domingo, 6 de enero de 2008

Escaleras al cielo (con permiso de Led Zeppelin)



Este año tuve la primera cabalgata de mi vida. No es un sentido figurado: me refiero al desfile de los Reyes Magos por las calles de Barcelona. Paseo equino taponado por unos camellitos de verdad. Y, entre séquitos, unas máquinas barredoras del ayuntamiento que iban succionando el excremento de los caballos. Y el de los camellos, supongo; aunque no estoy muy seguro de si los jorobados cuadrúpedos excretan tanto como los otros. Lo cierto es que me quedé con la duda de las barredoras. ¿Formaban parte de la revista para anunciar que Barcelona es la ciudad más limpia del mundo –un posible lema de la Generalitat- o es que los operarios de limpieza se iban de jolgorio acto seguido y no podían pasar el escobillón después de la parada de Reyes, o es que, como mismo una carroza anunciaba la Coca-Cola, las barredoras promocionaban a BCNeta, la empresa encargada de cepillar la ciudad?
¿Y la banda de música al galope? ¿Acaso, contando solo con dos manos, no es prácticamente imposible llevar la rienda del animal, sostener una partitura y accionar los pistones de la trompeta al mismo tiempo? Pero los jinetes, más de cuatro, lo lograron, sin que ocurriera accidente alguno, al menos en la concurrida intersección de Sepúlveda con Villarroel, donde encontré a los Reyes de casualidad.
Mientras esperábamos el paso de la tropa, poco a poco me fui ganando la confianza de una joven madre que había llevado no solo a su pequeño, sino además una escalera de aluminio en la que el vástago se encaramó desde muy temprano, y, desde las alturas, el niño pescó infinidad de caramelos y rozó los dedos de los Reyes. Como soy un neófito en el asunto, humildemente pedí información a la madre sobre la secuencia de los hechos, sobre la iconografía de la comparsa. Y me enteré de muchas cosas. Tuve deseos de escribir una carta urgente pidiendo a los Magos que me acercaran este año a mi familia, pero no tenía lápiz, ni papel, ni un sobre para envolver la misiva. Aprendí, sin embargo, una cosa nueva: no importa la edad que tengas para comenzar a soñar. El niño de la escalera de metal podía ver el desfile desde su balcón, pero él quería tocar todo lo posible, quería ser partícipe de un pasacalles excepcional que, sin saberlo, encadenaría una secuencia de ilusiones ópticas que, a su vez, daría pie a desarrollar su imaginario personal. El día que descubra que todo era una farsa, tendrá edad suficiente para bajar él solo con su escalera, o quedarse voluntariamente en su balcón, y no le reprochará a la madre el ardid, porque él mismo se dará cuenta de lo que significa tener esperanzas.
Los niños de mi generación, en Cuba, jamás escribimos cartas a los Reyes Magos. Nos lo torcieron todo a cambio de un sistema aparentemente más justo y también más estandarizado. Un sistema pragmático. Los juguetes, como diría el cantor, nos venían solo una vez al año. Nos venían de China, y nos jugábamos en ellos la lotería. Era un sorteo que se realizaba en cada circunscripción, un bombo administrativo en el que se juntaban todos los números de las libretas de abastecimiento (cartillas de racionamiento) y, en dependencia de tu suerte, podías rifarte un puesto “alto” o uno “bajito”. Nosotros, en casa, éramos dos hermanos, de manera que al final de la contienda teníamos seis juguetes en total: tres por cabeza. Tenías derecho a un juguete llamado “básico”, otro “no básico” y el “adicional”. Este último, por lo general, era una caja de bolas (canicas). Pero mi hermano y yo, que en más de una ocasión nos halamos los pelos porque a los pocos días del sorteo nos aburríamos invariablemente del “básico” que nos tocaba, jamás tuvimos una bicicleta, que era la reina, o, en esas fechas, el rey de los juguetes. Con lo máximo que tuvimos que conformarnos fue con unos patines de cojinetes que duraron una eternidad.
No me arrepiento de ser ateo, pero, lo confieso, de niño me hubiera gustado más el sistema de las carticas, el paseo esperpéntico, el trote hípico a la vista, aunque hubiera sido sin barredoras simultáneas. En mi isla, siendo tan mestiza como es, todos los años hubiéramos tenido una cara nueva en el personaje de Baltasar. En Barcelona aún escasean los Reyes africanos.

(Enero 2006)

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