sábado, 24 de septiembre de 2011

Diez años en Barcelona



La isla se multiplica a pesar de todo

Alguna vez conté que, de Cuba, salí fugado. Salí mintiendo, como suele sucederle a muchos compatriotas que no utilizan el sexo o el naufragio como vía de escape.
Pero entonces, hace diez años, no sabía que estaba escapando.
Un magma de simulaciones durante toda mi vida había logrado ocultar el verdadero sentido del viaje. Ni yo mismo sabía que iba camino a la libertad individual. Sin vocalizarlo, porque no fue preciso, me creía un emigrante, uno más en la historia de la humanidad.
Con el tiempo descubrí que era un exiliado político, toda vez que el lugar de origen exigía una serie de condiciones –concesiones de mi parte- que debía cumplir para regresar cuando quisiera; entre ellas, el silencio.
Es sabido que, de la isla, no se sale ni cuando uno quiere, ni hacia el lugar escogido. Sencillamente uno huye de allí, por mucho que duela decirlo.
Barcelona, pues, fue un destino casual.
Llegué una noche lluviosa en fiestas de la Mercè, la patrona de la ciudad. Había, como ahora mismo que escribo, verbenas por todas partes, cañones de luces en las plazas, fuegos artificiales, música y, en fin, diversión. Un buen comienzo, sin lugar a dudas. Luego, en la misma medida en que el recuerdo de Cuba, lejos de menguar, se acrecentaba, recurrí al sincretismo religioso del Caribe para lograr establecer las razones de mi presencia en esta ciudad. Fue fácil: ahí estaba Obbatalá, vestida de blanco, simbólica Virgen de las Mercedes en el panteón yoruba.
Era asombroso que yo estuviera pensando en eso, si nunca había sido santero ni conocía apenas la santería.
Pero hay líneas de conexión entrelazando los pasos de la vida.
Mi tesis de grado en la Facultad de Periodismo de La Habana había tocado sin querer a los yorubas, a través de la figura del mítico sonero Arsenio Rodríguez.
Entonces forcé -¡cómo no!- el vínculo entre dos realidades aparentemente muy lejanas, para agarrarme a algo, a algún sentido de las cosas que mitigara la áspera circunstancia del exiliado.
Cuando pasó todo lo que tenía que pasar, y por fin logré obtener un pasaporte que me abriera las puertas al mundo, viajé a Miami, la tierra prometida, para comprobar con mis propios ojos todo lo que me habían dicho del enemigo que, supuestamente, está allí.
Pero ese viaje, para la familia de mi mujer y para algunos amigos españoles, no tenía un sentido importante. Superficialmente dijeron que me había ido de vacaciones.
Por supuesto que me molesté pero, cuando pasó el cabreo, pude comprender que estas personas me estaban asumiendo como un ser normal, uno del montón, y ahí estaba la verdadera esencia del lugar que ocupo en el espacio.
Ellos mismo me ofrecieron la visión que solo puede dar el ojo de afuera:
¡Por fin, al cabo de diez años, yo estaba integrado en el paisaje social!

Foto de Rosa Anna Frutos
Un típico mercado de abastos barcelonés, con estilo modernista. Mi nuevo paisaje urbano.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Tendré q esperar 5 años más?

Jorge Ignacio dijo...

Bueno, anónimo, no tiene por qué ser así. A mí me ha costado mucho tiempo sentirme integrado, pero ya se sabe que el tiempo es relativo. Todo el mundo tiene su tempo, su circunstancia propios. Ahora siento que estoy preparado para cruzar el Niágara en bicicleta. Un saludo.

Anónimo dijo...

Es la metamorfosis deL desarraigo que gracias a Dios algunos sufrimos y nos hace la distancia tolerable.Yo tambien pase por algo parecido y creo que mi vida ya cada dia se aleja mas de aquella isla...aunque el corazon insista:la razon y el sentido comun te transforma para mitigar el sufrimiento y seguir viviendo.Ya somos muchos los "desarraigados" y sobrevivimos porque cambiamos.UN SALUDO:ROBERTO.

Eduardo dijo...

¡Hola! ILustre a Carlos Gardel le costo 20 Años... Saludos, Edu.