jueves, 20 de agosto de 2009

La catedral salada (I)



La casa de Dios en Mallorca da cobijo a dos artistas plásticos y a un emigrante tardío, como si quisiera expresar un progreso que rompe con todas las referencias hacia el hermetismo real de la Iglesia.
Si la mayoría de las personas que caminan por las calles coincide en que la visita a la Catedral es obligatoria, por algo será. Ese algo hay que buscarlo en el interior de las antiguas paredes religiosas, por muy impactante que sea el decorado del cascarón y su privilegiado anclaje en la ribera de la bahía.
Tomamos a pleno sol fotos de la fachada, difíciles de encuadrar con una lente convencional que se acerca al gran angular y no llega, por mucho que pegamos la espalda al suelo, como si tiráramos un cable a tierra para desviar por él la corriente magnética. La fachada hay que componerla más tarde en nuestro ordenador, sumando planos difíciles y provocadores.
“Graficar” la carcasa, la armadura de piedra que, apuntalada por un contrafuerte, ha soportado los embates del tiempo, significa garantizar la prueba de que pasamos por allí, complaciendo a los transeúntes que nos lo solicitan de todo corazón. Entrar es otra cosa. Es olvidarse del anfitrión principal –en caso de que Dios exista- para disfrutar de un ambiente decorativo que vuela por encima de todas las catedrales del mundo –no es que las hayamos visitado todas. A Gaudí se le dio permiso para jugar con aquel espacio amplio. “Esto es todo tuyo. Este es tu reino”, suponemos le cursarían similar invitación.
Con la paciencia y el detallismo que caracterizó al arquitecto catalán, quedaron allí lámparas enganchadas a las columnas como aros en el dedo del medio, estrambóticas, nada celestiales. Son luminarias con utilidad práctica pero también siguen el camino estético de sus herrajes, que ya sabemos son tan controvertidos como imprescindibles. Y luego está el baldaquino que el genio modernista jamás terminó. Dejó inconclusas muchas cosas, obras prácticamente imposibles como su catedral personal en Barcelona, y piezas interiores que suponen divertimentos a menor escala.
Para acceder al altar hay que abrir una puerta de corredera construida por Gaudí. Es esquelética, o sea, otro de sus funcionamientos con hierros, y en principio debe engrasarse cada cierto tiempo. Decía que a uno se le olvida más fácilmente que está con Dios. El universo gaudiano se roba toda la atención por su encanto lúdico, funcional, y, por supuesto, decorativo. En la sacristía descansa hasta nuevo aviso una campana especial construida por él, como un chirimbolo de carnaval que avista todo desde lo alto de un mástil. Y su mecanismo de uso está inspirado en el sistema de martillo de un piano. Nos explicaron que Gaudí trabajó largas noches para conseguir el sonido especial de ese carillón.
A Gaudí se le puso fecha de partida de ese templo cuando cambiaron los gobiernos. Y volvió a Barcelona por mar como se hacía en aquella época, dejando de recuerdo un suvenir que, en este caso concreto, hay que encontrarlo del otro lado de la piedra, del lado que no se ve en el paisaje mallorquín.

(Continurá…)

No hay comentarios: