Uno va dejando para después las cosas que más o menos tienen fecha puesta. Así que el nacimiento de Lucas, criatura estival que concibieron un par de amigos cercanos, nos tomó la delantera a todos los de su entorno.
Ayer domingo me despertó mi mujer con la noticia de que había llegado a este mundo tragicómico. Me removió con fuerza y, al comprobar que al cabo de un rato seguía haciéndome el dormido, me susurró al oído con todo amor y dulzura:
-Ya Lucas está aquí.
Estaba prevista su llegada para la segunda quincena de este mes, por lo que, al menos este que escribe, relajó su mente y su cuerpo más abajo de los hospitales de maternidad, o sea, en la franja de playa. Total, ya lo había visto.
Durante el proceso de gestación, su madre nos lo enseñó a través del Facebook. Quiso compartir con sus amigos la primera estampa de Lucas envuelto en líquido amniótico, cuando la criatura apenas tenía tres meses y era una motica oscura dentro de la imagen abstracta de los ultrasonidos.
Luego continuamos viéndolo, chupándose el dedo en la tranquilidad del vientre materno, en sucesivas entregas gráficas que sus jóvenes progenitores “colgaban” para ir presentándolo en sociedad.
Con los padres nos tomamos eternos intercambios de ideas sentados los cuatro –los cinco, quise decir- en bares de Barcelona. El padre y yo con una copa de ron y las chicas ajustadas al Nesté, tranquilamente como si no pasara nada. Lucas fue creciendo y tal vez escuchándonos, apuntando todo nuestro mundo desde una perspectiva desprejuiciada. Nuestro mundo, sin darnos cuenta, porque ha sido muy rápido, ahora es el de él.
Antes de salir para el hospital ayer para conocerlo, me senté en la terraza a fumarme un cigarro. Me costaba visualizar un carrito con parasol al lado nuestro, en nuestras interminables terrazas de verano –porque en invierno las desmontan-, solicitando su toma de leche mientras nosotros deconstruíamos el universo para ver por donde se le puede entrar mejor. Porque, a esta alturas, otra cosa no se puede hacer.
No fue hasta que lo tuve cerca, que acaricié sus bracitos y sus piernas de papel, cuando por fin le hice sitio en mi composición del espacio. Una cosa es saber que viene de camino –por mucho que te muestren sus fotos más íntimas-, y otra corroborar que ha llegado, adelantado para llamar todavía más la atención.
Lucas tenía hipo.
Esa fue una señal inmensa de vida que me puso a correr los días para unirme a su llegada. Mi almanaque funciona desvariado. Debe presentar averías serias cuando uno no está alerta y te despiertan un domingo y te toman por sorpresa. Un poco más -pensé en la cama-, es el propio Lucas quien me ofrece los buenos días en los mismísimos predios del embeleso.
Mi mujer supo que había nacido porque la madre del niño –profesora universitaria encargada de investigar la funcionabilidad de las páginas webs- envió un correo electrónico desde el hospital a los pocos minutos de alumbrar a esta criatura bajo el signo de Leo. Ella siempre lleva un teléfono móvil con acceso a internet. Creo que nunca antes nos había llegado una noticia tan veloz. Fue una primicia.
El padre, un chileno ocupado en la arquitectura de las webs 2.0, se veía obnubilado con Lucas entre sus enormes brazos. Lucas dormía tranquilo allí, ignorando –o no- los ronazos de celebración que llevaba en mente su protector, el sitio que le tenían asignado en la motocicleta que algún día los llevará a los tres a comprar el pan.
¡Ese pan nuestro de cada día!
Lucas no ha llegado con un pan. Es un ser del siglo XXI que, en cambio, retumba nuestras perezas porque ha llegado con un ordenador debajo del brazo.
Lucas 2.0.
¡Bienvenido!
Ayer domingo me despertó mi mujer con la noticia de que había llegado a este mundo tragicómico. Me removió con fuerza y, al comprobar que al cabo de un rato seguía haciéndome el dormido, me susurró al oído con todo amor y dulzura:
-Ya Lucas está aquí.
Estaba prevista su llegada para la segunda quincena de este mes, por lo que, al menos este que escribe, relajó su mente y su cuerpo más abajo de los hospitales de maternidad, o sea, en la franja de playa. Total, ya lo había visto.
Durante el proceso de gestación, su madre nos lo enseñó a través del Facebook. Quiso compartir con sus amigos la primera estampa de Lucas envuelto en líquido amniótico, cuando la criatura apenas tenía tres meses y era una motica oscura dentro de la imagen abstracta de los ultrasonidos.
