Para Pedro
El olor a hierba mojada no falla en ninguno de sus regresos, pase el tiempo que pase. He aquí un tipo de memoria olfativa tan eficaz como las canciones que hicieron compañía en la adolescencia, en mi caso las canciones en inglés de los ochenta. Y si se mezclaban las dos cosas, allá en Cuba, era lo máximo para avivar la melancolía. Entonces imaginábamos cómo debía ser la otra orilla, desde donde salían las canciones en inglés, baladas, en su gran mayoría, que marcarían para siempre un estilo de vida, un escenario.
El olor a hierba mojada no falla en ninguno de sus regresos, pase el tiempo que pase. He aquí un tipo de memoria olfativa tan eficaz como las canciones que hicieron compañía en la adolescencia, en mi caso las canciones en inglés de los ochenta. Y si se mezclaban las dos cosas, allá en Cuba, era lo máximo para avivar la melancolía. Entonces imaginábamos cómo debía ser la otra orilla, desde donde salían las canciones en inglés, baladas, en su gran mayoría, que marcarían para siempre un estilo de vida, un escenario.
El tiempo ha pasado y ahora estamos
en la otra orilla, la imaginada, pero estamos forzosamente instalados aquí
después de dar un poco de vueltas en el exilio que nos pertenece, exilio
interior y exterior. Estamos ahora comprobando todo esto, aunque dolidos
por unas muertes prematuras que surgieron de repente. Aquí tenemos la
misión de comunicarles cómo es el lugar.
Ni más ni menos que el mismo olor
cuando llueve; los aguaceros de golpe, unos quince o veinte minutos y la
humedad absoluta en el ambiente. La gente se pone mangas largas, confundida. Ni
más ni menos.
Se respiran aires de libertad en el
inmenso Miami, que es una ciudad sin rumbo, aparentemente.
Se comprueba que la distancia física
con La Habana es muy corta y que definitivamente uno está del otro lado. Se comprueba además que no añoramos volver; más bien se entera uno de esto; lo descubre
un domingo en que el chaparrón obligó al recogimiento con la familia que se ha
creado; nuestra descendencia que no sabe nada, o casi nada, de la otra orilla.
Una familia ajena al descalabro que fue la adolescencia, en casi todos los
sentidos.
Uno piensa que puede haber personas
cerca, capaces de dar fe de aquel pasado, y termina dolido mirando por el
cristal.
Mi padrastro, a quien siempre tengo
ganas de llamar, no ha respondido aún.
Dice mi mujer que han pasado muchos
años y que ahora el que llama, el que busca, es un hombre de cuarenta y pico
(no me acuerdo exactamente) con una familia hecha. Yo le digo a mi mujer que se
equivoca. El que marca un número de teléfono es el niño aquel.
¡Y a un niño no se le deja
esperando!
Foto María García
3 comentarios:
Hace casi dos años le llamé...y aún sigo esperando el encuentro prometido, aunque sé que esto no ocurrirá. Robert.
A veces esa llamada,despues de tanto tiempo,transmite miedo al que no la espera y decepcion al que llama.Al final:"El tiempo,el implacable,el que paso....."Un saludo desde un Madrid que se aferra al gris y al frio eterno.Roberto.
Un abrazo entonces, Roberto, desde la llamada Ciudad del Sol. Gracias por la visita...
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