Todos los días recuerdo a mi padre cuando me aconsejaba pasar página. El balcón de su casa era una tribuna de conspiración, situada en lo alto de un edificio del Vedado que ocupa una raya del sky line habanero. Desde allí, invariablemente, cada sábado debatíamos los temas de actualidad nacional e internacional, mejorados por el fresco del Malecón y también por la altura. Uno puede llegar a sentir cierta seguridad en un piso alto situado a los cuatro vientos, aun cuando se está más expuesto a una embestida sísmica. Pero, por suerte, en La Habana no existen fuertes movimientos telúricos, hablando en sentido recto.
Mi padre se tomaba muy en serio mi cara de angustia. Comenzaba a filosofar para entretenerme un rato y, cuando ya me tenía en su reino, se encorvaba para alcanzar el borde del sillón y desde allí me susurraba casi al oído:
-Pero no te quedes dando vueltas en el mismo lugar. Lo más importante es pasar página.
Me pregunto cómo es posible pasar página arrastrando hacia el olvido el sonido del aire en ese balcón, el olor a sal que nos llegaba a pesar de los basureros desbordados de la calle, y, más todavía, arrancando de la mente el paisaje alelado de ese trozo de Caribe que fue lo primero que vi cuando abrí los ojos, porque yo nací en esa casa.
Evidentemente, él no quería que yo lo secundara en ese terrible sentimiento nostálgico insular. Quería para mí un hombre que pudiera superar el idilio del balcón, y se abriera al mundo desde una fuerza racional, pragmática, contrario, quizá, aunque esto nunca me lo dijo, al regodeo intelectual de alguien como José Lezama Lima que conoció el universo desde una poltrona en un barrio habanero decadente.
Mi padre no quería para mí el desasosiego que tanto lo marcó producto de su temperamento melancólico, primero, y luego porque tuvo que asumir obligatoriamente que vivía en una isla sin apenas salidas, algo que se le hacía tan evidente al comenzar el día y abrir las puertas del balcón. Supongo, porque tampoco me lo dijo, que también asumió su mala decisión de no abandonar el país cuando era un joven.
Así que, al ver a sus hijos perderse por ese horizonte inamovible –aunque bello- que tenía pegado en la frente, se aseguró de que ya estábamos en el camino correcto, avanzando el libro incluso con saltos de páginas. Y se alegró, muy en contra del dolor que ocasiona separarse de los hijos.
Yo también creía que había pasado página.
Sin embargo, el primer texto que escribí la misma noche que llegué a Barcelona fue una carta para él.
Ahí comenzó un epistolario que viajaba en una sola dirección por el miedo que siempre tuve de que le perjudicaran mis cartas, y jamás se las envié. Aquellas letras, con el tiempo, fueron tomando tintes urbanos, actualizados, pero, si se revisan, se verá el anhelo de las conversaciones con mi padre en su casa de La Habana, el deje o la referencia a algo que compartíamos, el vínculo a veces forzado entre las cosas de aquí y de allá.
Las llamadas telefónicas, tan caras, fueron bastante escasas. En su lugar estaba la letra informadora y melancólica, como sus palabras; estaba su transmisión genética de la melancolía que, si bien resultaba dignificante, por otro lado era un impedimento para avanzar y situarme con fuerzas frente a la nueva realidad. Aquí, por razones obvias, dejé de ejercer el periodismo, a medias. Todas mis inquietudes y dudas espirituales pasaron a la carpeta de un ordenador en forma de despachos de prensa, crónicas, viñetas, para cuando él pudiera leerlas tranquilamente, en un lugar que no fuera su terraza.
Hasta que conocí a alguien, mi mujer, que me informó de que existía una plataforma gratuita donde depositar esos despachos vinculándolos de alguna manera con mi profesión. Eso sí, serían entregas públicas.
Me entusiasmó la idea y montamos un blog.
El blog no logró escapar a la nostalgia y se llamó tramposamente Segunda Naturaleza.
El corazón de mi padre no alcanzó a conocerlo. Mi madre sí y se irrita cuando lo lee porque piensa que la policía va a venir a buscarme a mi casa.
La cuestión del blog se debatió, pues, en ser o no ser el que escribe.
Con tantos fantasmas dando vueltas por la cabeza, el carácter apocado también heredado de mi padre, y los temores de persecución que traemos de la isla, dudé los primeros días. Hasta que, haciéndole caso a él, decidí que era mejor pasar página y mostrarse uno con su verdadera identidad. Un homenaje que ha terminado siendo objeto de disfrute personal.
