jueves, 6 de enero de 2011

Sus majestades no olvidan el carbón



Zeus cerró los grifos de Barcelona para que mucha gente –medio millón, según cálculos a vuelo de pájaro- saliera a la calle en busca de los Reyes Magos, que ayer llegaban de Oriente. El cielo estaba plomizo, pero no cayó ni una gota de agua, a diferencia del año pasado.
Sus majestades arribaron, como siempre, en barco, a las cinco en punto de la tarde. El Moll de la Fusta (muelle de madera) se veía tapizado por un mar de personas ansiosas por cruzar saludos con Melchor, Gaspar y Baltasar. Éstos estaban de pie, en la cubierta del velero Santa Eulàlia, observando cómo una ciudad muy antigua del Mediterráneo se había movilizado para brindarles una recepción espléndida, a pesar de las frías temperaturas del mes de enero.
Como manda la tradición, en el embarcadero los recibió el alcalde (Jordi Hereu) con su comitiva gubernamental; éste les ofreció pan y sal y les extendió las llaves de la ciudad como símbolo de bienvenida; además de que las ferrosas llaves maestras les permitiría a los Reyes, a partir de ese momento, acceder a todas las viviendas y constatar qué han hecho los niños durante todo el año pasado.
En el muelle, había infantes rezagados que todavía no enviaron sus cartas por correo con el pedido de juguetes, pero estaban allí para eso, para entregar la misiva en las manos a los propios Reyes o a los secretarios de éstos. En los sobres se podía leer fácilmente la palabra “Urgente”.
Una hora más tarde –después de que el Ayuntamiento les ofreciera un cóctel de agasajo a base de productos locales-, los tres magnos personajes comenzaron un desfile por las céntricas avenidas de Barcelona, acompañados cada uno de séquitos fieles, quienes lanzaron al aire dieciocho mil kilos de caramelos y desearon a todos los presentes –adultos también- un nuevo año con más posibilidades para ser felices.
Camellos articulados recordaban el estilo escénico del colectivo local La Fura dels Baus; atrezzo magnífico que aprovechaba el papel, la tela y los hierros de desecho. Y las tres carrozas sencillísimas, aerodinámicas, futuristas como debe ser, porque Melchor, Gaspar y Baltasar saben bien que hay que adelantarse a los tiempos que se viven, no solo para imaginar figuras diferentes, sino además para estar preparados en todo sentido. Tal vez sea por esto que no obviaron el carbón, símbolo del silencio más que del castigo. Al final de la caravana –este año parecía más un desfile de carnaval que una cabalgata- llevaban una carroza con el mineral negro, por si acaso.
Una paje esperpéntica, con ojos desorbitados, intentaba servirlo.

Foto del autor
Una paje diabólica iba con los Reyes para servir carbón.


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