partidarios de ésta ninguno de los dos-, o localizar al hombre del paraguas para que nos sugiriera algún lugar donde poder alojarnos.
-En todo pueblo hay un bar abierto-digo sacudiéndome agua del cuerpo-.Busquemos un bar y verás cómo se abren los caminos.
Mi mujer coincidió conmigo. Arrancó el coche y avanzó hasta la boca de calle; giró, avanzó, volvió a girar sin ver bien las señales. Seguíamos solos en todo aquel pueblo. Se nos presentó delante una cuesta muy empinada que parecía ser una salida. Mi mujer detuvo el coche antes de entrar a la cuesta. Puso primera, aceleró a fondo y comenzó a soltar suavemente el embrague. El coche no se movía. Por los conductos de la calefacción comenzó a entrar olor a quemado. Muy fuerte. Muy fuerte. Rápidamente, desempañé el cristal delantero con el codo del abrigo y observé que salía humo del motor, un humo blanco del color de la nieve que podría caer en breve según anunciaba la radio.
(Continuará…)

*En Cuba, además del sentido recto del verbo, embarcar significa incumplir una cita.
Foto: Renay Chinea

5 comentarios:

Robe dijo...

Genial forma de narrar un intento turistico de dos dias.Espero lo continues pronto.
Saludos desde el Canada
Robe.

Renay Chinea Diaz dijo...

Gracias por el Copyright de la foto mi herma!! Fantastica la crónica... con final adivinable!

Jorge Ignacio dijo...

Robe: ya estuve mirando tu blog. gracias por la visita y por los comentarios.¡Cuidado con el frío!
Renay: Alfa y Omega será tu fiel escapada hacia lo real maravilloso. Lo del copyright es elemental!. gracias a ti por la foto. Te lo dije cuando la vi: tiene el ángulo perfecto. Tienes buen ojo, amigo. Un abrazo.

Silvita dijo...

Pues yo sí que no adivino el final... y estoy en ascuas!
Qué lindo tú cuentas Yoyi!
Besitos.
s.

bibiglez dijo...

querido yoyibob: aqui estamos una vez más disfrutando de tu cuento, como siempre narrando la vida de un modo que todos comprendemos, pero que estamos incapacitados para describirla. Tú que puedes continúa, por favor, por nosotros. Por cierto también quería decirte... (continuará)