viernes, 23 de julio de 2010

Alguien tiene que escribir…




Llega él detrás de sus poemas. Llega a España, la península lejana donde escucharon su voz primero que en su propia tierra. Pero llega al fin, con una camisa a cuadros que no quiere ser uniformada, con una camisa de trabajo que es la misma prenda de su oficina adonde lo fueron a buscar. Llega a través de un pacto de destierro que no es de su gusto, pero es lo único que podía salvarle la vida. Llega por fin el poeta, pero llega herido.
Ricardo González Alfonso es un hombre de letras, apresado en 2003 junto con otros setenta y tantos informadores que sacaban a la luz pública mundial los atropellos del gobierno “revolucionario” cubano, jugándose una cárcel que al final les llegó. Siete años más tarde, debido a una estrategia bilateral entre los gobiernos de España y Cuba, resulta expatriado, deportado sin más opciones que el desarraigo obligatorio.
A sus 60 años está forzado a comenzar una nueva vida en un nuevo país, con graves secuelas físicas y psíquicas sembradas por la prisión, pero no sembradas por un cautiverio con distinciones, sino por la más común de las cárceles en las que se vio obligado a vivir la impronta de asesinos, traficantes y violadores. Condenados a muerte que salieron al patíbulo desde una misma celda; portadores de cadenas perpetuas que terminaron mutilándose las manos.
Todo lo que vio, o casi todo lo que creyó importante transmitir, o simplemente lo que su honestidad no le permitió pasar por alto, está escrito en un poemario titulado Hombres sin rostro, publicado en España bajo la anuencia de Amnistía Internacional y la editorial Sepha, en 2005. Ricardo se aprovecha del tiempo para estructurar unos perfiles de gente que está a su alrededor y, de paso, evoca en sencillas líneas a sus hijos, a su familia. Nada que ver y a la vez todo está en un mismo juego, que es el juego de las palabras. Porque hay un verso pulido en cada línea, sin ambiciones de erudición pero sí con un cuidado exquisito del lenguaje.

Lo más impresionante de este poemario es que no permite el rencor. Mucho menos el odio. Es como si el reo se entregara a la cultura universal teniendo a ésta como lo más grande, dejándose a sí mismo en segundo plano. Sin embargo, su angustia está entre líneas, en el tejido magistral que hace de los espacios y de los demás. Es un poemario muy duro que se puede leer de un tirón, aunque con consecuencias. Yo me lo leí en una cafería –siempre la misma- adonde llegaba adelantado casi siempre para unas clases de conducción que estaba tomando. Se me hacía un nudo en la garganta y tenía deseos de acabarlo, pero me propuse un poema cada día. Así que la incursión en el mundo de Ricardo me duró un mes y medio, aproximadamente.
El tiempo necesario para que la vida nos sincronizara y lo viera a él, junto con algunos de sus compañeros de causa, hablando en la televisión. Pocas veces el autor no trae el libro bajo el brazo, como se trae un pan para repartir. Sucedió que él no estaba aquí ni estaba allá. Estaba en un lugar sin patria donde ni siquiera lo consideraban como autor.
Hombres sin rostro fue escrito clandestinamente en la primera fase del régimen de mayor rigor que Ricardo González Alfonso sufrió, en una celda de aislamiento de la prisión Kilo 8, en la provincia de Camagüey. El manuscrito pudo llegar a la editorial Sepha gracias a la valentía de Alida Viso, esposa del poeta.

Nocturno
Como una modelo de Rubens
tinta en noche
se pasea
con los hechizos del miedo:
atemoriza
y teme.

Noctámbula o insomne
con la pupila diestra
me observa.
Se asoma feroz
y fémina.
Parece Géminis.
Defiendo mi frontera breve
y
como una modelo de Rubens
ante la muerte
espeluznada
huye
la rata.

Notas:
Ricardo González Alfonso es corresponsal desde 1998 de Reporteros sin Fronteras. En 2001 fundó la Sociedad de Periodistas Manuel Márquez Sterling, considerada ilegal por el régimen castrista.
Agradezco a Marta Farreras, quien, en una manifestación en la calle, me puso en las manos este libro.
Foto superior (RSF)

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