viernes, 7 de noviembre de 2008

Buenos días, Universo


Querido viejo:

Hace 48 horas el mundo abrió por fin aquella ventana que dibujamos tú y yo y que quedó en la carpeta de anotaciones especiales. Recuerdo que estábamos recostados a la mesa del comedor, como siempre, lápiz en mano, y tus discos de acetato fuera de sus respectivas carátulas. Había un mar de documentos sobre la mesa, y había entonces la ilusión profunda y efímera –qué lástima- de que un día el planeta daría un vuelco inesperado.

-Ten fe- me pediste.
-Hace falta tiempo- respondí en el acto.
-No te preocupes por el tiempo; vive de una manera digna, sé tú mismo, pues la libertad comienza por el pensamiento y termina, si es que termina, por ahí mismo- dijiste con esa voz de locutor de radio modulada y tierna.

De aquella extraordinaria tarde, lluviosa, ciclónica, pues pasaba uno de esos meteoros bravos del Caribe, salió un boceto de carboncillo en el que trazaste la ruta del huracán según –me dijiste- había anunciado una emisora “enemiga” captada en onda corta. Nunca te fiaste de los partes informativos nacionales, ¿o es que jugabas al espionaje doméstico? Al pasar una línea por la Florida, detuviste el lápiz y dibujaste una ventana, de dos cuerpos, con bisagras y todo, al estilo de los porticones rurales chirriantes; hasta ese sonido pude percibir. Te juro –no hace falta, creo- que no sabía por dónde ibas con aquellas puertezuelas de madera, con clavos oxidados y ranuras anchas, llenas de ojos como las tablas baratas de embalar pescado congelado.
Te olvidaste del ciclón, querido viejo, como un niño pequeño que cambia de actividad sin avisar, para que sea uno quien lo intuya o al menos lo atienda.

-¿Cómo se llamaba aquel ciclón?

No recuerdo el nombre. Dejó inundaciones en los bajos del edificio, dejó un mar a nuestros pies. Dejó también un apunte en el gráfico escolar de turno –porque hiciste muchos, entrañable Bob- y fue la irrupción de la luz del día a través de un pequeño mirador rectangular, puro desvío del tema, pero te salió de adentro y viste el cambio.
Se dio, viejo, pero no ocurrió en Florida, sino un poco más arriba, en Chicago, aunque da igual el sitio exacto. Lo importante es que este planeta estrena una promesa en la figura de un hombre “de color” -¡qué horrible!, ¿de cuál color?- joven, como la estampa del hombre nuevo sugerida tantas veces y tantas veces malograda. Hay esperanzas, mi adorado viejo, esperanzas de que finalicen las contiendas bélicas, y también, egoístamente, de que ese hombre se dé cuenta de que el bloqueo norteamericano a Cuba es la mejor excusa que tiene en las manos el tirano Fidel.
Lo suprimirá. Vivir por ver. Una vez roto el estambre –es un hilito, viejo, tú lo sabes, un cordel caprichoso- nos reencontraremos todos los que adoramos nuestra isla con los brazos abiertos. Confío en que esto sucederá en un futuro no muy lejano. Tiene que ser así. Ya es hora. Y confío en que el mundo enclaustrará al terror.
Te digo más:
Tengo fe en él.
Guardo el dibujo en la memoria –seguirá, supongo, en la carpeta tuya que no he querido tocar-, y conservo vivo el tono de tu voz, tus ojos enfilados hacia alguna esperanza.
Te quiero y te recuerdo siempre:
Jorge

P.D. El hombre del que te hablo se llama Barack Obama. Es así, no suena nada anglosajón.

2 comentarios:

mharía vázquez benarroch dijo...

hola amigo, tanto tiempo sin comunicarnos, pero siempre en el corazón. veo que has vuelto a cuba de visita, que alegría!!! y que dolor me imagino.
bravo por ti corazón valiente...
un gran abrazo desde esta venezuela también.

Jorge Ignacio dijo...

he vuelto, querida amiga.tienes razón, siempre da dolor por muchas cosas. Hablar con los pocos amigos que quedan y antiguos vecinos significa una prueba dura de paciencia, porque la gente, la gran mayoría, descarga sus frustraciones constantemente. Abiertamente también. Y uno se siente un poco culpable. y el tiempo no alcanza para explicar bien las cosas...En fin, uno regresa aquí dejando más miradas que palabras. un abrazo y gracias por la visita.