sábado, 16 de enero de 2010

Un sueño comarcal (Cuento de principio de año) IV



Hicimos una siesta incompleta. La comida en el restaurante había sido tan placentera que nos quedamos traspuestos mirando las noticias de la televisión. Apesadumbrados, con el cuerpo herido por el molde nuevo de una cama extraña, y también por la falta de rumbo que llevábamos, la falta de perspectivas y la casi seguridad de que el temporal de nieve se acercaba, abrimos los ojos como náufragos que despiertan sin saber dónde.
Me asomé al ventanal y vi que las gaviotas ya no estaban. Había caído la noche.
A través del teléfono, intenté localizar a un viejo compañero de la Facultad de Periodismo que vive en Begur. Mi mujer ya no se extraña de que haya algún cubano cerca. Los hay en todas partes, en todas las comarcas, en todas las latitudes del planeta. A éste no lo veía desde la época de estudiantes, pero sabía que vivía allí porque lo tengo como amigo en Facebook y su perfil indica la ubicación. Quería darle la sorpresa con la venia de mi mujer, pero, también, con la aclaración expresa por parte de ella de no olvidar el plan intimista de nuestra luna de miel. La luna, por cierto, no se veía en el cielo. Todo estaba negro y revuelto. El recepcionista de turno nos había dicho que rezáramos por que no nevara, ya que quedaríamos atrapados en el acantilado. Allí no llegan las máquinas quitanieve.
Mi antiguo compañero de estudios no respondía al teléfono. Insistí varias veces.
Entonces se me ocurrió conectarme a Facebook para ver si lo encontraba en tiempo real.
Casualidades de la vida: estaba conectado él también.
-¡Dime, Cuadro*, qué haces!-entré con una alegría indescriptible.
-¡Coño, Pepe el Romano!, terror de las casaderas y hermanas sin consuelo!- recordó aquella broma que me hacían en la farándula de la isla.
-¿Dónde estás?
-En Begur. ¿Y tú?
-También en Begur.
Mi colega, de quien no tenía claro en qué año emigró, cómo lo hizo y cómo fue a parar a esa “lejana” comarca que está a mitad de camino entre Barcelona y Francia, quedó tan perplejo que no desarrollaba el chateo inmediatamente. Hubo un corto tiempo de espera. Muy breve, la verdad. Supongo que fue el tiempo de reacción necesario para improvisar un rescate en medio de una noche en la que todo el mundo por los alrededores estaba situado al lado de un llar de foc*.
Le dije a mi mujer que deberíamos darnos una ducha rápida porque en media hora vendrían a buscarnos. La pobre, ni más ni menos, no salía de una sorpresa para entrar en otra. Aunque está acostumbrada a la sombra de mi país, a ese rastro envolvente, egocéntrico y perturbador que deja Cuba, su calidad de ser humano no gana dinero para asombros. El día que se convierta en androide le importará un pito que aparezcan antiguos compañeros, antiguas novias y en general antiguos conocidos por todas partes.
-¡Begur es nuestro, mi amor!- le dije con disimulo abrazándola contra el ventanal de cristales climatizados.-¡Nadie nos robará esta historia!
Me miró pensando cómo me las arreglaba yo para darle siempre la vuelta a las cosas.
Nos perfumamos como para salir a bailar y nos sentamos en el lobby a esperar a un cuerpo de bomberos de costa que debía llegar en medio de una borrasca.
El tiempo pasaba lentamente. La quietud de adentro era de alto contraste. Hubo un momento en que me levanté y salí para fumar un cigarro. Regresé enseguida. El frío, la lluvia y el viento eran más fuertes que todas las trampas de un reloj. Nuestro coche, aparcado a la intemperie a escasos metros de la puerta, ya no echaba humo. En cambio, oscilaba levemente como si entrara en contubernio con las rachas de viento de fuerza superior. Aquello parecía un ciclón tropical, una depresión atmosférica de esas que en Cuba se llevan las antenas de los televisores, las tapas de los depósitos de agua, las matas de aguacates y, por supuesto, los aguacates.
Vi unas luces móviles a lo lejos.
-¡Ahí viene!- aseguré con alegría.
Decidimos quedarnos sentados en el inmenso sofá hasta que entrara el salvador. No se debe perder la clase en ningún momento.
Se abrieron las puertas automáticas y entró él como siempre fue, como un ciclón, arrollador, personalizado con algún atuendo que no dejara indiferente a nadie. Llevaba un sombrero de gaucho, lo cual hacía trasportar la imagen tranquila de la Pampa a un escenario tormentoso, escarpado, rocoso, húmedo. A su lado, con un paraguas rebelde todavía sin cerrar, una hermosa mujer tan alta como un pino desplegó una sonrisa olímpica.
Nos abrazamos los cuatro. No era para menos.
-¡Esto es un rescate en toda ley! -agradecí a mi amigo.
El hombre de la recepción se sintió menos solo cuando nuestras voces, alegría y juventud inundaron el ambiente.
Reencuentro histórico. ¿A cuántos kilómetros de la Facultad de Periodismo?
Enseguida nos organizamos. Ellos trajeron la certeza de que todos los bares del pueblo estaban cerrados. ¡Ya lo creo! Así que decidimos ponernos al día en el bar del hotel, donde ya habían llegado un par de parejas que debieron registrarse mientras mi mujer y yo dormitábamos.
Como era de esperar, no había nadie detrás de la barra. Continuaba el aviso sobre el mostrador.
Mi anfitrión -¡por fin un lugareño con quien tomarme un café, una de las cosas que más adoro en la vida!- se levantó y fue hasta la recepción. El responsable de ese lugar hizo una llamada telefónica y en pocos minutos apareció una amable camarera, con los labios pintados, retocada como si también se fuera a bailar.
El camino recorrido por mi compañero de clases era largo. Había llegado a Begur dando tumbos de un lado a otro, no solo por España, sino por toda Europa. Convenimos en que el mejor lugar del mundo está donde uno se sienta bien.
Pedimos cerveza y algo de comer.
Era difícil apoderarnos del momento con tantas cosas que contar. Sobre todo porque no hubo tiempo de preparar ningún discurso. Nadie se imagina que, en medio de una tormenta, va a llegar un forastero con recuerdos de antaño. Nadie se imagina que el ámbito estrecho y sobrecogedor de una noche tempestuosa iba a ser el propicio para remontarnos a unos días en los que éramos medianamente felices e ignorábamos dónde estaría nuestro lugar en el mundo. Entonces, hace 15 años, vivíamos puertas adentro, en un país cerrado a cal y canto, rodeados de agua por todas partes. Aislados. Nunca mejor dicho.
(Continuará…)

Foto del autor.
Notas:
*Cuadro es un término partidista que utiliza la burocracia oficial en Cuba para identificar a un hombre de confianza.
*Llar de foc: chimenea en catalán.




3 comentarios:

anac dijo...

yoyi, me encanta esta historia...
un abrazo

Jorge Ignacio dijo...

Un abrazo para ti, AnaC. Supongo que seas tú. te recuerdo con cariño.

Isabelita dijo...

lo malo de todo esto, es que siempre me quedo sin mi escapada romántica..., en fin, sigo luchando porque un día lo consiga!!