viernes, 24 de octubre de 2008

Regreso a Ítaca



El día después (I)

Ese sería el amanecer más temible de mi vida y ocurrió a mis 43 años, hace ahora una semana. Al abrir una cristalera de mi antigua habitación, volví a sentir el olor a hierba mojada y salvaje, esta vez más crecida y más dejada al olvido. Volví a encontrar de frente el color amarillo intenso de un rayo de sol, el mismo rayo de un astro anclado al parecer delante de aquellas cuatro paredes exteriores. Había más rejas en mi campo visual, de todo tipo y colores. Excepto este pequeño detalle –que no es tan pequeño si uno se pone a pensar- todo seguía igual. Las cosas en su lugar, quiero decir, porque todo estaba más destartalado que lo que pude imaginar cuando iba al encuentro de La Habana.
He contado en estas páginas que mi casa natal –o sea, la de toda la vida- la perdí en medio de una transacción comercial que realizó mi desesperada madre aprovechando mi ausencia –mi exilio-, negocio turbio y mal hecho pero que tuve que asimilar por razones básicas de equilibrio mental. Lo que no había dicho aquí es que el actual inquilino de La Maison –así llamaba cariñosamente una amiga de la universidad a mis ambientes desconchados, oscuros- se ofreció por teléfono para que cuando yo visitara de nuevo la isla pudiera instalarme allí, gratis, sin compromiso. Sé perfectamente que esas cosas pueden suceder en Cuba, pues conocí una historia similar en mi propio barrio, con un hombre que llegaba de Miami luego de 30 años de ausencia y decidió pasar delante de su antigua vivienda. Terminó hospedado para sorpresa del mismo visitante, quien solo corrió a cargo de una facturita regular de víveres y los siempre bienvenidos refrigerios.
Algo similar acabo de vivir, sin conocer personalmente antes a quien fuera mi anfitrión, el “compañero” que compró mi casa y por quien supe, en larga, distendida y etílica charla, el dinero que ofreció por ella. A través del teléfono respondí afirmativamente a su invitación, y allí me presenté, hace ahora, repito, unos pocos días, con el corazón en la mano, más que en la boca. Llegué tarde en el vuelo de Iberia con la nocturnidad a mi favor, pues a esa hora el personal de emigración y aduana estaba cansado y –algunos agentes, no todos- se dedicaron a solicitarme chocolates suizos. El ordenador portátil que llevaba no fue un escollo como supuse: solo tuve que registrarlo para –obligatoriamente- volver con él a Barcelona, ya que no es posible regalárselo a nadie. Como me cuidé de no llenar demasiado la maleta, pasé ligero, sin interrupciones de una puerta a la otra, hasta que me vi entre los brazos de mi madre, la misma que me dejó en el preámbulo del inmueble que ya no nos pertenecía.
-Dime una cosa, mijo-preguntó-: ¿Acaso no podías quedarte conmigo?
-Quise probar cuánto aguantaba mi corazón, vieja. No te lo tomes a mal, pero ¡he cambiado tanto..!-respondí sarcásticamente, suave, sin rencor.
Mi madre se quedó observando el cercado alrededor del jardín, un viejo sueño nuestro que no fue posible en otros tiempos, entre otras cosas porque teníamos que comer y trasportarnos ante todo.
Me despedí de ella hasta el día siguiente. Mi anfitrión tuvo el detalle de no salir a recibirme hasta que quedé solo con la reja interpuesta. Estaba escondido detrás de una persiana, mirando la escena desde el interior sin escuchar absolutamente nada. Luego sería yo mismo quien le contara más detalles de mi vida, la nueva y la otra que tuve en aquella querida isla convertida en archipiélago, porque en realidad lo es si miramos el mapa geográfico y el político, con todos nosotros, los que nos fuimos, girando alrededor.
El día después, la suposición de ese día, me llevaba envuelto en un auténtico manojo de nervios. Me refiero a lo que sería el día después que es cuando uno amanece, luego de varios años lejos, amanecer en el lugar donde uno nació y vivió la mayor parte de su vida. Y ese rotundo amanecer estaba marcado también por la fecha en que exhumarían los restos de mi padre, al cabo de dos años de enterrado en un lugar insólito.
Más que eso: El sitio donde lo depositaron era inesperado. Porque –también lo he narrado aquí- nadie sospecha siquiera que morirá un amigo tan a lo lejos y tan lleno de vida.

(Continuará…)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hey, I love your photos...they are really nice...