El benjamín de la familia Alcántara
En septiembre de 2001, una semana después del atentado terrorista a las torres gemelas de Nueva York, subí a un avión para abandonar Cuba. Llevaba conmigo una maleta pequeña con la selección que pude hacer a la carrera de objetos de mi vida, y también llevaba la pena de no haberme podido despedir de mucha gente querida.
Instalado ya en el centro de Barcelona, en un apartamento que me prestaron, hundí un dedo en el mando del televisor y apareció el rostro de un niño de unos ocho años, con el pelo lacio, unos ojos redondos, ávidos de conocer mundos, una sonrisa limpia de pecados y unas palabras que narraban en “off” su pensamiento a manera de retrospectiva. Hablaba la voz de la experiencia, la voz del tiempo, pero en pantalla aparecía la cara intrépida de la niñez, la cara de una generación que sería la protagonista de los cambios sociales y económicos fundamentales ocurridos en la España de los ochenta, la época del salto definitivo.
Ese personaje del niño tendrá hoy unos cincuenta años y es de la edad de mis suegros, quienes son casi contemporáneos con este que escribe.
Carlitos, el niño, por lo tanto, podría ser yo.
Pero yo no he nacido aquí, así que sus vivencias en la ficción de la serie no me pertenecen de ninguna manera. Solo me pertenece su crecimiento en el plano real. La serie ha tenido tanto éxito que continúa en pantalla, con los mismos actores. No se nota tanto el paso del tiempo en los adultos –Imanol Arias, Ana Duato- como en el estirón de los niños.
Ay, pero si ya llevo ocho años en Barcelona y en el salón de mi casa –otro apartamento, no aquel- sigue apareciendo el mismo elenco los jueves, incluyendo al niño que ahora es un adolescente.
Carlitos –Ricardo Gómez, su nombre real- ha compartido su crecimiento natural con la pequeña pantalla. A veces no nos damos cuenta y vemos este episodio como un hecho normal, el hecho de que cada jueves esté ahí en un cuadro doméstico iluminado. No creo que este fenómeno ocurra con mucha frecuencia en el mundo. Las pantallas de televisión han cambiado de aspecto –la tecnología va muy de prisa- y el niño aquel ha hecho la docencia en paralelo con la serie, con una maestra auxiliar de cabecera para poder escolarizarse.
Hace poco, lo entrevistó Juan Ramón Lucas En noches como ésta. Un gran entrevistador que, sin embargo, se notó titubeante ante un Carlitos quinceañero, el adolescente que ahora es proyeccionista de un cine de barrio en la serie. Nunca había visto a este entrevistador tan flojo, con una batería de preguntas tan triviales. Será porque el mismo fenómeno de que alguien viva en la televisión tantos años supere la capacidad de comprensión de si tenemos delante a un actor o a un personaje. Juan Ramón basó su entrevista en una pregunta redundante: ¿Has besado a una chica por primera vez en la realidad o en la serie?, repetía desconcertado.
Carlitos –creo que se le quedará ese nombre- quería hablar un poco más de él, el de verdad, pero no fue posible. Este es un caso complejo, toda vez que los hechos de la transición española del franquismo a la democracia existieron –lo vivieron mis suegros, cómo no-; el niño real y el de ficción han crecido física y emocionalmente en la tele, y alguien como yo, que está esperando una transición pacífica en mi país de origen, cuenta el tiempo que lleva exiliado a través de ese personaje.
Digamos que, de alguna manera, Carlitos me representa y yo estoy aquí para contarlo.
Instalado ya en el centro de Barcelona, en un apartamento que me prestaron, hundí un dedo en el mando del televisor y apareció el rostro de un niño de unos ocho años, con el pelo lacio, unos ojos redondos, ávidos de conocer mundos, una sonrisa limpia de pecados y unas palabras que narraban en “off” su pensamiento a manera de retrospectiva. Hablaba la voz de la experiencia, la voz del tiempo, pero en pantalla aparecía la cara intrépida de la niñez, la cara de una generación que sería la protagonista de los cambios sociales y económicos fundamentales ocurridos en la España de los ochenta, la época del salto definitivo.