Lo que ignoraba totalmente cuando construimos el blog era que muchísimos cubanos estaban haciendo lo mismo que yo en diversos confines del mundo. Mi blog sería, pues, algo así como el diario de Anna Frank navegando a la deriva en un mar poblado de diarios.
Todavía no he tenido la necesidad de dejarlo. Todo lo contrario: cada vez que alguien descubre mi diario y da fe de su asistencia, me siento en la obligación de escribir más. Aunque esto me suponga desasosiego, delirio, si tenemos en cuenta que estas conversaciones del balcón ahora llegan a más oídos. Supongo, querido viejo, estaré cumpliendo con tus consejos.
Pasar páginas, pero pasárselas a los demás.
Nota: Texto leido en el primer encuentro de bloggers cubanos exiliados, que tuvo lugar en Palma de Mallorca hasta el pasado domingo.
Mi padre se tomaba muy en serio mi cara de angustia. Comenzaba a filosofar para entretenerme un rato y, cuando ya me tenía en su reino, se encorvaba para alcanzar el borde del sillón y desde allí me susurraba casi al oído:
-Pero no te quedes dando vueltas en el mismo lugar. Lo más importante es pasar página.
Me pregunto cómo es posible pasar página arrastrando hacia el olvido el sonido del aire en ese balcón, el olor a sal que nos llegaba a pesar de los basureros desbordados de la calle, y, más todavía, arrancando de la mente el paisaje alelado de ese trozo de Caribe que fue lo primero que vi cuando abrí los ojos, porque yo nací en esa casa.
Evidentemente, él no quería que yo lo secundara en ese terrible sentimiento nostálgico insular. Quería para mí un hombre que pudiera superar el idilio del balcón, y se abriera al mundo desde una fuerza racional, pragmática, contrario, quizá, aunque esto nunca me lo dijo, al regodeo intelectual de alguien como José Lezama Lima que conoció el universo desde una poltrona en un barrio habanero decadente.
Mi padre no quería para mí el desasosiego que tanto lo marcó producto de su temperamento melancólico, primero, y luego porque tuvo que asumir obligatoriamente que vivía en una isla sin apenas salidas, algo que se le hacía tan evidente al comenzar el día y abrir las puertas del balcón. Supongo, porque tampoco me lo dijo, que también asumió su mala decisión de no abandonar el país cuando era un joven.
Así que, al ver a sus hijos perderse por ese horizonte inamovible –aunque bello- que tenía pegado en la frente, se aseguró de que ya estábamos en el camino correcto, avanzando el libro incluso con saltos de páginas. Y se alegró, muy en contra del dolor que ocasiona separarse de los hijos.
Yo también creía que había pasado página.
Sin embargo, el primer texto que escribí la misma noche que llegué a Barcelona fue una carta para él.
Ahí comenzó un epistolario que viajaba en una sola dirección por el miedo que siempre tuve de que le perjudicaran mis cartas, y jamás se las envié. Aquellas letras, con el tiempo, fueron tomando tintes urbanos, actualizados, pero, si se revisan, se verá el anhelo de las conversaciones con mi padre en su casa de La Habana, el deje o la referencia a algo que compartíamos, el vínculo a veces forzado entre las cosas de aquí y de allá.
Las llamadas telefónicas, tan caras, fueron bastante escasas. En su lugar estaba la letra informadora y melancólica, como sus palabras; estaba su transmisión genética de la melancolía que, si bien resultaba dignificante, por otro lado era un impedimento para avanzar y situarme con fuerzas frente a la nueva realidad. Aquí, por razones obvias, dejé de ejercer el periodismo, a medias. Todas mis inquietudes y dudas espirituales pasaron a la carpeta de un ordenador en forma de despachos de prensa, crónicas, viñetas, para cuando él pudiera leerlas tranquilamente, en un lugar que no fuera su terraza.
Hasta que conocí a alguien, mi mujer, que me informó de que existía una plataforma gratuita donde depositar esos despachos vinculándolos de alguna manera con mi profesión. Eso sí, serían entregas públicas.
Me entusiasmó la idea y montamos un blog.
El blog no logró escapar a la nostalgia y se llamó tramposamente Segunda Naturaleza.
