viernes, 29 de junio de 2007

Almendras o el danzón rodante


Pensé que a mi mujer le iban a asombrar más los viejos automóviles norteamericanos que ruedan por Cuba, pero hasta el día de hoy ha sido muy lacónica con el tema. Estando en la isla hace poco intenté meterme dentro de su piel mientras viajábamos en esos carros, sentir el olor a combustible mezclado con la música y con un tirón de puertas. Utilicé la introspección sin decirle nada –ahora comprenderá mejor mi silencio- en los trayectos largos entre Playa y la Habana Vieja, en los que sube y baja tanta gente diversa. El asiento hundido en algunos casos, el acolchado de los canelones que llevan los choferes cuidadosos con la vestidura, el adorno rimbombante, cursi, el amplio espacio interior del auto que nadie construye hoy ni construirá jamás. El roce inevitable de las piernas, de las piernas desnudas, de las tapadas, la mirada escudriñadora discreta o descarada, el cortejo constante de los hombres con las muchachas que suben y bajan, el golpe de timón, el alarde, el estilo de cada conductor, el verbo fácil, derrochado. Nosotros dos en medio de un mar de gente común que va hacia su trabajo o a visitar a alguien, en el medio del transporte que, en la medida de las posibilidades de cada cual, ahora es el más seguro y cómodo. Ya no tienen que luchar por el carril de la derecha con las bicicletas porque éstas van en extinción. Yo odiaba a los carros americanos que me cerraban el paso cuando iba en bicicleta, y lo hacían sin indicaciones, sin el stop rojo. Tuve la dualidad, en este viaje, de recordar y meterme dentro de mi mujer y sentir cosas nuevas y viejas a la vez. Percibí el juego de la vida sobre cuatro ruedas, es decir: da juego conocer gente, tocar gente, sentirse vivo en las maniobras temerarias de esos conductores (suicidas, diría Sabina)
que van viviendo al compás de la gente. Colectivismo, antropología –sin dudas-, arqueología de la mecánica universal, riesgo, divertimento, color, olores e imaginación.
El tuning que está tan de moda ahora en muchos países ha llegado a la isla de Cuba. Los viejos autos ahora también están tuneados, arreglados a imagen y semejanza de sus dueños. La parte política y fea de todo esto ya se ha dicho infinidad de veces. El tópico de uno de estos carros en la portada de un disco es pan comido. Hay gente a la que le hace mucha gracia, que sin dudas la tiene, una ciudad con estos vehículos en uso cotidiano. La mejor promoción a las marcas –Chevrolet, Pontiac, Cádilac, Dodge- es el propio milagro de que sobrevivan al desgaste de más de medio siglo de vida. Creo que mi mujer se dio cuenta, desde las primeras sentadas, en que las maniobras al volante allá en Cuba nada tienen que ver con la delicadeza ingeniera de los automóviles que ruedan por esta ciudad desde donde escribo: con medio giro aquí te sales de la carretera. ¿Le habrá hecho gracia a mi mujer el mundo del transporte cotidiano, el de los llamados almendrones o cacharros americanos? Sigo esperando sus impresiones. Antes hay muchas cosas más importantes que despachar. La foto de arriba es de ella. ¿Se pondrá en contacto, mi mujer, con las disqueras para vender la foto? ¿Qué diría Abelardito Valdés, el autor del danzón Almendra, el más famoso en su género, al enterarse de que le han tomado el nombre para carromatos? ¿Qué diría, en España, por ejemplo, un vendedor de frutos secos?

Junio 2007

1 comentario:

GeNeRaCiOn AsErE dijo...

La re-construcción del momento (del viaje en “almendron”) tiene su descarga. Este tipo de cosas nos hace volver a vivir, las nostalgias de un exiliado como la desolación del “aterrillado” ciudadano de nuestra isla.
saludos, tony