lunes, 21 de julio de 2008

HISTORIAS DE DEPILADORAS (Y BATIDORAS AMERICANAS)



Primer día: Una duda ante el espejo

El vendedor de electrodomésticos tenía la costumbre de mirar hacia la puerta constantemente. Era un manojo de nervios organizando el material, hablando por el teléfono, rascándose la cabeza y alternando tales tareas con la visión discontinua hacia la entrada. No deseaba ser sorprendido por el factor sorpresa. Odiaba ese factor; le temía. Dominaba su clientela al dedillo; incluso era capaz de adivinar el género que se iba a despachar con solo un bosquejo rápido en la observación de pies a cabeza. Se divertía preparando de antemano el aparato que iban a comprar. Muy pocas veces se equivocaba. Llevaba tanto tiempo detrás del mismo mostrador…
Otra de sus teorías era que los ejemplares que se tocaban varias veces a primera hora, se vendían ese día. Siempre y cuando la manipulación no fuera intencional, sino producto de la organización de la tienda o de la exposición de un nuevo producto. No fallaba en eso, lo tenía comprobado. Relacionaba esas “casualidades” con el movimiento normal de las energías, entre los metales –que no eran preciosos-y las carnes variopintas que pasaban por allí. En verano, lógicamente, la clientela se destapaba algo más en todos los sentidos.
Una silueta espigada entró por el pasillo y dibujó a contraluz la figura de un pino maduro. Luego, al llegar al mostrador y dejar de ser silueta, se ofreció como dama de unos sesenta años correctamente arreglados frente al espejo, con polvos y señales de rectitud en las sienes cenizas, en la mirada educada y, sin embargo ,dura. Llevaba una bolsa del establecimiento de la que extrajo una cajita rosada. El vendedor se preparó para articular el paquete de palabras profesionales que correspondían a un cambio o devolución de productos.
-Buenos días. Vengo a devolver esta depiladora-comenzó la mujer manteniendo el rictus serio.
-¿Le ha fallado la máquina o es que se ha arrepentido?-intercambió él.
-No. Funciona. Lo que sucede es que a mi sobrina le indicaron mal y se ve que no rasura, que solo arranca los vellos.
-Discúlpeme la pregunta: ¿la han usado ya?
Un color rojo ocupó el tono empolvado en el rostro de la señora. Acto seguido, sus brazos se elevaron a la altura de sus hombros y sus manos se abrieron como dos girasoles en señal de reclamación. La pregunta que salió de su boca fue la siguiente:
-¿Por quién me ha tomado usted? –y en su rostro se dibujó la mirada del ofendido.
-No se moleste, señora. Le pregunto por oficio simplemente. No es mi intención molestarla. Debo confesarle que a esta tienda me han traído de vuelta depiladoras con pelos…y señales-aclaró el otro con un tono suave y media sonrisa.
La mujer seguía seria. Lo que había escuchado le enervó la sangre. Se sentía insultada. Tomó la caja y se la mostró al dependiente:
-Mire. En mi casa lo que sobra es educación, higiene y sentido común. Jamás se me ocurriría devolver una cosa servida a no ser por fuerza mayor, y menos un aparato de uso íntimo. En mi casa nos leemos los manuales de instrucciones y a partir de ahí decidimos qué hacer.
-Sí, la entiendo…pero ahora me gustaría que me entendiera usted a mí. Fue solo una pregunta de oficio, para saber qué curso darle a la máquina, para descartar el timo, para ahorrar tiempo, en fin…que no debí formularla así. Discúlpeme.
-Bien, no vamos a buscarle las cosquillas al asunto. ¿Tiene otra con el accesorio para rasurar?
Mucho vuelo podía alcanzar la mente de un hombre aburrido de vender artilugios de última generación. Se dejó llevar, pensando que todo ser humano tiene un lado sensible y blando, que el oído de aquella señora estaría deseando una frase garante. Imaginó todas las posibilidades, incluyendo el ardid de una supuesta sobrina –y en ese caso a la mujer le dio vergüenza de presentarse como la usuaria. Intervino con su mejor sonrisa aprovechando que la tienda estaba vacía y podía dedicarse a ella por completo.
-Tengo otro modelo, o mejor le enseño todo lo que tengo.
Y desplegó unos cinco envoltorios de varios colores y comenzó a leer las referencias.
-Con dos cabezales más, para las axilas el pequeñito y otro para las ingles. Este modelo puede cargarse a la corriente y funcionar luego sin hilos. Está este con los mismos cabezales y además con vibrador, o, perdón, con masajeador, para amortiguar el dolor. Y luego este que es el más completo e incluye, además de lo expuesto, el famoso cabezal para rasurar, que funciona como una afeitadora Braun. Pero creo que este funciona solo directo a la corriente…
-No, no. Ese está bien-interrumpió la clienta.
-Espere…También hay un modelo bastante completo que incorpora una luz direccional.
-¿Y eso para qué?
-Para si se usa en un camping…
La señora sonrió. Su aspecto estaba más distendido. El mal rato había pasado de largo y nadie más entró al recinto, excepto el sol de la mañana que se ubicó en la zona de las pantallas de los televisores. El vendedor no recordaba esa cara, ese rostro tan correcto, serio y arreglado. Era buen fisonomista. Supuso que la depiladora había sido vendida por otro compañero de trabajo. Como había logrado salir del trance sin exabruptos, se arriesgó a comentar algo que siempre le preocupó, desde que inventaron esos aparatos:
-Perdóneme, una pregunta: ¿No cree usted que estos cacharros van contra natura?
-Sí, ya lo creo, pero, igualmente, toda la vida, las mujeres nos sacamos las cejas con unas pinzas.
-Es verdad. Ya lo había olvidado. Además, para presumir hay que sufrir, ¿no?
-Así es. Mire, deme la más completa que tenga y olvídese del dolor ajeno. Le devuelvo esta que traigo intacta, sin abrir el embalaje apenas. Solo para extraer el manual de instrucciones.
-Muy bien. La más completa lo tiene todo, hasta un gel para enfriar que trae de complemento. ¿Se la envuelvo en papel de regalo?
-Por supuesto.
El lector de barras de la caja marcó 99 euros. El dependiente realizó la anulación del modelo anterior y solicitó la diferencia en dinero, que era casi el doble. Envolvió la depiladora con cuidado y la puso en una bolsa de la tienda.
Antes de despedirse con una sonrisa, la mujer peguntó a su anfitrión:
-¿Sabe usted que este modelo lo anuncian en la televisión?
El hombre asintió, colocó un gesto facial suave y tierno, un adiós igual de complaciente, convencido de que la destinataria del regalo era ella.

