martes, 20 de octubre de 2009

Polly and Lempika



Como un happening que nadie se espera –valga la redundancia-, salió una voz del fondo ejerciendo todo su derecho. Sí, ella estaba allí; estaba en su habitación de atrás del corredor, estaba allí incluso antes que todos nosotros.
La anciana rompió la intimidad del lugar presentándose a sí misma. Se llama Polly. Tiene unos ochenta años y una memoria espectacular. Su vida ha transcurrido una parte en La Habana y otra en España, península donde nació y a donde regresó a morir. La gente ya no es como antes, dice. La gente ya no habla como antes.
Polly lleva unas gafas graduadas enormes, un pañuelo atado debajo del mentón, gigantes asentaderas y unos zapatos de antaño. Su cuerpo escorado descansa en la rigidez de un bastón de madera. Primero se alarma de lo destruida que está La Habana, según le han dicho, y luego cambia bruscamente hacia la deconstrucción del idioma, impregnado de anglicismos. Polly los colecciona, los suelta de carretilla mientras la gente que estaba tomando una copa y conversando en la penumbra del salón no sale del asombro. Esa señora se ha robado la atención.
Dentro de Polly hay un actor. Juan Carlos Rod es delgado cuando no representa a Polly; es, digamos, la antítesis de ella. Así que requiere falsear la voz, armarse con una estructura de varillas y untarse medio kilo de maquillaje. Tiene que doblar sus vértebras lumbares y mantenerse así hasta que Polly se marcha a su habitación. Cuando lleva a cuestas a la anciana nadie logra reconocerlo.
Hace una buena caracterización.
Desde la última fila, Alejandro lo observa atentamente. Piensa que cuando haya acabado el happening tendrá a Juan Carlos tomándose un ron en el patio de butacas. Alejandro lleva ese local con suma dedicación. Es un sitio alternativo dentro de El Raval, la zona sin dudas más mestiza, intrincada y oscura de Barcelona. Su público, sin embargo, no es del barrio; Alejandro se vale de los “niños” bien de los barrios altos, de los que viven en las márgenes de ese perímetro urbano que ofrece sexo, drogas, cervezas y miradas frías en las esquinas. También Alejandro es anfitrión de muchos extranjeros europeos que pasan en Barcelona una temporada. Es excelente anfitrión, diligente, conocedor de la coctelería tradicional e inventor de combinados.
Ofrece un salón ecléctico, lleno de tarecos que sugieren la utilería de un teatro, la ambientación de una puesta que siempre está en cartel. Cosas antiguas, desalojadas de otro tiempo o de un pasado que insinúa haber sido bueno, no mejor. Alejandro es cubano. Su acento no lo delata. Esto hay que averiguarlo pero ya lo digo aquí. A las nueve de la noche abre las puertas del Lempika, un nombre que viene de las artes plásticas y el diseño. Alejandro es postmoderno. Bueno, no hay que ser absoluto. Su bar/teatro seguro que lo es.



“¿Lluspiquinglis?”, un monólogo del también cubano Juan Carlos Rod. Mañana miércoles última función en el Lempika, en la calle Carretas 18, El Raval. Entrada libre.

3 comentarios:

Rodrigo Kuang dijo...

Aprovechando que no han llegado aún los chinitos merolicos (que en el anterior monopolizaron los comentarios con sus anuncios de muebles), te mando un saludo por nuestro día de la cultura nacional, que esa es y seguirá siendo nuestra, por encima de las políticas culturales acertadas o fallidas, y por encima de aquellos que la manipulan a su antojo. La cultura nuestra va a sobrevivir a todos los gendarmes y se merece que la festejemos por nuestra cuenta. Felicidades, miherma, por el día de aquel himno nacional medio bayamés, medio marsellés que aún nos pone la piel de gallina cuando lo escuchamos por casualidad en la distancia del exilio.

Jorge Ignacio dijo...

Si no fuera por ti, Rodrigo, no me entararía de qué van los anuncios de los chinos. yo los dejo ahí en nombre del postmodernismo. Y en esa medida, también,recuerdo el himno nacional, ahora lejos de la politiquería y con verdadero amor a la patria. un abrazo, miherma.

Silvita dijo...

Me gustaría ir y tomarme una cervecita en ese teatro! Un abrazo, Yoyi, y
Rodrigo: gracias desintrincar el chino intrigoso. Aunque, pensándolo bien, era mejor cuando especulaba, imaginaba y me divertía con la idea del Yoyi perseguido por el chino de la parrilla de las Forever, disgustado, es decir blavo, porque lo dejaron en Cuba cuando él quelía lecolel el mundo ;)
Besitos a los dos!
Silvita.