martes, 8 de julio de 2008

Cualquiera resbala y cae


Entre los egresados que he seguido de la "academia" Operación Triunfo está Manu Tenorio. Siempre confié en él, porque se desmarcaba de toda la parafernalia televisiva que trivializa el canto en sí mimo. En lo visual, su estilo me resultaba interesante, y en lo interpretativo, a pesar de contar con una pequeñita voz, entregaba, o entrega, un “color” especial. Tenorio era el rompecorazones de las mujeres maduras, el caballero seductor que destacaba por su prestancia en medio de una pléyade de chiquillos locos por la fama. Y era –es-, además, el sevillano discreto que estaba faltando en el panorama artístico español, a mitad de camino entre el flamenco y el pop.
Su disco de boleros Con tres palabras desplazó rápidamente un viejo archivo en mi apartito reproductor de música en formato comprimido, el cacharro diminuto que viaja en el metro con este servidor, en esos trayectos largos de la línea 5 que me sirven para leer o ponerme al día con las novedades musicales, porque, como a la mayoría de la gente, el tiempo no me alcanza.
Mi escucha de Con tres palabras ha resultado una decepción. Creo que los productores se equivocaron con Manu Tenorio. Si bien se le puede aceptar en un par de boleros, ese no es un género que le vaya como anillo al dedo. Lo prefiero en las baladas, en las baladas intimistas rodeado de ese halo misterioso de la discreción. El bolero requiere de un amplio espectro de registros, incluso necesita de la grandilocuencia interpretativa, aun cuando los compases sean lentos. Hay que tener una voz potente para interpretar ciertos temas antológicos, y Manu los deja muy mal parados. También me decepcionaron las orquestaciones y la ejecución de éstas. O sea, lo que se conoce como acompañamiento. (¡Esa versión de Gracias a la vida, que termina en una salsita, es de orquestas escolares!)
Supongo que con Tenorio quisieron fabricar otro Luis Miguel, con la misma fórmula de revisar en el pentagrama tradicional, vestirlo elegante, al intérprete, y tirar p’lante a ver qué pasa. Luego –lo peor, a mi juicio-, lo subieron a un automóvil viejo de esos tuneados que todavía ruedan por La Habana, y lo pasearon por allí como antes pasearon a Compay Segundo, como una reina del carnaval. Lleno de tópicos ese video clip de Toda una vida, aquella cámara que pasa en travelling por las paredes descascaradas, los graffitis populistas del Ché y la Revolución, la gente negra, como siempre, haciendo olas, y, en fin, todo lo siempre visto en las fotografías en blanco y negro de la capital de Cuba. Rodar en mi querida isla, si se consiguen los permisos oficiales, resulta baratísimo, porque los escenarios vetustos no hay que fabricarlos, están allí como parte de la vida, y la gente se presta sola para lo que haga falta; al menos eso fue lo que dejé hace unos siete años.
Acabo de recordar que yo también caí en los tópicos cubanos cuando regresé a La Habana con mi mujer, quien no conocía el “escenario”, porque es “gallega”; o sea, catalana. Y, a la sazón, escribí una crónica inspirada en los almendrones (1).

Notas: (1) Se les denomina así a los coches antiguos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yoyi;
Al fin cambiastes de foto!!!!, he estado perdido un poco, por que el trabajo me tiene agarrado por las cuatro patas, pero te voy a llamara en estos dias, tenemos pensado Idania y yo en ir a España y ahi entonces te doy un abrazo.

saludos

Amaury

Jorge Ignacio dijo...

aquí te espero, a los tres. parece que el cambio de foto fue acertado. esta es la que me hice para la policía nacional, pero no me importa compartirla. un abrazo,

Queseto dijo...

Como veo que no hablan del tema... aprovecho y meto yo también la cuchareta:

¡Jorge e Isabelita, encantadísima de conoceros!

Besos.

Anónimo dijo...

Jorge: Una vez mas coincido contigo, a mi personalmente me cautivo Manun Tenorio (aunque no soy ninguna cuarentona) el Muchacho llega, es como nuestro Issad Delgado, son personas que transmiten por su saver estar, aunque no tengan una voz impresionante. Por lo demas nuestra Isla tiene colorido, antiguedad y un saver estar...
Saludos, Eduardo.