La premisa fundamental que movía el dedo del obturador en la cámara de mi mujer era el respeto a la gente que vive en Cuba. ¿Cómo lograrlo? No hay que humillar a las personas dentro de un cuadro que se convierte en una estampa, me decía ella. Muchos turistas y buscadores de imágenes mundiales viajan a La Habana para, precisamente, lograr esa instantánea llena de plasticidad, de texturas, fotos abigarradas de óxido y cáscara, pastiches de colores inexplicables si no fuera por la luz de allí; hasta que el retrato de la ciudad abandonada se convierte en un clásico de la colección de arte tercermundista, del arte urbano en el que la gráfica habla por sí sola antes de que al creador se le ocurra retocarla en el photoshop. La vuelta al blanco y negro, la seducción del sepia, el virado de color en el laboratorio, el formato grande en el negativo. La Habana, tomada como pretexto en tanto ciudad gigante, densa y añeja, señorial y decadente, se sigue vendiendo como el viaje inolvidable en las agencias de turismo. No pocas personas que he conocido en este lado del mundo me han dicho descaradamente que a La Habana, a Cuba, hay que ir antes de que se acabe este gobierno porque en un futuro no sería igual, o sería igual a una ciudad como Miami. Oportunismo del más desconsiderado. ¿Y a la gente que vive en Cuba le gustará que se le incluya en un comentario de postales sin compromiso? El surrealismo de la verdad cotidiana es un resultado de un mal gobierno y no de una corriente artística innovadora. Estoy seguro, porque lo viví en carne propia, de que a nadie le gustaría viajar en bicicleta con una tarta de cumpleaños a cuestas. Esas son las fotos que respetó mi mujer. Mejor dicho: las imágenes. El elemento humano, ese tan importante dentro de la composición fotográfica, sobre todo la urbana, queda sugerido.
Aquí al lado está retratado el acceso al edificio conocido como el López Serrano, cerca del mar, en El Vedado, una torre de mediana estatura construida en los años 30 como paráfrasis de los rascacielos newyorkinos. Fue fabulosa, típicamente art-decó, con suelos de mármol y altos puntales. Allí se rodó una escena de alguna película en el ascensor; allí vivió el líder del Partido Ortodoxo Eduardo Chibás, a quien Fidel Castro le dio la espalda cuando le convino en el recorrido de sus ambiciones políticas.
Cuando uno entra al edificio, como hicimos nosotros dos para no mojarnos en un aguacero tupido, puede ver los detalles del desvarío ocasionado por los años en una ciudad que parece de posguerra. Tenemos planos generales; sin embargo, mi mujer me insistió en acompañar las presentes palabras con este plano cerrado.
Julio 2007
2 comentarios:
En la entrevista En Carne Viva, realizada porJavier Menéndez Flores, Sabina dice que se debiera dejar a Cuba como museo, le maravilla ir a Cuba y que no haya publicidad y cosas por el estilo. Quisiera hacer un comentario sobre estas cosas interesantes que tiene el libro, veremos si puedo. Yo le preguntaría a Sabina o todos los españoles si les hubiera gustado que se dejara el franquismo como un museo donde el resto del mundo viniera a ver de que se trata una longeva dictadura. Yo soy fan de Sabina, pero no sé si terminaré odiándolo.
Muy buenos tus comentarios Jorge.
Yo también soy fan de él, y de hecho lo cito a veces, pero ante oportunismos como el que expresa Sabina siento verdaderamente repulsión. Si has disfrutado de la vida en Cuba, como él, Ana Belén y su marido, el marido de ésta,mejor callarse la boca luego, solo por dignidad y coherencia. El ser humano suele ser egoísta y despiadado. Gracias,Liborio.
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