"Ciclos", de Ábaco Teatro. Estreno ayer en La Floresta
Tres personajes universales sacados del celuloide en blanco y negro vuelven a reunirse para pasar el tiempo: el fabuloso Groucho Marx, el Gordo (sin el flaco) y el genial Charlot. Juntos en la habitación de una vivienda imprecisa donde el hastío los hace vinculantes, un sitio condenado al inmovilismo en donde es preciso entretenerse para evitar el anquilosamiento de la mente. Entonces aparece un cuarto personaje, un psiquiatra.
Esta es la ocurrencia que escribió en 1996 el actor y dramaturgo cubano Eleutelio González (Telo), claramente para simbolizar la modorra colectiva en Cuba, un país cuya idiosincrasia nada tiene que ver con la estética del texto, pero al que se le puede aplicar perfectamente el subtexto si tenemos en cuenta que allí el paso del tiempo se ha convertido en una lenta y aplastante manera de vivir.
Este es el interlineado, porque sabemos muy bien que el teatro, y particularmente el humor cubano, siempre ha sentido el compromiso de hacer constar, por lo menos con disfraces, la situación política, económica y social de la isla. Fuera del interlineado, queda una exquisita parodia universal acerca de la abulia, del envejecimiento prematuro del pensamiento cuando el inmovilismo está causado por agentes externos. Por alguna razón, esos personajes no pueden salir de la citada vivienda y sólo les queda cambiar de habitaciones y sortearse el papel de psiquiatra, habiendo cumplido un ciclo. Y así hasta el infinito, es de suponer.
Cuatro actores desgranados en ese proceso tan duro de llevar que denominamos diáspora, emigración, deserción, exilio, desplazamiento temporal o como quiera llamársele –total, el efecto es el mismo-, han vuelto a reunirse, curiosamente como mismo se reúnen sus personajes; no en las mismas condiciones de encierro, obviamente, pero sí en el sentido de la nostalgia que también transpira la obra. Javier Ávila, quien desde hace 10 años está fuera de su tierra y ahora vive en Valencia; Juan Carlos Rod, seis años en Barcelona; Manuel Licea, unos pocos años en Barcelona; y Jorge Luis González, doce años en Madrid. Ahora responden al nombre de Ábaco Teatro.
Se graduaron en 1989 en la Facultad de Arte Dramático del Instituto Superior de Arte cubano. Han vuelto a encontrarse en la capital de Cataluña con la idea de montar Ciclos, ese título que ahora mismo es la mejor manera de nombrar algo que se cierra para comenzar otra acción. Solo tuvieron cuatro días de ensayo. Una señora muy amable, María Jesús Costa, que regenta la Unión Deportiva y Recreativa de La Floresta, en la montaña de Barcelona, les cedió el escenario del local y allí se instalaron. Anoche fue el debut y despedida, porque los actores vuelven a principios de esta semana a su vida corriente, a sus viviendas y a sus trabajos que no siempre están relacionados con el mundo teatral.
¿Qué ha quedado? ¿Solamente una ilusión?
Le pregunté a Jorge Luis, el responsable de la puesta, por qué ahora y por qué Ciclos. Me dijo que hace poco miró el reloj que hay colgado en una de las paredes de su casa y se dio cuenta de que el tiempo estaba transcurriendo demasiado de prisa. Había que volver al teatro y debía encontrar unos semejantes que buscaran las tablas como salvación.
Son estos.
Javier Ávila -en el centro de la imagen- fue un importantísimo actor de teatro y televisión en Cuba en los años 90. Juan Carlos Rod, con experiencia en radio y televisión, también trabajó en Teatro Estudio, en la época en que el emblemático grupo se dividió e inauguraron una nueva sala en la Casona de Línea. Con Teatro Estudio, Juan Carlos se ganó un personaje en Medida por medida, premio Villanueva de la UNEAC. Manuel Licea se desenvolvió como actor en Santiago de Cuba, volvió a sus orígenes después de graduarse. Y Jorge Luis González, comediante, músico y carpintero, estuvo en Sala-Manca a las órdenes de Osvaldo Doimeadiós, hasta que se estableció en Madrid.
La puesta actual ha respetado el texto casi en su integridad. Utilizan un acento neutral en los parlamentos asociados al juego de roles, hasta que los personajes caen en la realidad e introducen el acento cubano muy sorpresivamente. Algo para pensar, ¿no? Están muy bien los cuatro, excelentes, diría yo, para los pocos días de ensayo que tuvieron. Ahora bien, sería magnífico que esta versión no quedara en La Floresta. Yo no hago más que avisar desde este modesto espacio. Me gustaría que el público español viera cómo los creadores cubanos trabajan magistralmente el absurdo sin dejar de ser un teatro criollo. Telo –que sigue en Cuba- es una especie de Ionesco tropical, un dramaturgo sensible que sabe decir las cosas en la mejor tradición europea sin que nadie se moleste, ni siquiera el gobierno, ya que la puesta original –con otros actores- llegó a competir en el Festival Nacional de Teatro de Camagüey, en 1996.
¿Sabe Telo que su texto fue representado en La Floresta?
-No, no lo sabe -me dijo Jorge Luis-. Ya se enterará y supongo que le gustará mucho la idea. Hay confianza. Además, esto se hace por una buena causa, ¿no?
-Sí, ya lo creo. Todavía está en ciernes el encuentro de nuestra nación, este es un paso importante, maestro-se me humedecieron los ojos. Soy parte de esta diáspora y a mí también me gustaría cerrar el ciclo alguna vez.