Luego continuamos viéndolo, chupándose el dedo en la tranquilidad del vientre materno, en sucesivas entregas gráficas que sus jóvenes progenitores “colgaban” para ir presentándolo en sociedad.
Con los padres nos tomamos eternos intercambios de ideas sentados los cuatro –los cinco, quise decir- en bares de Barcelona. El padre y yo con una copa de ron y las chicas ajustadas al Nesté, tranquilamente como si no pasara nada. Lucas fue creciendo y tal vez escuchándonos, apuntando todo nuestro mundo desde una perspectiva desprejuiciada. Nuestro mundo, sin darnos cuenta, porque ha sido muy rápido, ahora es el de él.
Antes de salir para el hospital ayer para conocerlo, me senté en la terraza a fumarme un cigarro. Me costaba visualizar un carrito con parasol al lado nuestro, en nuestras interminables terrazas de verano –porque en invierno las desmontan-, solicitando su toma de leche mientras nosotros deconstruíamos el universo para ver por donde se le puede entrar mejor. Porque, a esta alturas, otra cosa no se puede hacer.
No fue hasta que lo tuve cerca, que acaricié sus bracitos y sus piernas de papel, cuando por fin le hice sitio en mi composición del espacio. Una cosa es saber que viene de camino –por mucho que te muestren sus fotos más íntimas-, y otra corroborar que ha llegado, adelantado para llamar todavía más la atención.
Lucas tenía hipo.
Esa fue una señal inmensa de vida que me puso a correr los días para unirme a su llegada. Mi almanaque funciona desvariado. Debe presentar averías serias cuando uno no está alerta y te despiertan un domingo y te toman por sorpresa. Un poco más -pensé en la cama-, es el propio Lucas quien me ofrece los buenos días en los mismísimos predios del embeleso.
Mi mujer supo que había nacido porque la madre del niño –profesora universitaria encargada de investigar la funcionabilidad de las páginas webs- envió un correo electrónico desde el hospital a los pocos minutos de alumbrar a esta criatura bajo el signo de Leo. Ella siempre lleva un teléfono móvil con acceso a internet. Creo que nunca antes nos había llegado una noticia tan veloz. Fue una primicia.
El padre, un chileno ocupado en la arquitectura de las webs 2.0, se veía obnubilado con Lucas entre sus enormes brazos. Lucas dormía tranquilo allí, ignorando –o no- los ronazos de celebración que llevaba en mente su protector, el sitio que le tenían asignado en la motocicleta que algún día los llevará a los tres a comprar el pan.
¡Ese pan nuestro de cada día!
Lucas no ha llegado con un pan. Es un ser del siglo XXI que, en cambio, retumba nuestras perezas porque ha llegado con un ordenador debajo del brazo.
Lucas 2.0.
¡Bienvenido!
6 comentarios:
¿Estás listo para Lucas?
Y tú para cuándo...yo Lucas, tú Lucas, ellos Lucas... Muchas felicidades y diarias sorpresas
Seré Lucas, aunque ya lo fui. Tengo que arreglar mi calendario. un beso, Kerala.
Es verdad, hoy en día los chicos nacen con un ordenador bajo el brazo.
Lo bueno es que eso nos estimula para no quedarnos atrás y seguri actualizandonos para estar siempre preparados.
Hola, estoy visitando blogs, y me gustó lo que escribiste sobre Lucas.
Participo en el concurso de 20 m y estoy conociendo muchos blogs desde entonces. AL mismo tiempo que visito también invito a que pasen por el mío, que participo en la seccion Solidarios, y tal vez si tienen ganas de votar y aún no han usado sus votos, pues se animen a hacerlo, somos candidatos.
Pasaré otro día, a ver si coentás algo más de Lucas, ese tema me gusta.
ta lué.
buena semana
Paula y Manuel
www.elmacarronsolidario.blogspot.com
Muy bonito...
Muchas gracias por dedicarle el tiempo y tus ideas a Lucas.
Un abrazote
Jorge, gracias por dedicarle un post a Lucas. No es por nada, pero se lo merece jajaja.
Este niño me tiene loquita, no me canso de mirarle, de acariciarle y de sentirle. Todo él es ternura
Con solo una mirada perdida logra sacar de mi emociones muy profundas e intensas. No hay nada comparable, es único, y gracias a eso el mundo sigue, porque la belleza de un bebé borra las noches de insomnio y los dolores del parto.
Nos vemos pronto. Un beso de esta mamá recién estrenada, y un gorgojeo de parte de Lucas.
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