La
película Good bye, Lenin adelantó a
los cubanos que solamente el paso del tiempo traerá grandes cambios, que las últimas
generaciones, e incluso el viejo Estado militar, negociarán recuerdos y
emblemas de una época muy larga
Delante de unas botellas de cerveza al vodka, etiquetadas
con el sugerente nombre de Sputnik –envase rojo y aún con la tipografía
socialista-, la memoria se dio un paseo por aquellos años en los que el Muro de
Berlín se derrumbaba y, sin embargo, en Cuba, el poder aguantaba el tirón con
censuras y cacerías de intelectuales.
De igual nombre que el increíble combinado etílico visto
en unos grandes almacenes de Barcelona, la revista Sputnik, igualmente de
fabricación rusa, bailaba suelta en los
recuerdos. Había sido de las mejores publicaciones científicas en los años 80; motivo
de coleccionistas, no solo por el exquisito papel y cómodo formato de bolsillo,
sino también por su contenido inocuo, en principio.
Pero un buen día, la dictadura de la isla decidió pasar la
revista al bando del enemigo junto con Novedades
de Moscú, otra publicación del mismo terreno. El motivo nunca fue dicho
claramente, sino se advirtió al pueblo de que no convenían estas ediciones, y de
golpe dejaron de llegar a los quioscos. La Unión Soviética estaba probando la
transparencia informativa, la deconstrucción de un imperio político y social.
Sputnik, para nosotros, fue algo más que el nombre de una
nave cósmica tripulada.
Desairado
poeta modernista
En los mismos anaqueles, a dos pasos, había colocadas
unas cajas de mojitos ya hechos, pero sin la yerbabuena, al menos la que se pone
de adorno. Para cualquier cliente de esa mañana de verano, parecía natural ir
llenando de cosas prácticas el carrito, con vistas a una fiesta, a un bodorrio,
a una velada de camping en el Mediterráneo. Si no fuera por los recuerdos de la
escuela primaria, por los de la universidad, no hubiera parecido tan
escandaloso el nombre de José Martí como marca de mojito a granel, aquellas cajas
con grifo incorporado cuya letra pequeña sugería servir el contenido con trozos
de hielo.
Demasiadas horas
lectivas hacían daño en ese momento para la sensible comprensión de una
sorpresa aberrante, cosa natural, repetimos, en otros compradores. El margen de error era
irreparable. Era grandísimo. Era como si le pusieran el nombre del escritor
catalán Jacinto Verdaguer a una botella de Anís del Mono, o el de Manuel
Gutiérrez Nájera, literato modernista y coetáneo con Martí, al envase de 70
centilitros de tequila.
Si hubiera sido ginebra (los cubanos saben por qué),
comenzaríamos a pensar en un posible estudio a esa falta cometida con uno de
los más grandes pensadores de América Latina, pero vemos cómo el afán por
vender es capaz de caer en estereotipos ciertamente penosos.
Los de al lado nuestro llevaron varias cajas.
Castrismo
en venas catalanas
Quien iba acompañándonos tuvo que insistir en que el cabreo
no servía para nada. El final del túnel era imperdonable, sencillamente, pero
aun así recordamos que vivimos en sociedad y que los otros –esos semejantes con
quienes compartimos el aire- no tienen la culpa de nuestras frustraciones.
Muchas veces intentamos encarar la botella de ron de
marca Comandante Fidel y nos preguntábamos por qué ese agravio. ¿Qué necesidad se
tiene de llegar a los extremos de homenajear a un dictador repartiendo el golpe
por las calles, por los supermercados, por los bares?
Paso a paso –luego de alejar o suavizar el malestar-,
pidieron que lo probáramos. Las gargantas se cerraron como la del niño que no
quiere comer y lo expulsa todo. Nos explicaron, o bien que se fabrica en
Cataluña, o que se importa el alcohol y se envasa aquí; la verdad es que no
prestamos atención.
No nos hubiera servido de nada. Ya el daño estaba hecho.
El impacto visual es tremendo.
Las cosas tendrán que cambiar y nadie será capaz de
brindar con este ron a la vuelta del tiempo.
O tal vez, como hemos visto en el cine –y como emprendió
la propia España para intentar olvidar- sea preciso pasar página.
Dos veces recibimos el mensaje viviendo en el exilio. La
primera vez fue dentro del magnífico filme alemán Good bye, Lenin, que narra en clave de humor –a diferencia de La vida de los otros- el terrible pasado
comunista de Europa del Este; y la segunda alerta llegó esta mañana en la que
hacíamos la compra ordinaria.
Si a cada rato no practicáramos cierto sentido del humor,
echaríamos por tierra el gran salto que hemos dado; despreciaríamos la necesaria
costumbre de relativizar las cosas para poder vivir. En paz.
Fotos del autor
5 comentarios:
Me has trasladado mentalmente a una época que, como tantos, había quedado dormida en la memoria. Bye Bye Lenin a pesar de ser una pequeña película es muy significativa porque nos parece que cada día vamos a levantarnos con la noticia de que ha sucedido lo que esperamos y que han cambiado las cosas en Cuba. Son cosas de viejo soñador, pero cuando me levanto voy rápido a la PC en busca de esa noticia. Tengo la esperanza de que la voy a ver alguna vez, porque, como dices, las cosas tienen que cambiar para bien.
Guillermo: No sé si te acuerdas de que Moncho, El Gitano del Bolero, casi fue declarado Persona Non Grata en Cuba por musicalizar los versos de Martí. Por eso pienso que lo del mojito roza el escándalo. Saludos.
Lo mercantil y lo ético casi nunca se dan la mano.
Inocente ron bautizado con un nombre que tiende a desaparecer y la imagen de un dictador, en esa pose guerrillera y noble con la que nos lavaron el cerebro durante años. Los románticos, idealistas y rebeldes de este mundo necesitan un mito, como el Che o como Fidel, al que adorar y encomendarse.Y he aquí un empresario sagaz que les ofrece un exquisito ron en el que ahogar sus nostálgicas frustraciones y ¿por que no? para los detractores del comandante, la deliciosa oportunidad de ensañarse con su imagen. Hasta la publicidad le saldrá gratis con lo que dará que hablar su excéntrica idea.
JORGE: HE ESCRITO MI OPINION Y NO SE HA PUBLICADO.............ERROR INFORMATICO O CENSURA? JAJAJAJA!!DEBE SE A CAUSA DE MI TORPEZA ON LINE!!UN SALUDO:ROBERTO.
¿Que va, Roberto!, no tengo filtrados los comentarios, solo hay un filtro técnico para que no sea un robot el que "escriba". ¡Qué pena con tu comentario! abrazos.
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