Tres personajes universales sacados del celuloide en blanco y negro vuelven a reunirse para pasar el tiempo: el fabuloso Groucho Marx, el Gordo (sin el flaco) y el genial Charlot. Juntos en la habitación de una vivienda imprecisa donde el hastío los hace vinculantes, un sitio condenado al inmovilismo en donde es preciso entretenerse para evitar el anquilosamiento de la mente. Entonces aparece un cuarto personaje, un psiquiatra.
Esta es la ocurrencia que escribió en 1996 el actor y dramaturgo cubano Eleutelio González (Telo), claramente para simbolizar la modorra colectiva en Cuba, un país cuya idiosincrasia nada tiene que ver con la estética del texto, pero al que se le puede aplicar perfectamente el subtexto si tenemos en cuenta que allí el paso del tiempo se ha convertido en una lenta y aplastante manera de vivir.
Este es el interlineado, porque sabemos muy bien que el teatro, y particularmente el humor cubano, siempre ha sentido el compromiso de hacer constar, por lo menos con disfraces, la situación política, económica y social de la isla. Fuera del interlineado, queda una exquisita parodia universal acerca de la abulia, del envejecimiento prematuro del pensamiento cuando el inmovilismo está causado por agentes externos. Por alguna razón, esos personajes no pueden salir de la citada vivienda y sólo les queda cambiar de habitaciones y sortearse el papel de psiquiatra, habiendo cumplido un ciclo. Y así hasta el infinito, es de suponer.
Cuatro actores desgranados en ese proceso tan duro de llevar que denominamos diáspora, emigración, deserción, exilio, desplazamiento temporal o como quiera llamársele –total, el efecto es el mismo-, han vuelto a reunirse, curiosamente como mismo se reúnen sus personajes; no en las mismas condiciones de encierro, obviamente, pero sí en el sentido de la nostalgia que también transpira la obra. Javier Ávila, quien desde hace 10 años está fuera de su tierra y ahora vive en Valencia; Juan Carlos Rod, seis años en Barcelona; Manuel Licea, unos pocos años en Barcelona; y Jorge Luis González, doce años en Madrid. Ahora responden al nombre de Ábaco Teatro.
Se graduaron en 1989 en la Facultad de Arte Dramático del Instituto Superior de Arte cubano. Han vuelto a encontrarse en la capital de Cataluña con la idea de montar Ciclos, ese título que ahora mismo es la mejor manera de nombrar algo que se cierra para comenzar otra acción. Solo tuvieron cuatro días de ensayo. Una señora muy amable, María Jesús Costa, que regenta la Unión Deportiva y Recreativa de La Floresta, en la montaña de Barcelona, les cedió el escenario del local y allí se instalaron. Anoche fue el debut y despedida, porque los actores vuelven a principios de esta semana a su vida corriente, a sus viviendas y a sus trabajos que no siempre están relacionados con el mundo teatral.
¿Qué ha quedado? ¿Solamente una ilusión?
Le pregunté a Jorge Luis, el responsable de la puesta, por qué ahora y por qué Ciclos. Me dijo que hace poco miró el reloj que hay colgado en una de las paredes de su casa y se dio cuenta de que el tiempo estaba transcurriendo demasiado de prisa. Había que volver al teatro y debía encontrar unos semejantes que buscaran las tablas como salvación.
Son estos.
Javier Ávila -en el centro de la imagen- fue un importantísimo actor de teatro y televisión en Cuba en los años 90. Juan Carlos Rod, con experiencia en radio y televisión, también trabajó en Teatro Estudio, en la época en que el emblemático grupo se dividió e inauguraron una nueva sala en la Casona de Línea. Con Teatro Estudio, Juan Carlos se ganó un personaje en Medida por medida, premio Villanueva de la UNEAC. Manuel Licea se desenvolvió como actor en Santiago de Cuba, volvió a sus orígenes después de graduarse. Y Jorge Luis González, comediante, músico y carpintero, estuvo en Sala-Manca a las órdenes de Osvaldo Doimeadiós, hasta que se estableció en Madrid.
La puesta actual ha respetado el texto casi en su integridad. Utilizan un acento neutral en los parlamentos asociados al juego de roles, hasta que los personajes caen en la realidad e introducen el acento cubano muy sorpresivamente. Algo para pensar, ¿no? Están muy bien los cuatro, excelentes, diría yo, para los pocos días de ensayo que tuvieron. Ahora bien, sería magnífico que esta versión no quedara en La Floresta. Yo no hago más que avisar desde este modesto espacio. Me gustaría que el público español viera cómo los creadores cubanos trabajan magistralmente el absurdo sin dejar de ser un teatro criollo. Telo –que sigue en Cuba- es una especie de Ionesco tropical, un dramaturgo sensible que sabe decir las cosas en la mejor tradición europea sin que nadie se moleste, ni siquiera el gobierno, ya que la puesta original –con otros actores- llegó a competir en el Festival Nacional de Teatro de Camagüey, en 1996.
¿Sabe Telo que su texto fue representado en La Floresta?
-No, no lo sabe -me dijo Jorge Luis-. Ya se enterará y supongo que le gustará mucho la idea. Hay confianza. Además, esto se hace por una buena causa, ¿no?
-Sí, ya lo creo. Todavía está en ciernes el encuentro de nuestra nación, este es un paso importante, maestro-se me humedecieron los ojos. Soy parte de esta diáspora y a mí también me gustaría cerrar el ciclo alguna vez.
2 comentarios:
Muy interesante esta informacion sobre la obra de teatro de Telo.
No dices nada de cómo fue recibida ahi en Barcelona y si fue gente a verla...
Gracias
Miguel Angel
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