martes, 11 de agosto de 2009

Paranoia



Entró al bar arrastrando una pierna, la derecha. Se sentó en la primera mesa y desde allí ordenó un café con leche desnatada.
-La leche tibia-dijo con autoridad, aunque su voz era casi inaudible.
Dejó a su lado una maleta con ruedas de mediano tamaño, recostada a la mesa.
Era un hombre joven, de unos 35 años. Vestía un estilo clásico. Tejanos ajustados, camisa rosa de mangas largas, abotonada hasta el cuello a pesar del calor. Llevaba el pelo corto, peinado con una raya perfecta que le partía el cabello hacia un lado, el cabello engominado.
Llevaba prisa. Miró a su alrededor para calcular cuánto tiempo demoraría su pedido. El bar estaba casi vacío.
La camarera alzó la vista y le dijo que enseguida le serviría.
Pasaron dos minutos, eternos para él.
Se incorporó con fuerza y dijo que pasaría al baño.
Arrastró de nuevo la maleta hasta la mitad de la barra. Al darse cuenta de que el pasillo que conducía al lavabo eran angosto, recogió la varilla extensiva de la valija y alzó con una mano el equipaje.
Entró al baño y cerró la puerta.
Transcurrieron tres minutos.
El cliente que lo estaba observando comenzó a moverse en su asiento con nerviosismo.
Se abrió la puerta del baño e inmediatamente salió el joven otra vez arrastrando la maleta. Al otro cliente le pareció que iba más ligera.
La camarera tenía el café con leche preparado y lo llevó hasta la mesa.
-Gracias-murmuró el joven de la camisa rosa.
Lo bebió de lado, como hacen las personas que tienen prisa.
El hombre que lo observaba estaba seguro de que, una vez terminado el café con leche, el otro se marcharía a toda prisa, pero no fue así, de manera que sus nervios se multiplicaron y le sobrevino una tos bastante indiscreta.
Se miraron durante unos segundos y los dos cambiaron la vista al mismo tiempo. Fue una comunicación telepática, favorecida por la tranquilidad del bar.
Desde el interior, el que observaba encendió un cigarro para entretenerse. Después del cigarro sacó una libreta de notas y un bolígrafo. Intentó escribir algo, como si tomara notas de la mente. Su café estaba terminado; sin embargo, quedaba un croissant mordido una sola vez. Sus nervios iban a más. Cambiaba constantemente la posición de las piernas, se frotaba los ojos con las manos. Rompió una servilleta que no pudo arrancar entera de la caja metálica.
El joven de la entrada parecía acabado de salir de la ducha. Parecía haber sufrido de niño una poliomelitis. Su cuerpo era saludable pero el hecho de arrastrara una pierna hacía dudar del grosor de esa extremidad debajo del pantalón.
Se incorporó y fue a pagar a la barra.
-Ya está bien-dijo en voz baja con referencia al cambio.
Guardó la billetera en el compartimiento exterior y cerró la cremallera. Se despidió amablemente, aunque no desaparecía la preocupación que llevaba en el rostro.
No sonrió.
Se esfumó saliendo por la izquierda del bar.
El cliente que lo observaba saltó disparado de su silla y se dirigió al baño, dejando el croissant intacto sobre la mesa. Abrió la puerta con fuerza. Miró detrás del lavamanos. Miró detrás del wáter donde solo había una escobilla roja para limpiar los restos de heces fecales, escondida. Levantó de golpe la tapa de la cisterna del wáter y la volvió a colocar. El sistema hidráulico quedó zafado del todo.
Revisó por último detrás de la puerta y no encontró nada.
Regresó a su mesa pero no se sentó. Tomó el croissant con la servilleta que había en el plato y se dirigió a pagar. Le corrían chorros de sudor por ambos lados del rostro.
La camarera le preguntó si sentía bien.
-Sí, es que tengo las glándulas sudorípedas alteradas. Es normal en mí-concluyó y alcanzó la puerta con una sonrisa forzada.
Horas más tarde, pasó por la acera de enfrente del bar y comprobó que todo estaba igual.

1 comentario:

Kerala dijo...

JI yo no supe de paranoia hasta que salieron los retoños. Con hijos en casa, México se convierte en un lugar lleno de peligros y hay días como tu personaje en que me invento historias por una cara o una rara media sonrisa. Antes me tocó trabajar en colonias peligrosas, también aquí me iba en bicicleta y presencié cosas pero jamás me saltaba el pecho como ahora, también estos años son de balas perdidas, narcotráfico contra civiles, matanzas de familia y pedofilia, cosas que yo jamás soñé escuchar tan cerca. La pesadilla deja de serlo cuando abres la puerta de la casa, cierras las rejas y veinte pestillos, sí, como el ruiseñor de aquel cuento infantil ¿recuerdas? Te sigo