Ese personaje del niño tendrá hoy unos cincuenta años y es de la edad de mis suegros, quienes son casi contemporáneos con este que escribe.
Carlitos, el niño, por lo tanto, podría ser yo.
Pero yo no he nacido aquí, así que sus vivencias en la ficción de la serie no me pertenecen de ninguna manera. Solo me pertenece su crecimiento en el plano real. La serie ha tenido tanto éxito que continúa en pantalla, con los mismos actores. No se nota tanto el paso del tiempo en los adultos –Imanol Arias, Ana Duato- como en el estirón de los niños.
Ay, pero si ya llevo ocho años en Barcelona y en el salón de mi casa –otro apartamento, no aquel- sigue apareciendo el mismo elenco los jueves, incluyendo al niño que ahora es un adolescente.
Carlitos –Ricardo Gómez, su nombre real- ha compartido su crecimiento natural con la pequeña pantalla. A veces no nos damos cuenta y vemos este episodio como un hecho normal, el hecho de que cada jueves esté ahí en un cuadro doméstico iluminado. No creo que este fenómeno ocurra con mucha frecuencia en el mundo. Las pantallas de televisión han cambiado de aspecto –la tecnología va muy de prisa- y el niño aquel ha hecho la docencia en paralelo con la serie, con una maestra auxiliar de cabecera para poder escolarizarse.
Hace poco, lo entrevistó Juan Ramón Lucas En noches como ésta. Un gran entrevistador que, sin embargo, se notó titubeante ante un Carlitos quinceañero, el adolescente que ahora es proyeccionista de un cine de barrio en la serie. Nunca había visto a este entrevistador tan flojo, con una batería de preguntas tan triviales. Será porque el mismo fenómeno de que alguien viva en la televisión tantos años supere la capacidad de comprensión de si tenemos delante a un actor o a un personaje. Juan Ramón basó su entrevista en una pregunta redundante: ¿Has besado a una chica por primera vez en la realidad o en la serie?, repetía desconcertado.
Carlitos –creo que se le quedará ese nombre- quería hablar un poco más de él, el de verdad, pero no fue posible. Este es un caso complejo, toda vez que los hechos de la transición española del franquismo a la democracia existieron –lo vivieron mis suegros, cómo no-; el niño real y el de ficción han crecido física y emocionalmente en la tele, y alguien como yo, que está esperando una transición pacífica en mi país de origen, cuenta el tiempo que lleva exiliado a través de ese personaje.
Digamos que, de alguna manera, Carlitos me representa y yo estoy aquí para contarlo.
5 comentarios:
JI eres increíble. De verdad que la isla perdió un excelente periodista y un buen ser humano. Hay que tener mucho vivido por dentro para cuando aprietes el teclado y concluyas el traqueteo, quien te lea se vea reflejado en él. Películas, personajes, espacios que nos remiten y mejoran.
Lo mejor para ti
JI eres increíble. De verdad que la isla perdió un excelente periodista y un buen ser humano. Hay que tener mucho vivido por dentro para cuando aprietes el teclado y concluyas el traqueteo, quien te lea se vea reflejado en él. Películas, personajes, espacios que nos remiten y mejoran.
Lo mejor para ti
¿Y los chinos no han dicho nada todavía?!!!!!!!
Kerala: Será que no tengo otra manera de decir las cosas, por eso, tal vez, la gente de mala fe se aprovecha del libro abierto, y ofende. La maravilla de hoy en día es que tú y yo nos podamos comunicar sin conocernos cara a cara, y sintamos que nos conocemos de toda la vida. Yo también te deseo lo mejor de este mundo y espero no perdamos este vínculo. Un abrazo.
Kuang: los "narras" está mirando ahora "Pekín Exprés", un programa español de televisión, un reality, que es mucho más entretenido que este blog. Saludos.
A mi tambien me gustaba la serie, era una manera de conocer la historia de España...Cuando llegué a Italia hacian el miso programa y el medico en familia, me quedé horrorizada de esta globalización?? de la TV los mismo programs y escogen los actores con las mismas caracteristicas fisicas, mahh no sé q pensar!!! saluti
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