El corazón de mi padre no alcanzó a conocerlo. Mi madre sí y se irrita cuando lo lee porque piensa que la policía va a venir a buscarme a mi casa.
La cuestión del blog se debatió, pues, en ser o no ser el que escribe.
Con tantos fantasmas dando vueltas por la cabeza, el carácter apocado también heredado de mi padre, y los temores de persecución que traemos de la isla, dudé los primeros días. Hasta que, haciéndole caso a él, decidí que era mejor pasar página y mostrarse uno con su verdadera identidad. Un homenaje que ha terminado siendo objeto de disfrute personal.
Lo que ignoraba totalmente cuando construimos el blog era que muchísimos cubanos estaban haciendo lo mismo que yo en diversos confines del mundo. Mi blog sería, pues, algo así como el diario de Anna Frank navegando a la deriva en un mar poblado de diarios.
Todavía no he tenido la necesidad de dejarlo. Todo lo contrario: cada vez que alguien descubre mi diario y da fe de su asistencia, me siento en la obligación de escribir más. Aunque esto me suponga desasosiego, delirio, si tenemos en cuenta que estas conversaciones del balcón ahora llegan a más oídos. Supongo, querido viejo, estaré cumpliendo con tus consejos.
Pasar páginas, pero pasárselas a los demás.
Nota: Texto leido en el primer encuentro de bloggers cubanos exiliados, que tuvo lugar en Palma de Mallorca hasta el pasado domingo.
8 comentarios:
Jorge: tu blog es un homenaje que tu padre y especialmente tu te mereces.
Imagino lo dificil que sera para un periodista de profesion como tu,ejercer de cronista de la nueva realidad que te rodea y de la vieja que viviste,al margen de las posibilidades de ejercer tu profesion dignamente en un pais donde la alegoria a la libertad de exptresion(y de prensa) chocan con las leyes del mercado y la realidad del inmigrante ,a quien no se le reconocen sus estudios academicos.
Esta realidad contituye, sin duda, un reto mayor que solo le vence la verdadera vocacion de informador y creador de una bitacora como esta.
Tampoco mi padre logro vivir la realidad de su hijo mas alla de las costas "del caiman",sus arterias cerebrales no resistieron la prueba del tiempo y la distancia.
Animo!,un saludo:ROBERTO
Hola Jorge,
Este es un texto hermoso y conmovedor. Ya me gustó mucho cuando lo leíste aquí y ahora al releerlo me gusta más si cabe. Un abrazo.
Mi amor,
Tu padre estaría orgulloso de ti, de todo el trabajo que has realizado, todo lo que has tenido que superar y luchar, para convertirte en el hombre que eres ahora.
No dejes de escribir nunca por favor.
Admiro tanto la manera que tienes de hablar de tu padre. Siempre me conmueve. No dejo de compartir tu dolor.
Te llevo siempre conmigo.
Maria
Qué tal, Jorge!!
Muy lindo y conmovedor el texto, sí. Mira que tuve que apretar las rodillas mientras lo leías...
De verdad que me dió mucho gusto conocerlos personalmente. No sé ustedes, pero yo, aún estoy medio "rara" después del evento. Creo que también estoy pasando mi página a los demás, en cierta forma...
Un abrazo desde Berlín,
AB
No sabes qué alegría me dio volver a encontraros a ti y a María. Sé que se repetirá, en cualquier otro lugar. Os quiero.
Me uno a Ivis, yo también me emocioné cuando leíste ese texto en Palma. Tu padre está muy orgulloso de ti. Y yo también.
Abrazos a los dos.
Oiga
Hoy he leido su blog por primera vez, usted escribe maravillosamente bien. No deje de hacerlo por favor, sus palabras me han sacado una lágrima y he podido leerlas de corrido, hace tiempo no me sentía así delante de un texto. Muchos éxitos, buena crianza que le ha dado su padre
Alena
Yoyi: cerrarse en la nostalgia como en un sufrir sin ventanas, es ir muriendo inútilmente.
Compartir la nostalgia, aparearla con la vida de balcones abiertos, es crear.
La nostalgia no es más que un amor fiel, que puede iluminar el presente y mejorar el futuro.
Me encantó eso de pasarse las páginas unos a otros!
Sige pasándonos las tuyas!
Besitos,
silvita
no se puede pasar página sino has encontrado la solución al problema porq antes o depués tun..tunn...quién es? una rosa y el clavel...
bonito el post. saludos
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