5 comentarios:

Queseto dijo...

¡¡Jorge qué rebuenísimo esto que has escrito!! ¿Te inspira la biblioteca? ¡Estoy deseando leer la siguiente entrega! ¡Graaaaaaaaciaaaaaaaaaaaas!

Jorge Ignacio dijo...

querida amiga: me inspira poder combinarme la vida ordinaria -léase trabajo por un salario- con los placeres, como por ejemplo escribir. Sí, he descubierto un sinfín de posiblidades en la red de bibliotecas públicas de Barcelona. Se lo tienen muy bien organizado. Te puedes conectar a internet gratuitamente desde cualquier biblioteca, con tu número de afiliado, y afiliación gratuita. parece que le estoy haciendo promoción. estoy verdaderamente emocionado. Hoy estoy en otra biblioteca, porque "la mía" cierra días alternos. ¡Y cierra todo agosto! También hay préstamos de libros gratis. Y videos, música.Quiero enviar un saludo sincero a los trabajadores de la Biblioteca Nacional José Martí, donde rstrée fondos y dejé "horas/nalgas" durante la universidad. Allí no hay estas prestaciones sublimes para el alma divertir, pero el edificio y el ambiente es inolvidable. Un abrazo, QST.Desde otro punto de la ciudad.

Queseto dijo...

¡Qué bien, eres escritor itinerante! Sí, las bibliotecas funcionan de maravilla. Tendrás que buscarte algo para agosto, porque yo no me quedo sin las entregas...

Besos a los 2

Anónimo dijo...

Muy Bien!!! Jorge, esto es la combinación perfecta. La foto tremenda, dos focos perfectos en planos diferentes... Verano Depilante "Solo las mujeres saven donde está el encanto de una depiladora"
Saludos, Eduardo.
P.D. Saludos desde aqui para queseto.

Queseto dijo...

¡¡Eduardoooooooooooo cará!! Gracias por ser mi caballero acompañante el otro día... ¡aunque confundí un almirante con un general!

Besos