domingo, 23 de agosto de 2009

La catedral salada (II)



El fresco ambiental de una enorme plaza techada nos mantiene relajados. En el exterior de la basílica castiga el sol como mandato astral imprescindible para sentirse viajero. Ya decíamos que hay otro viaje posible cargado de historia y decoración dentro de los muros de la institución religiosa. Nos lleva de la mano el historiador vocacional Juan Pascual, vocal –nunca mejor dicho- de ARCA, la asociación para la revitalización de los cascos antiguos territoriales, un hombre dotado por la facilidad de palabras y el sentido de las épocas. El sentir de los tiempos, quise decir.
Su sombrero de béisbol permanece resguardando un sinfín de pensamientos que no nos dejan al límite. Nunca descuida que está ante un grupo de cubanos, tan isleños como él y mucho más extrañados de lo que pueda pensarse. Antes de llegar al templo, nos obsequia con una descripción bien documentada del centro antiguo de Mallorca. Como mismo se explaya después en el legado de Gaudí dentro de la catedral, se reserva para el final la nueva capilla de Barceló. Nos hace dudar de una cronología del paseo cuando descubrimos que el pintor mallorquín no es su preferido en las artes decorativas de la enorme casa sagrada.
Hay momentos en los que se despoja de las gafas oscuras.
El historiador ocasional nos recuerda a uno que tuvimos en Cuba por su elocuencia y su pasión. No así por la manera moderna con que viste. Juan Pascual es un mallorquín ligado antiguamente a las familias de alcurnia política. Su entusiasmo merma cuando llegamos a la capilla pintada por Barceló. Nos deja mirar y que hablemos. El embadurnamiento de este apartado nos descoloca la perspectiva de una iglesia convencional. Es un empanizado de arcilla con ensamblaje in situ, cuyas grietas intencionales le ofrecen una visión naif al recorrido. Peces y vegetales marinos y vitrales pintados con intención opalina nos acercan al arte contemporáneo de manofactura libre, con esa inquietud del alfarero que invita a apreciar el barro como se hace con el oro.
Es un paisaje rompedor. Una acción irreverente si lo entendemos como algo que sale de los lineamientos tradicionales. También Gaudí rompe los moldes de la frialdad de la Iglesia, pero éste lo hace con hierros.
La capilla de Barceló ha sido objeto de polémica. El término ha sido tildado de pegote en una casa que siempre se ha caracterizado por imponer omnipresencia. Su arcilla raída es un propósito y despropósito al mismo tiempo, en dependencia del punto de mira. Está allí porque el pintor se ha ganado ese privilegio. Le dieron la “misión” de representarnos a todos nosotros los que vivimos en la era moderna e incluso postmoderna. Se fue por el lado onírico. Ya sabemos que la Iglesia no deja mucho sitio para los sueños desamarrados. Por eso creo que, pésele a quien le pese, es una osadía que encontremos una estancia lúdica en la mansión del señor. El aspecto estético es el lado más libre de todo el asunto, pues lo más importante es que ese arte efímero –no es piedra ni hierro- está ahí. Y nosotros lo vimos. Gracias a Juan Pascual por su alma noble.

(Continuará…)

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