jueves, 8 de octubre de 2009

La última vez que lo vi



Viajaba por la zona del puerto de La Habana en un automóvil del periódico cuando nos cruzó un ciclista. Nuestro carro estaba detenido en un intercambiador de vías de tren desahuciadas. El hombre superó los raíles rebotando sobre una bicicleta china, que eran las que había entonces.
Tengo la mala costumbre –según mi mujer- de mirarlo todo. Así que, cuando pasó delante del parabrisas, dejé lo que leía y alcé la barbilla. Lo vi sin que me viera, como quien está sentado en un palco guarnecido por la circunstancia del espectador.
Era él, sudado como cualquiera de los ciclistas de la ciudad y, como todos, llevaba una mochila llena de cosas.
El semáforo parecía atascarse, o tal vez la dilatación del tiempo fue un instinto de seguir al ciclista con los ojos hasta que se perdiera entre los camiones del puerto, el hollín, la grasa y el arcoíris a contraluz que proyectan los restos de combustible en el asfalto.
Mientras lo estudiaba, pensé que podíamos haberlo llevado si nuestro automóvil tuviera un maletero más grande para la bicicleta. Me pareció surrealista que un profesional de esa talla anduviera en medio del tráfico de la zona del puerto maniobrando sobre dos ruedas, porque sabía muy bien que él no estaba haciendo deporte, sino que iba para su trabajo, desde Mantilla hasta el Vedado, unos diez kilómetros, aunque quizá pueda exagerar.
Era él, Leonardo Padura, escritor prolífico de sagas policíacas, un ejemplo del periodismo de investigación de aquel momento y, además, hizo de oponente en la discusión de mi tesis de grado, algo así como un fiscal en un juicio.
Todos íbamos en bicicleta. Cuando el automóvil del periódico me dejara en la redacción, me esperaba un ciclo igual que el que llevaba mi insigne colega. Bueno, no debemos exagerar. No todos íbamos en bicicleta, pero a Padura no sé por qué nunca lo había imaginado pedaleando.
Años después supe que el gobierno le había dado la posibilidad de comprar un coche, como se llama en España un vehículo automotor de cuatro ruedas de tamaño medio. Sin embargo, aquella fue la última vez que lo vi, así, como el más común de los ordinarios ciclistas de la ciudad.
En estos días estuvo en Madrid, promoviendo su más reciente investigación literaria –le encanta la novela histórica-, un libro que intenta descubrir la trama que fabricó Stalin para asesinar a Trotsky en México. El periódico El País le ofreció un espacio para responder preguntas de los lectores casi en tiempo real. Vi que esa era mi oportunidad para preguntarle si el personaje de su saga policíaca Mario Conde tiene algo que ver con el ex banquero/ex convicto español. Y, por supuesto, le lancé la interrogante. Pero Padura no me respondió. O el sistema de la versión digital de El País no pasó mi duda. No sé.
Espero que la vida nos ponga cara a cara alguna otra vez. Se lo preguntaré. Mientras tanto, le deseo éxito con su nuevo título. Padura es uno de los intelectuales cubanos que ha preferido quedarse a vivir en la isla, mientras otros, tal vez demasiados, nos marchamos de allí prácticamente sin mirar atrás. Por lo menos a este servidor, la bicicleta, el hastío, la falta de perspectivas, de libertad de palabras y la alimentación básica se le hacían una cuesta arriba.

6 comentarios:

la margarita mia dijo...

ya veo que el chino sigue dandote la lata, te contaré que yo tenía de vecino a un cirujano pediatra que trabajaba en el almejeiras y cada tres o cuatro meses salía del pais a dar conferencias por el mundo y todas las mañanas lo veia salir hacia su trabajo en su bicicleta china y regresaba por la tarde cansado y sudoroso en su bici china, yo también me hacia la pregunta.

Anónimo dijo...

Tu dices que te fuiste buscando libertad y comida (tenias hambre de las dos cosas) sin mirar atrás...
¿pero qué haces en cada cronica de estas, sino mirar atras cada dia?
Miguel

Silvita dijo...

El comentario de anónimo Miguel me hizo recordar aquella canción de Silvio: la saga de los tres hermanos. Mirar siempre en una sola dirección -adelante, atrás, arriba o abajo, etc- no da muy buen resultado al caminante. Mirar adelante es indispensable, pues hacia adelante se camina; pero poder mirar atrás y tener una historia con buenos y malos momentos, experiencias en fin: es también muy importante, es un lujo que los más viejitos nos vamos dando en la vida. Pobres de los que vuelvan la vista y no encuentren nada que valga la pena mirar!
El atrás es el camino que hemos hecho, como dirían Serrat-Machado: caminante: no hay camino, se hace camino al andar.
Un abrazo Yoyi, y mis saludos a los chinos insistentes!
Silvita.

Jorge Ignacio dijo...

Ya Silvita respondió, gracias.
Solo quería agregar que en la crónica digo que me fui sin mirar atrás. No que no mire atrás en el día a día. La nostalgia es parte de la vida, unos más y otros la llevan menos. Hubo un tiempo, al principio, en que no miraba atrás porque la novedad de las cosas de aquí me consumían todo el tiempo. Ahora que ya estoy estable, tranquilo y feliz, me lo permito. Y lo comparto. Saludos a todos, y gracias por la visita, Margarita mía.

Kerala dijo...

JI algo para ti en la tendedera, que estoy al descolgar porque hay caminos sin rumbo fijo y eso harta un poco y debilita. Pero luego te cuento por email. Me hace bien saberte feliz.

Rodrigo Kuang dijo...

El chino que me precede ahora vende fumigación para termitas. Me pregunto si tendrá que ver con la fumigación de aquellas opiniones que buscan poner en entredicho a quienes escriben poniendo siempre la visión personal, no ideológica o tendenciosa, esa opinión chata de quienes acusan al cronista por el simple gusto de trollear.
Por supuesto que existen ambas cosas: no miramos atrás, y al mismo tiempo nos pasamos la vida haciéndolo. De eso se trata el arte de emigrar. Irse sin irse. Marcharse en la búsqueda de horizontes más tranquilos y permanecer en la memoria de lo que vivimos en nuestra tierra. Sobrevivir lejos y recuperar lo que en verdad somos.
Aquí estamos, Yoyi, siendo cubanos y siendo extranjeros. Recordando a Cuba y dejándola a un lado, en esa cuerda floja de ser uno mismo en cualquier parte sin perder la semilla jamás.
Quien no entienda esto, que vaya a leer a otra parte.